Estoy hasta los cojones de la Edad Media.
Intestas desconectar un poco de tu día a día,
enciendes la televisión y te pones a ver una película. “Anda, transcurre en la
Edad Media” piensas. Media hora después ya has sufrido tres embolias y un
infarto cerebral que pasaba por ahí. Las batallas medievales en las películas
dan todo el asco.
En primer lugar, lo que más llama la atención son las
flechas de fuego que usa todo dios. Existir, existen, pero son una flechas que en
vez de punta tienen una “jaula” para
poner dentro material inflamable y lanzarlo lejos, básicamente es una
forma de intentar prender fuego a los techos e iniciar fuegos durante un
asedio. La capacidad de perforación es nula, y rebotarían contra cualquier
superficie (y eso incluye el cuerpo de una persona) para caer al suelo de forma
inofensiva. Por no hablar del alto porcentaje que se apagan en pleno vuelo por
el simple hecho del aire que genera un desplazamiento rápido.
Los arcos y las ballestas tienen cierto poder de
penetración, pero no se clavan en lar armaduras como si fueran de papel. El
poder de penetración suele venir dado por el tipo de punta que se utiliza en la
flecha o el virote, por lo que tiene que haber cierta planificación antes de la
batalla. Tampoco puedes disparar desde medio kilómetro de distancia porque las
puntas de flecha pesan y el proyectil pierde la fuerza tan necesaria para
perforar.
Olvídate de tener un arco tensado tiempo y tiempo a la
espera que el mandamás de turno de la orden de disparar, es jodidamente
cansado. En la cultura popular se ha puesto el arco como el arma preferida para
las mujeres porque como que las mantiene alejadas del combate cuerpo a cuerpo,
que es sucio y más de hombres. Pero en realidad se necesita unos brazos la
hostia de fuertes para tensar la cuerda bien. Si puedes viajar en el tiempo, no
retes a un duelo de pulsos a un arquero medieval, te lo digo yo.
El siguiente tópico también va de armas: la espada. En las películas todo el mundo lleva una espada y, si molas lo suficiente, dos. En la vida real era mucho más común utilizar la lanza por dos simples razones: economía de materiales y economía de tiempo. Simplemente párate a pensar el metal que se gasta en hacer una espada y luego súmale la materia prima para hacerle la funda y todo eso (y por favor, nada de llevar la espada en la espalda, tus brazos no son lo suficientemente largos para hacer el arco que describe un arma que se desenfunda). En comparación, una lanza gasta mucho menos materiales.
Y lo mismo ocurre con el entrenamiento: no es
suficiente con agitar una espada delante de ti y esperar que tu enemigo se meta
en el molinete de bordes afilados, necesitas técnica, saber parar los golpes y
saber cuándo conviene un golpe cortante o uno punzante. Una lanza mantiene al
enemigo a una distancia prudencial y ya sabes que la punta afilada es la que
hace daño, y que solo puede usarse para pinchar.
El noble de turno era el responsable de convocar y
armar a su mesnada en tiempos de guerra, pero eso no quiere decir que todos
fueran perfectamente uniformados y equipados, ni mucho menos. Todo ejército
medieval tenía un núcleo duro de soldados profesionales acostumbrados a pelear,
herederos de la tradición militar, veteranos del “dónde clavar qué” para matar
a una persona. Estos muchachos solían llevar cotas de malla o, más adelante,
armaduras parciales.
Fuera quedaba el pobre soldado de leva, que llevaba lo
que podía permitirse. Como ya hemos visto, una lanza, un escudo y algún
cuchillo al cinto. Muy lejos de la imagen que tenemos de las películas porque,
no lo vamos a negar, un campesino con una lanza no impone tanto como un
caballero medieval.
La próxima semana repaso los apuntes que tengo y os
cuento la segunda parte: La batalla medieval según Hollywood.
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