domingo, 19 de abril de 2020

Joder, sigue siendo mi primera cuarentena






¿Os acordáis cuando se podía salir a la calle? Cuando el viento nos acariciaba la piel, los niños gritaban en los parques, no mirábamos con envidia a los que paseaban perros y Madrid tenía una cúpula de contaminación que mantenía a los madrileños dentro de su ciudad.

Ahora mismo podría hacer un montón de chistes sobre el éxodo madrileño, que parece que odiarles es la moda. Pero no lo haré. Porque tengo amigos madrileños que no se merecen eso. Y porque ya se han hecho todos los chistes habidos y por haber en Twitter, y hacerlos aquí sería repetir y repetir lo mismo.

Ser odiados por el resto de España es el precio que pagó Madrid por tener tan deliciosa agua.

Lo cual me lleva al siguiente punto de esta semana:

Dejemos de lado lo de “el ser humano es el virus”. Ni los animales son seres inocentes de bondad absoluta ni nosotros somos moralmente perfectos. Gilipollas hay en todos sitios, y gilipollas egoístas que solo piensan en ellos y “que los que vienen atrás apechuguen” abundan mucho más de lo que crees. En conclusión, que el virus sigue siendo el virus, y nosotros gilipollas. No hay más vuelta de hoja, señor juez.

Por mi parte, estoy dejando de ver la cuarentena como algo positivo. No porque no pueda estar encerrado un par de semanas más, que eso lo hago con los ojos cerrados y sin despeinarme. Es porque la emoción de estar viviendo algo histórico, de estar encerrados en casa, de lo nuevo, ha sido sustituida por la urgente necesidad de hacer cosas.

Ayer me sorprendí a mi mismo a las dos y media de la madrugada viendo vídeos de mapaches. Y ojalá fuera un chiste.

Al principio de la cuarentena estaban las películas y los videojuegos, el pasar el tiempo entretenidos y olvidar las alarmantes cifras de contagiados y muertes. En otras palabras, cuando todo esto empezó hubo una eclosión de “carpe diem” del ocio de interior. Un festival de la procrastinación primaveral en la que tú mismo eras la cabeza del cartel, y tocabas en el escenario principal de tu propia casa.

Pero todo lo bueno se acaba. Cuando la gente se fue dando cuenta de que esto era para largo, que esas “dos semanitas” se convertían en un mes, y luego el presidente aparecía amenazadoramente diciendo “nos estamos planteando alargar el confinamiento dos semanas más”, pues empezaron a crecer las necesidades de aprovechar el tiempo ese que estamos encerrados en nuestras casas.

Colgar cuadros, mover muebles, redecorar, hacer limpieza de cosas viejas, aprovechar para ir sacando la ropa de verano y recogiendo la de invierno… todo eso ha estado en algún punto en mi lista de tareas pendientes. Doy gracias a Dios de que las tiendas de bricolaje no son empresas de primera necesidad, y por lo tanto deben permanecer cerradas, porque estoy viendo como me habrían obligado a pintar la casa por lo menos una vez por semana, para no perder ritmo.

Y la verdad es que es muy difícil convencer a alguien para que limpie usando el tan manido “y si viniera alguien a casa y viera todo este desorden ¿qué pensaría?”. Si ni va a venir nadie, ni se le espera.

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