Parece que esta será la última o penúltima entrada de
cuarentena que vais a leer. Han sido unas semanas muy bonitas, he tenido muchas
esperanzas de poder salir a saquear y sembrar el terror, pero se ha hecho lo
que se ha podido. La lista de tiendas y objetos que quería robar mientras
durara el caos no ha podido ser completada, pero se quedará guardada en el
cajón de los planes futuros, esperando a la siguiente pandemia.
Es indignante que empezara la cuarentena con abrigo
largo y ahora esté escribiendo esto en calzoncillos, porque hace demasiado
calor al lado del ordenador. Cuarentena ¿por qué me has robado esos momentos en
los que puedo salir a la calle con una simple chaqueta? Como dice la canción:
¿quién me ha robado el mes de abril?
Pero bueno, que no me quejo porque mi casa es mi zona
de confort, que suficiente me he esforzado en crear mi sanctasanctórum en el
que sentirme protegido. Un sanctasanctórum que, por cierto, en su estado
natural produciría fuertes embolias cerebrales a Marie Kondo: la principal
cualidad estética de mi refugio personal se basa en apilar cosas sin orden
aparente (aunque luego, cuando necesito algo, me pegue buscando horas).
Yo cuando acabe la cuarentena y me vea obligado a salir de casa.
Para limpiar un poco mi conciencia os voy a hacer una
descripción somera del lugar en el que paso la mayoría del tiempo: una de las
esquinas tiene una librería en la que sólo pongo libros antiguos, y ya no cabe
un tomo más. Libros que, además, se apilan en la mesilla según me los estoy
leyendo. Exceptuando esa mesilla, todas las demás superficies horizontales han
sido colonizadas por miniaturas o instrumental para pintar miniaturas. Es como
la cueva de un dragón, sólo que con muchas menos monedas de oro porque no hay
cash.
Pero ¿quién me iba a decir que esa afición por
acumular cosas me iba a salvar en caso de confinamiento? Creo que en todo este
tiempo que llevamos encerrados no he leído ningún libro que se publicara más
allá de 1943. Y, por lo menos, he desgastado dos pinceles de puro uso, pintando
miniaturas a destajo todos los días. Aburrimiento en estos días, poquillo.
Quien ríe desordenado ríe mejor.
¡Qué alegría, ya se puede salir a correr!
Creo que voy a echar de menos el confinamiento. No me
miréis raro, es que echo la vista atrás y lo he pasado bastante bien. He tenido
tiempo para el bricolaje, para mis aficiones, para ver series y películas, para
leer… hasta para jugar online con los amigos, que en situaciones normales
siempre hay alguno que tiene que trabajar o está en algún sitio. Sí,
definitivamente creo que voy a echar de menos el confinamiento.
Mientras la gente aprovechaba este primer día de
libertad vigilada para salir a correr y hacer ejercicio, yo empleaba ese
privilegio en salir con la podadora de setos a recortar la hiedra del exterior
de mi casa. De hecho, lo hice por la mañana pero podría haber salido a cualquier
hora, sembrando el caos al mezclarme con abuelos y deportistas. Pero puedo
hacerlo de manera legal, beneficios que tiene vivir en un núcleo de menos de
cinco mil habitantes.
Gracias a vivir en un pueblo me he ahorrado todas las masificaciones
de la calle, y todos los deportistas de pandemia. Que no se puede aflojar un
poquico el confinamiento, que os dan la mano y cogéis el brazo. Porque los
bares aun están cerrados, que si estuvieran abiertos estarían haciendo el
agosto antes de tiempo…
¿Vuelta a la normalidad? Mejor "vuelta a la
subnormalidad".
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