domingo, 20 de diciembre de 2020

La maldición del historiador

 


Howard Carter, el célebre arqueólogo descubridor de la tumba de Tutankamón, encabezó una lista de afectados por la maldición del faraón egipcio que rellenó capítulos y capítulos de Cuarto Milenio en su momento. Pero no, dejémonos de ingleses expoliando y haciendo otras cosas típicas de ingleses, y centrémonos en la otra maldición del historiador.

Tampoco os estoy hablando de la maldición que tenemos todos los historiadores sobre nuestro futuro laboral, que esa no sorprende a nadie. Antes de desaparecer un par de semanicas, para ponerme tibio a polvorones y mazapanes enfundado en mi mascarilla FFP-2 de gran gala, me gustaría hablaros de la maldición que tenemos los historiadores respecto a la cronología.

Los historiadores tenemos el superpoder del spoiler. Podemos ver una película histórica y, si es rigurosa y correcta, ya sabemos por dónde van a ir los tiros. Y si no es rigurosa ni correcta, montamos en cólera porque nosotros queríamos hacernos los importantes porque hemos estudiado una carrera para saber de antemano el final.

Es muy fácil juzgar a alguien cuando ya sabes en qué se van a equivocar, y es muy fácil caer en el cuñadismo histórico y pensar que “esto lo arreglaba yo en un momento”. Da igual la catástrofe que sea, los historiadores la podríamos haber evitado con soluciones obvias que nadie en su momento había visto. Somos los abanderados de juzgar a posteriori las cagadas que cometen otros, pero a cambio también somos los primeros a los que la gente ignora, así que lo comido por lo servido.

domingo, 13 de diciembre de 2020

La culpa de los incendios forestales de verano la tiene Franco

 


Corría el año 1939 y España había salido de su particular guerra civil. Tres años habían dado para mucho y grandes extensiones de tierra habían quedado arrasadas o vaciadas de población. Si España estaba atrasada varias casillas respecto a Europa en el Gran Juego de la Civilización, la Guerra Civil directamente le había hecho que el resto de países nos pusieran las instrucciones en las manos y nos dijeran “léete esto otra vez y dentro de un rato pones la ficha en la casilla de salida”.

Las grandes batallas de la Guerra Civil se habían combatido en campo abierto. La toma de núcleos urbanos como Teruel o Belchite realmente eran partes mas pequeñas de un plan que se decidía en las grandes amplitudes. Con tanques y soldados por todos lados, era normal que el medio rural estuviera un poco abandonado.

Pero eso se tradujo en baja producción agrícola y hambrunas, porque apenas había nadie cultivando alimentos. Lo más recordado son las famosas cartillas de racionamiento, pero menos conocido es un auténtico intento de hacer parecer guay el campo, para intentar trasvasar la población urbana al medio rural. El problema es que, por mucha propaganda descarada que hagas, no es guay trabajar de sol a sol.

Sagrillas, el equivalente en Cuéntame al relleno de los capítulos de Naruto.

domingo, 6 de diciembre de 2020

El derecho de pernada y otras medievaladas

 


Concretamente, estoy hasta loso cojones de que la Edad Media esté consensuada como una época atrasada y oscura en la que la gente no se lavaba y vivía entre el fanatismo religioso y la superstición absurda. Porque, claro, aun no había llegado la CIENCIA™ para abrir los ojos a la gente.

Dentro de todos los tópicos absurdos, el que más me molesta es el del Ius Primae Noctis, el famoso Derecho de pernada. Ya sabéis, ese privilegio que tenía el noble de cortar probar a la novia la noche de bodas para ver si había salido buena. Uno de los ejemplos más utilizados para referirse a esa bárbara Edad Media en la que el feudalismo campaba a sus anchas por Europa y todo el mundo evitaba ducharse.

Pues bien, el derecho de pernada estaba muy mal conceptuado en la sociedad medieval. Era un abuso y no un uso de los derechos feudales. De la misma forma que, teóricamente, un señor feudal podía maltratar a sus siervos, un señor feudal podía follarse a sus siervos. Eran suyos, él era noble y estaba regido por unas leyes diferentes.

PERO.

Un señor feudal tenía la obligación de proteger a sus siervos. Si los mataba, pese a que posiblemente no se le castigara por ello, tampoco iba a estar bien visto. Ni por sus siervos (obviamente, que no son esclavos sadomasoquistas) ni por el resto de señores feudales. Tenías unos privilegios, sí, pero también había unas normas que cumplir. Como en todo juego.

- ¿A eso le llamas desflorar a una manceba? vergüenza debería darte, fantasma.
- Señor Conde, por favor, déjeme en paz. Es mi noche de bodas.
- Aparta, que te voy a enseñar como se hace mentecato.