Mientras la lava sigue fluyendo en las Canarias, haciendo mucho más por expandir el territorio español que todos los Borbones juntos de los últimos 200 años, ha llegado el momento de volver a escribir. Al igual que el volcán, voy a hablaros de algo que se alargó demasiado.
A ver, ya habéis
leído el título así que no hay razón para mantener el misterio. La Guerra de
los Cien Años. Que en realidad el nombre lleva a confusión, porque de 1337 a 1453
van ciento dieciséis años. Pero pa’l caso, enemistades que duran un siglo.
Matanzas que trascienden generaciones. Si los franceses son odiosos y los
ingleses son odiosos, imagina lo que se deben odiar entre ellos.
Por culpa de
relaciones feudo-vasalláticas la hostia de complejas, los ingleses tenían
control de tierras fuera de las Islas Británicas, cosa que a Francia no le
molaba nada de nada. Básicamente el rey de Inglaterra era Rey de Inglaterra y de
un cachito de Francia porque, bueno, heredar le había salido gratis.
El caso es que desde
la batalla de Hastings (1066), cuando los normandos (franceses) habían vencido
a los sajones (britanos), Inglaterra estaba en manos del linaje del Duque de Normandía.
Por su parte, los franceses no veían ningún problema siempre y cuando el Duque
de Normandía siguiera sumiso a la corona de París.
Dicho de otra
forma. ¿Sabes cuando, en un trabajo de grupo, hay una persona que trabaja y
trabaja mientras el resto no hace nada, y al final quiere llevarse todo el
mérito? Pues ese es el inicio de la Guerra de los Cien Años: un mal vasallo que
ha tenido mucho éxito conquistando y se está replanteando si le convence eso de
seguir sumiso a un poder que está mas o menos a su nivel. Franceses desleales, me
pinchas y no sangro.
La Guerra de los
Cien Años es en realidad una Guerra Mundial a lo medieval. Todos los países vecinos
de Francia intervinieron en su contra o a su favor, dependiendo de quién
estuviera en el trono en ese momento y lo bien que se llevaran las diferentes
dinastías. Dependiendo de la temporada,
las hostilidades eran más cruentas o estaban más de colegueo, porque una cosa
era querer matar al enemigo, pero otra cosa muy diferente era dejar sin
cultivar las tierras y no cobrar los dulces, dulces diezmos y tributos.
Lo divertido es
que la mortandad no la provocaban las batallas en sí, sino las consecuencias
que derivaban de ellas. Muchos de los mercenarios no aguantaban la temporada
baja y se dedicaban a asolar la campiña, a ver que encontraban en los bolsillos
de los pobres campesinos. Tierras abandonadas, hambrunas… el abono ideal para
una enfermedad que seguro que os suena. La Peste Negra, eso si que se cobró
victimas y no la guerra en sí.
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