¿Os acordáis cuando se podía salir a la calle? Cuando
el viento nos acariciaba la piel, los niños gritaban en los parques, no
mirábamos con envidia a los que paseaban perros y Madrid tenía una cúpula de
contaminación que mantenía a los madrileños dentro de su ciudad.
Ahora mismo podría hacer un montón de chistes sobre el
éxodo madrileño, que parece que odiarles es la moda. Pero no lo haré. Porque
tengo amigos madrileños que no se merecen eso. Y porque ya se han hecho todos
los chistes habidos y por haber en Twitter, y hacerlos aquí sería repetir y
repetir lo mismo.
Ser odiados por el resto de España es el precio que pagó Madrid por tener tan deliciosa agua.
Lo cual me lleva al siguiente punto de esta semana:
Dejemos de lado lo de “el ser humano es el virus”. Ni
los animales son seres inocentes de bondad absoluta ni nosotros somos
moralmente perfectos. Gilipollas hay en todos sitios, y gilipollas egoístas que
solo piensan en ellos y “que los que vienen atrás apechuguen” abundan mucho más
de lo que crees. En conclusión, que el virus sigue siendo el virus, y nosotros
gilipollas. No hay más vuelta de hoja, señor juez.
Por mi parte, estoy dejando de ver la cuarentena como
algo positivo. No porque no pueda estar encerrado un par de semanas más, que
eso lo hago con los ojos cerrados y sin despeinarme. Es porque la emoción de
estar viviendo algo histórico, de estar encerrados en casa, de lo nuevo, ha
sido sustituida por la urgente necesidad de hacer cosas.
Ayer me sorprendí a mi mismo a las dos y media de la madrugada viendo vídeos de mapaches. Y ojalá fuera un chiste.
Al principio de la cuarentena estaban las películas y
los videojuegos, el pasar el tiempo entretenidos y olvidar las alarmantes
cifras de contagiados y muertes. En otras palabras, cuando todo esto empezó
hubo una eclosión de “carpe diem” del ocio de interior. Un festival de la
procrastinación primaveral en la que tú mismo eras la cabeza del cartel, y
tocabas en el escenario principal de tu propia casa.
Pero todo lo bueno se acaba. Cuando la gente se fue
dando cuenta de que esto era para largo, que esas “dos semanitas” se convertían
en un mes, y luego el presidente aparecía amenazadoramente diciendo “nos
estamos planteando alargar el confinamiento dos semanas más”, pues empezaron a
crecer las necesidades de aprovechar el tiempo ese que estamos encerrados en
nuestras casas.
Colgar cuadros, mover muebles, redecorar, hacer
limpieza de cosas viejas, aprovechar para ir sacando la ropa de verano y
recogiendo la de invierno… todo eso ha estado en algún punto en mi lista de
tareas pendientes. Doy gracias a Dios de que las tiendas de bricolaje no son
empresas de primera necesidad, y por lo tanto deben permanecer cerradas, porque
estoy viendo como me habrían obligado a pintar la casa por lo menos una vez por
semana, para no perder ritmo.
Y la verdad es que es muy difícil convencer a alguien para que
limpie usando el tan manido “y si viniera alguien a casa y viera todo este
desorden ¿qué pensaría?”. Si ni va a venir nadie, ni se le espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario