La semana pasada ya dejé plantada la semilla de lo que
iba a hablar en esta. Hoy solo voy a seguir adelante, como un enajenado,
hablando de las batallas medievales que nos ha vendido Hollywood.
Ya hemos visto que en los ejércitos no había uniformes
generalizados, sino que el traje que llevabas en batalla venía dado por la
posición que ocupabas en la jerarquía militar. Una victoria, aunque fuera una
escaramuza de mierda, podía mejorar tus posibilidades de supervivencia si lograbas saquear alguna pieza de armadura.
De hecho, la batalla principal no era mas que el culmen de una serie de escaramuzas
que servían tanto para medir la fuerza del enemigo como para tocarle los
cojones y disminuir su moral.
Además, olvidaos de las batallas con cientos de miles
de soldados. Por ejemplo, tanto la Batalla de Muret como la de Bouvines (dos
batallas que se consideran ESENCIALES para la Edad Media europea) tienen
ejércitos de en torno a los 15000 guerreros. Y, para que os hagáis una idea, en
la Batalla de Bouvines apenas hay 1000 bajas en cada bando, en comparación con
los 9000 prisioneros que hace el bando vencedor. La batalla medieval no
consiste tanto en matar gente como en desanimarla a seguir luchando.
No todos los guerreros llevaban una armadura completa,
y un enemigo acorazado era el equivalente en la época a ver un tanque avanzando
hacia ti. Los golpes cortantes de las armas de filo hacen bien poco a una
armadura de placas, y esa es la razón por la que se empezaron a usar martillos,
porque es más fácil aplastar al que está dentro deformando la armadura que
intentar cortar el metal. Las alabardas surgen por la misma razón, como
bisabuelos de los modernos abrelatas.
Pero pongamos que no tienes un martillo ni una
alabarda a mano, y un mancebo rechapado avanza hacia ti con sed de sangre en
los ojos. Hollywood nos ha enseñado que las espadas pueden cortar cota de malla
e incluso corazas si lo deseas con suficiente fuerza ¿verdad? Bueno, pues la
realidad es menos limpia: ese panzer del siglo trece está superado en número
por desgraciados como tú. Simplemente tiradlo al suelo y aprovechad para
inmovilizarlo. Luego acuchilladle todo lo que podáis por las rendijas de la
armadura como si estuvierais jugando al whack-a-mole.
También eran efectivas las cargas de caballería, pero
había que utilizarlas con sabiduría. Olvidaos de las escenas de caballeros
atravesando líneas y líneas de infantería como si fueran rohirrim en los Campos
del Pelennor. La caballería se usaba como un mazazo: cargar, golpear fuerte y
retroceder para volver a cargar y golpear fuerte. La principal característica
de la caballería pesada era la inercia, y tras la colisión inicial los
caballeros son presa fácil si son rodeados.
Porque esa es otra, nada de combates caóticos en los
que los dos ejércitos se mezclan en un millar de combates individuales en una
especie de pogo con objetos cortantes. Además, desaconsejo eso de atravesar los
últimos quinientos metros que te separan el enemigo a la carrera. Tampoco es
recomendable dar volteretas o saltos épicos en mitad del combate por la simple
razón que, en la fracción de segundo que tardas en volver a ubicarte, un fulano
puede haberte metido una puñalada en las costillas.
Una batalla como nos las enseña Hollywoof, en la que
todo el mundo la palma, es demográficamente insostenible. Después de todo, si
vencías al enemigo y te quedabas sus tierras, ibas a necesitar siervos vivos que las cultivaran y te pagaran
el diezmo. De nada servía tener un feudo la hostia de grande si no tenías a
nadie a quien exprimir con impuestos.
Y no sé si la semana que viene escribir sobre los
asedios según Hollywood, o me estoy alargando ya demasiado. Pero es que me
gustaría hablar del aceite hirviendo.
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