El Imperio
Bizantino es un clásico que está siempre presente en los juegos de Paradox,
como una especie de meme interno, como si fuera el culmen de la idea de imperio
poderoso. Pero no siempre fue el remanso de paz y obediencia imperial que cree
todo el mundo que fue.
Si, el Imperio
Bizantino sobrevivió mil años a su hermano occidental, pero tuvo sus altibajos
y “sus cosillas”: transformaciones, contradicciones y decadencia. Cuando llegó
su final no fue un “pero ¿qué ha pasado? ¿cómo es eso posible?” sino un “Ah,
claro, ya era hora”.
Bueno, que es el
año 532 y Constantinopla está calentita. Por un lado, el cristianismo aun no
está demasiado definido y numerosas herejías basadas en detalles absurdos se
parten la cara por ver quién es más cristiano. Por otra parte, los impuestos no
le gustan a nadie, y si son para sobornar a los persas y otros pueblos
(inferiores, por supuesto) de la frontera para que dejen de molestar, aún
menos.
Comienza una
carrera de carros en el hipódromo y eso es como pitar al Rey en un partido de
fútbol, que lo que se espera que distraiga al populacho, se convierte en un
escrache a los políticos (skrachoikos, en griego inventado). El grito de
batalla de los rebeldes podría parecer el de un pokemon, pero es que “niká”
significaba “victoria”. Justiniano y Teodora tienen que salir por patas del
estadio mientras se desataba el disturbio gordo.
Los revoltosos
salen del hipódromo y se lanzan a las calles, saqueando edificios oficiales y
liándola parda. Y eso incluye meter fuego a la iglesia de Hagia Sofia, porque
sí, porque podían. Se convoca gabinete de emergencia en la casa de Justiniano y
acuden todos los buenos y leales hombres a ver qué dice el emperador que se
hace.
Los insurrectos nombraron emperador a Hipatio, el sobrino del ex-emperador Anastasio I, quien tiene una política de “de mandanga nada, a mi no me perjudiquéis” pero tampoco sabe parar los pies a la turba y le cuelgan el sambenito. Total, spoiler: el pobre hombre al final acaba recibiendo matarile como el resto, sin comerlo ni beberlo.
Justiniano decide
que van a ir a lo fácil. Eso significa hacer las maletas (y eso incluía
llevarse todo el tesoro real, que no lo iban a dejar en manos del Círculo
Podemos Constantinopla) y abandonar la capital, y ya la recuperarían desde el
exilio o algo. Que imperios romanos hay por cualquier parte y se consiguen
fácil. Si los rebeldes se quieren quedar con Constantinopla, que se la queden,
hay ciudades mejores por ahí queriendo dar asilo a un antiguo emperador.
Teodora dijo “mira, sois todos una panda de cagaos, a mi sólo me sacáis de Constantinopla con los pies por delante” pero como quedaba muy macarra, Procopio de Cesarea escribió que dijo "la púrpura es una excelente mortaja". Ante esa demostración de “nos quedamos en casa, que no tengo ganas de salir” propia de un domingo por la tarde, la corte se quedó en la capital y los generales Belisario y Mundus, leales al emperador, pasaron a cuchillo a treinta mil rebeldes de los del estadio. Teodora era la firme matrona romana sobre la que se cimentaba el carácter y la sangre del glorioso Imperio Romano.
NOTA: es posible que la emperatriz no fuera tan sexy en la realidad.
Pero Procopio
también dijo lo contrario, y en su “Historia Secreta” puso fina a la emperatriz
Teodora. Decía todo lo contrario a lo que había dicho en “Sobre los edificios”:
ya no era la emperatriz regia, sino algo similar a que Teodora habría amasado
un buen dinero en Onlyfans, porque para ser emperatriz tenía la moral un poco
sueltecilla. No ahorra detalles para describirla como una mala pécora que solo
disfruta con el vicio y el fornicio. Y conspirar, claro, conspirar como la mala
mujer que era.
Con esto quiero
decir que es muy importante llevarse bien con los historiadores. No porque la
gente nos vaya a hacer mucho caso en su momento (que no lo hacen), sino porque
siglos mas tarde otros historiadores encontrarán lo que hemos escrito y nos
harán caso.
Y, entonces, vaya
palo, ¿no?
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