domingo, 24 de marzo de 2019

Urbanismo cutre. Hoy: Begich Towers.





Hasta ahora, las entregas de Urbanismo Cutre se basaban en asentamiento humanos que no molaban. No es una tarea difícil, muchas de las ciudades en las que habitamos han perdido la escala humana y han crecido sin control añadiendo más y más barrios residenciales en función del precio del suelo.

Por otro lado, las ciudades más antiguas desconocían la planificación y construían al tuntún, sin importar el bienestar de los ciudadanos de la propia ciudad. Ni calles bonitas, ni garantías sanitarias, ni comodidades frívolas. Probablemente los expertos en urbanismo de la época creían que un burro muerto era el mejor complemento para una calle embarrada. Luego que había plagas.

Había hablado de ciudades concretas en el que el los principios urbanísticos eran cutres, como Barcelona o Çatal Höyük. También había hablado de cómo La Corbusier había abierto los infiernos de los que habían salido horribles bloques de piso grises. Pero hasta el día de hoy, no había hablado de urbanismo cutre a estos niveles.

Begich Towers: pueblo mediocre, sociedad distópica excelente.

Begich Towers es un pueblo de Alaska que básicamente es un edificio. Todo el pueblo condensado en un bloque de apartamentos de hormigón. Minimalismo a tope. Aunque en realidad, tengo que reconocer ahora que estamos en petit comité que todo lo que diga aquí está escrito desde la envidia más profunda, porque no hay nada que odie más que salir de mi casa a comprar.

Alaska es el Teruel de Norteamérica. Por lo del frío y por eso de que nadie vive allí voluntariamente; por lo de los Amantes de Teruel, no. Recalco eso último. Begich Towers tiene una latitud superior a Moscú, Estocolmo o San Peterburgo (Leningrado), así que haceros una idea del frío que debe haber en enero. Además,  se trata de una zona de clima oceánico subpolar, con lo que se junta lo mejor de cada casa: la enorme humedad del clima oceánico con el frío del clima polar. La traducción para los que no entienden de climas es: mucha lluvia fría en verano y nieve hasta un quinto piso en invierno.

Vista del paisaje desde el piso 2 de Begich Towers un 2 de enero.

Para comprender que hace un edificio de catorce plantas ahí, en mitad de la nada más absoluta, hay que remontarse al final de la Segunda Guerra Mundial. A algún iluminado se le ocurrió que era una buena idea tener un depósito naval en la zona, por lo que se empezó a construir un complejo militar para dar apoyo a la flota. Si me preguntan a mí, para parar una invasión rusa lo que tendrían que hacer es hacerse fuertes en el sur, donde hace calor y tienen temperaturas a las que no están acostumbrados. Error gordo es fortificar el nevado norte, donde son capaces de estar desnudos, solo con una botella de vodka puesta.

El caso es que los altos mandos estadounidenses pensaron algo parecido a lo que acabo de expresar, porque el complejo militar nunca se construyó. Después de que un pequeño tsunami afectara a la zona en los años 60, el ejército perdió el interés en la base que estaba construyendo. Antes de que la Guerra Fría acabara, la zona de Whittier (que es donde se sitúa Begich Towers) numerosas personas relacionadas (pero no dentro) del ejército ya estaban asentadas en la zona. Begich Towers ya era eminentemente civil.

Para los que no saben inglés, traduciré lo que pone: "ATENCIÓN. Vault-Tec no les recomienda que salgan afuera. El mundo exterior da miedo. Gracias.".

No os voy a hablar del urbanismo que rodea el edificio porque es demasiado sencillo: una carretera que divide todo, coches aparcados a la izquierda y una especie de trasteros decadentes a la derecha. Si miráis Google Maps podréis ver que es un escenario postapocaliptico en el que todo parece abandonado, oxidado o embarrado… o cualquier combinación creativa de las tres cosas a la vez.

Me da igual lo perfecta que sea la vida interior. Me da igual que Begich Towers tenga una comisaria, oficina de correos, hotel, hospital, iglesia y vete tú a saber qué más perfectamente integrados en el edificio. Me da igual todo. Como si el presidente de comunidad es además el alcalde. Por su minimalismo cochambroso me gustaría otorgar el galardón “Urbanismo cutre” al edificio Begich Towers: no es que sea una ciudad mal hecha, es que es la máxima definición de una ciudad cutre, en todos los sentidos.

Va a ser difícil de superar.

domingo, 17 de marzo de 2019

La gripe española





Detrás de la pantalla, escribiendo, hay una persona de carne y hueso que siente y padece. Aunque no os lo creáis. La gente que estudiamos Historia somos humanos normales y corrientes. De verdad, os lo prometo. ¿Secuelas psíquicas temporales? No sé lo qué es eso. En serio, literalmente, todas las secuelas psíquicas que me produjo la carrera fueron permanentes.

El caso es que estaba yo ayer en Urgencias por unas movidas y, entre gente que tosía y se quejaba, se me ocurrió el tema del que iba a hablar hoy. Algo patrio, muy nuestro: la gripe española. Un momento – puede que estés pensando – ¿hay suelto por ahí un virus de la gripe que lleva una pulsera de España y se considera un auténtico patriota? Respuesta corta: no. Respuesta larga: no, pero…

Como muchas de las cosas buenas de este mundo, está relacionada con la Primera Guerra Mundial.
Para 1918 la Vieja Europa llevaba 4 años de guerra que consumía lentamente los recursos demográficos de los principales países del momento. Casi la totalidad de la mano de obra disponible estaba desplegada en las trincheras o fabricando material militar en las fábricas, colaborando en el esfuerzo bélico. Gran parte de la gente que se fue a la guerra en 1914 ahora estaban abonando los campos de Francia.

- O sea, que si llevo esta especie de nariz de cerdo no me puedo contagiar de la gripe española...
- Rosemary, creo que es hora de confesar que a mi la enfermedad me importa una mierda, todo esto lo hago porque soy un furro.

domingo, 3 de marzo de 2019

El General Silvestre





Si el Desembarco de Alhucemas es el equivalente español al Día-D, el equivalente español a Vietnam es el Desastre de Annual. Sólo hay que sustituir a Estados Unidos por España, Vietnam por Marruecos, la frondosa selva tropical por la árida y rocosa inmensidad del Atlas y, finalmente, a los agricultores de arroz por ganaderos de las montañas. El ratio de humillación se puede conservar sin demasiada ponderación.

He hablado largo y tendido sobre los años 20 (y creedme, dad gracias por no escucharme todos los días); también os he hablado del Desastre de Annual. Pero hace unas semanas un lector me pidió que hablara de Manuel Fernández Silvestre. Así que aquí estamos, esta semana os voy a hablar del General Silvestre.

El General Silvestre no era un mal tipo. Era uno de esos militares de carrera que tanto abundaban a mediados del siglo XIX. En ese siglo, si nacías en una familia militar estabas obligado a perpetuar la tradición familiar, no es que pudieras elegir profesión. Pero  tengo que reconocer que, pese a eso, he visto militares mucho peores. Como, por ejemplo, yo mismo jugando al Hearts of Iron.

“¡Corred, corred, que viene el Coco!”