lunes, 25 de noviembre de 2019

El confuso inicio de la Guerra Civil




El otro día una discusión educada (considerando “educada” a una discusión de esas en las que no hace falta empezar a pegarse puñetazos y patadas para dar fuerza a tus argumentos) motivada por la película “Mientras dure la guerra”. El tema de conversación era “los primeros compases de la Guerra Civil”.

Los lectores veteranos recordarán, aunque hace mucho que no hable de ello, que una de las cosas que más me gusta de la Primera Guerra Mundial es el caos y el espíritu de ensayo-error que tienen muchos de los adelantos. Pues si fueran un archivo, los primeros compases de la Guerra Civil  tendrían el nombre “PrimeraGuerraMundial_1.2[no oficial]_SKIDROW_no-cd.rar”. Y muchas comillas estoy utilizando en estos dos primeros párrafos.

Zaragoza, por ejemplo, tiene un par de semanas que no sabe si posicionarse con un bando o con otro porque tiene una posición estratégica… jodidilla. Huesca, a su vez, envía un telegrama cifrado a Zaragoza preguntando si se subleva o qué hace, al más puro estilo de la pregunta “¿Hoy se sale?” que hace el pesao que tiene que haber por ley en todos los grupos de whatsapp.

- Que sí, que yo estoy con la República a tope. Jajaja.
- Cabanellas ¿Es eso un porro?
- Jajaja ¿qué?

domingo, 10 de noviembre de 2019

Ojalá regrese la Edad Media.



La Edad Media. 

De pequeño sueñas con las historias llenas de caballero, princesas y dragones. Cuando creces descubres que las enfermedades y trabajar de sol a sol no es bueno para la espalda, y eso le quita un poco de encanto. Pero luego llegas a la edad adulta y descubres que el alcoholismo puede ser la solución, te descubres pensando “oh, vaya, así que así es como soportaban la Edad Media” y luego empiezas a envidiar a los siervos porque por lo menos ellos trabajaban al aire libre y no encerrados en un edificio de oficinas.

En fin, para que me entendáis mejor me voy a explicar con un gráfico, que es lo más rápido:


domingo, 3 de noviembre de 2019

El agua quiere matarte





El otro día, en plena cena de Halloween con los amigos, alguien mencionó que la sed era el peor enemigo del soldado. Yo me levanté, me puse el abrigo y, antes de marcharme con un portazo grité “por supuesto, porque los soldados no tienen nada que temer de sus grandes amigos inseparables, el Señor Metralla y la Señora bala”.

Estaba en ese momento de iluminación que tienes cuando vas solo en un ascensor, ese momento de introspección personal en el que todo encaja, justo ese. Como soy el dios del sarcasmo, decidí volver a ese cuarto piso a poner las cosas claras de forma ácida y con malevolencia.

Así que volví a llamar al timbre como si fuera un niño pidiendo caramelos. Como si esos niños tuvieran diabetes inversa y necesitaran enormes cantidades de azúcar para vivir un día más. El caso es que cuando se abrió esa puerta fue como si no me hubiera ido, porque es posible que todo el párrafo anterior sólo ocurriera hipotéticamente por motivos narrativos.

Y ahora empieza lo serio. Nunca (e insisto, NUNCA) intentes entrar en razón a un historiador furioso. Empezarán a soltar referencias a libros gordos que sólo han leído ellos y a señalar errores por todas partes. Son animales que no se detienen antes nada y con los que es imposible utilizar argumentos lógicos. Simplemente no razonan.

La ciencia me da la razón.