Howard Carter, el célebre arqueólogo descubridor de la tumba
de Tutankamón, encabezó una lista de afectados por la maldición del faraón
egipcio que rellenó capítulos y capítulos de Cuarto Milenio en su momento. Pero
no, dejémonos de ingleses expoliando y haciendo otras cosas típicas de
ingleses, y centrémonos en la otra maldición del historiador.
Tampoco os estoy hablando de la maldición que tenemos todos
los historiadores sobre nuestro futuro laboral, que esa no sorprende a nadie. Antes
de desaparecer un par de semanicas, para ponerme tibio a polvorones y mazapanes
enfundado en mi mascarilla FFP-2 de gran gala, me gustaría hablaros de la
maldición que tenemos los historiadores respecto a la cronología.
Los historiadores tenemos el superpoder del spoiler. Podemos
ver una película histórica y, si es rigurosa y correcta, ya sabemos por dónde
van a ir los tiros. Y si no es rigurosa ni correcta, montamos en cólera porque
nosotros queríamos hacernos los importantes porque hemos estudiado una carrera
para saber de antemano el final.
Es muy fácil juzgar a alguien cuando ya sabes en qué se van
a equivocar, y es muy fácil caer en el cuñadismo histórico y pensar que “esto
lo arreglaba yo en un momento”. Da igual la catástrofe que sea, los
historiadores la podríamos haber evitado con soluciones obvias que nadie en su
momento había visto. Somos los abanderados de juzgar a posteriori las cagadas
que cometen otros, pero a cambio también somos los primeros a los que la gente
ignora, así que lo comido por lo servido.