El otro día, en plena cena de Halloween con los
amigos, alguien mencionó que la sed era el peor enemigo del soldado. Yo me
levanté, me puse el abrigo y, antes de marcharme con un portazo grité “por
supuesto, porque los soldados no tienen nada que temer de sus grandes amigos
inseparables, el Señor Metralla y la Señora bala”.
Estaba en ese momento de iluminación que tienes cuando
vas solo en un ascensor, ese momento de introspección personal en el que todo
encaja, justo ese. Como soy el dios del sarcasmo, decidí volver a ese cuarto
piso a poner las cosas claras de forma ácida y con malevolencia.
Así que volví a llamar al timbre como si fuera un niño
pidiendo caramelos. Como si esos niños tuvieran diabetes inversa y necesitaran
enormes cantidades de azúcar para vivir un día más. El caso es que cuando se
abrió esa puerta fue como si no me hubiera ido, porque es posible que todo el
párrafo anterior sólo ocurriera hipotéticamente por motivos narrativos.
Y ahora empieza lo serio. Nunca (e insisto, NUNCA)
intentes entrar en razón a un historiador furioso. Empezarán a soltar
referencias a libros gordos que sólo han leído ellos y a señalar errores por
todas partes. Son animales que no se detienen antes nada y con los que es
imposible utilizar argumentos lógicos. Simplemente no razonan.
La ciencia me da la razón.
Pero a lo que vamos. Resulta que el que hasta ese
momento había sido mi amigo realmente estaba en un error conceptual: la sed por
sí sola no es el peligro, lo verdaderamente mortal es el agua. Los verdaderos
expertos recomiendan no beber agua nunca y sustituir paulatinamente tu
necesidad de líquidos por bebidas de extractos carbonatadas y azucaradas cuyo
nombre no voy a pronunciar porque no me patrocinan.
Voy a obviar todas las batallas navales de la
Historia, porque utilizar ese argumento para demostrar que el agua es mala sería
muy fácil. Una batalla naval es a “demostrar que el agua es mala” lo que el
bacon y queso es a los bocadillos. Si quieres convencer, tienes que arriesgar,
y aquí hemos venido a jugar.
Federico I Barbarroja se fue a Tierra Santa a hacer
las Cruzadas (porque eran algo así como el Youtube de la época). Inicialmente
parecía prometedor para él, con batallas ganadas y todo lo que se espera de un
cruzado modélico. Parecía que iba a ser el antagonista perfecto para Saladino
al más puro estilo peliculero. Pero resulta que Barbarroja tenía calor y había
un río fresquito cerca.
Última foto conservada de Federico Barbarroja.
Las aguas del río Saleph eran una tentación demasiado
grande como para acordarse de quitarse la armadura, y al fondo que se fue.
Otros dicen que el caballo lo tiró de la silla, y por lo tanto no fue culpa
suya. También está la hipótesis del contraste térmico de una cabalgada por
mitad de un horno y un río de agua de montaña bastante fría, que Federico tenía
ya unos buenos sesenta años.
Y este es el primer ejemplo de por qué el agua es
mala. Porque a Federico no lo mató la sed, lo mató el agua. Bueno, el agua, un
infarto o lo de meterse en un río llevando armadura. Pero vamos, que no sería
yo mismo si no hiciera un poco de populismo barato. Al final el emperador acabó en un tonel, rodeado de honroso vinagre y no despreciable agua.
Agincourt ha pasado a la historia por el famoso
discurso de Enrique V el día de San Quintín. Lo que poca gente sabe es que por
culpa de beber agua estancada durante el sitio de la ciudad de Harfleur los
ingleses agarraron una enorme disentería porque, seamos sinceros, no quieres
que se entere la gente que te vas por la pata abajo. Porque no es lo más
glamuroso precisamente.
Lo marrón del suelo no es barro precisamente.
El agua, el malvado agua, contenía bacterias que
contagiaron a todo el mundo, independientemente de escala social. Y el tener las
letrinas cerca de las corrientes de agua no mejoraba las cosas. ¿Sabéis el mito
de los arqueros ingleses diezmando a la caballería pesada francesa? Pues imaginaos
lo mismo pero con arqueros desnudos de cintura para abajo, porque vieron que era
lo más cómodo cuando se dieron cuenta que no les daba tiempo a quitarse los
pantalones.
Pero el agua sigue siendo letal en el siglo XX. Los
holandeses se dedicaron a inundar su propio país como modo de defensa en la Segunda Guerra Mundial, una táctica muy útil (aunque ruin) cuando gran parte de tu
geografía está por debajo del nivel del mar. Una vez más, el agua siendo
enemiga de los soldados.
Y ya que nos ponemos con las guerras mundiales, vamos
a hablar de lo peligrosas que eran las húmedas trincheras de la Primera Guerra
Mundial. La humedad de la tierra era la causante de numerosos problemas
reumáticos entre los soldados, y las trincheras estancadas la razón de muchos
problemas en los pies. Por no hablar del esfuerzo que suponía mantener una
trinchera en óptimas condiciones cuando las lluvias debilitaban la estructura y
erosionan las paredes.
No, la sed no es el mayor enemigo del soldado. Es el
agua.
¿Veis? Al final sí que podía sacar una entrada de lo
del otro día.
Bonus track: Durante la Guerra Civil, las fuerzas
sublevadas volaron el acueducto de Tardienta con la intención de inundar las
posiciones republicanas. Finalmente acabaron inundando sus propias posiciones,
dejando a los republicanos completamente secos, demostrando así que el agua es
desleal y taimada (o los sublevados muy chapuceros).
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