De la misma forma que las batallas eran dos grupos de
personas avanzando lenta pero constantemente hacia el otro, los asedios eran
menos emocionantes que en las películas. Había menos épicos asaltos y destrucciones
de edificios y más esperar detrás de una zanja a que los de dentro del castillo
se cansarán de estar dentro del castillo.
La forma más rápida de tomar un castillo es tomarlo al
asalto. Vaya sorpresa ¿verdad? Pues es la realidad. Eres discreto, envías un
pelotón de soldados que corran lo suficiente como para entrar en el recinto
antes de que los habitantes cierren las puertas y lanzas rápidamente al resto
del ejército para que no los masacren mientras dejan las puertas abiertas.
Fácil, sencillo, inclusivo. El problema es que esos pequeños grupos eran
fácilmente apuñalables si el atacante no era lo suficientemente rápido.
Siguiente método para tomar un castillo. Si era de
madera, préndele fuego y hazte tu propia entrada. Es sorprendente lo inflamable
que es la madera cuando le pones interés en destruirla, y las primeras
fortificaciones defensivas aprendieron esto por las malas, razón por la cual la
piedra (que arde bastante peor que la madera) acabó por imponerse como material
predilecto.
Pero claro, en contra de lo que nos han vendido en la
películas, tienes que tener cuidado con el destrozo que haces al castillo que
estás intentando conquistar. No vas a destruir una torre con el primer tiro de
catapulta, porque una buena torre de piedra no es un castillo de naipes
(especialmente si es redonda), pero tampoco conviene que te dejes llevar por el
entusiasmo. De nada sirve quedarte con un montón de escombros porque
necesitarás las defensas en pie cuando los familiares del anterior dueño
intenten recuperar la fortificación. Porque para eso sirven los lazos feudales.
Así que la mejor forma de tomar un castillo sin poner
en peligro sus torres y murallas, tras las que te ibas a cobijar una vez
hubieras ventilado las habitaciones, era el asedio. Los asedios son una carrera
a contrarreloj entre atacantes y defensores por ver quién sucumbe antes a las
epidemias.
Los defensores tienen un suministro finito de agua y
comida en sus almacenes, pero los sitiadores no están mucho mejor. Recuerda, si
eres el asediador, que alimentar a un ejército entero cuesta mucho esfuerzo.
Aunque des rienda suelta al saqueo para que tus tropas vivan de lo que puedan
encontrar en los alrededores, llegará un momento que tendrán que separarse lo
suficiente de las fuerzas principales como para que las líneas de suministro
dejen de ser estables. Por no hablar lo de ser un blanco fácil a emboscadas.
El agua nos lleva al siguiente punto que quiero tratar: el aceite hirviendo. Como presupongo que vosotros no tenéis olivar, voy a considerar que no sabéis la de kilos de oliva que hacen falta para producir un litro de aceite, lo cual lo hace bastante caro. Tirar aceite hirviendo, por mucho que te guste hacer torreznos con la piel de tus enemigos, es como arrojarle monedas al rojo vivo: un derroche. Y lo mismo ocurre con el agua: si estás asediado y tu agua es finita, no querrás tirársela a tus enemigos, por muy caliente que se haya puesto. Lo mejor era tirar arena al rojo. ¿Sabes lo que jode caminar por una playa un mediodía de agosto? Pues imagínalo por todo el cuerpo.
Vale. El asedio se está alargando, los asediados están
durando más de lo que esperabas y tus hombres se están impacientando. Ha
llegado la hora de estirar los músculos y tomar esas murallas. Quieres mantener
todo intacto, así que rechazas la idea de hacer una zapa que hunda los muros, y
optas por empezar a construir máquinas de asedio.
El de Bricomanía cobraba mucho por el asesoramiento y
tiráis por el equipamiento más básico: la escalera. El brasas de Polibio, y los
griegos clásicos saben mucho de ser brasas, decía que la mejor escalera es la
que se pone en un ángulo de 60º del suelo y 30º de las almenas, formando un
triángulo rectángulo perfecto con la base de la muralla. Normalmente se podían clavar
al terreno con cuñas de madera para evitar el vergonzoso espectáculo de una
escalera escurriéndose.
¿Sabéis ese momento tan cinematográfico en el que los
soldados se caen al vacío (gritando) porque un fulano les ha empujado la
escalera desde las almenas? Pues hace falta una fuerza ENORME (de varios
hombres) para conseguir derribar la escalera y que ese pobre hombre caiga hacia
su muerte. Y de todas formas, los que suben por la escalera no son tontos y
antes que aceptar su fatal destino harían esfuerzos por contrarrestar las
fuerzas de empuje. En cualquier caso, que subir por una escalera de asedio no
era un concurso de tiro al pato como nos lo pinta Hollywood.
Arietes: muy útiles si las puertas del enemigo son de
simple madera y una alarma de Securitas; no tan efectivos si han reforzado las
puertas con un rastrillo de hierro o un puente levadizo. Las torres de asedio
¿tú sabes lo que cuesta construir y arrastrar una torre de madera? Por no
hablar que un foso o un pequeño desnivel va a hacer que la torre se caiga al
suelo si no tienes cuidado. Y todos sabemos que eso va a ocurrir porque eres un
chapucero.
En fin, que todo este jaleo con los asedios para que
un chino invente la pólvora, se hagan cañones y ya no sirva nada.
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