Estoy
completamente seguro que la Inglaterra victoriana era una broma de mal gusto
que no pillamos en su momento. Que la cámara siguió grabando porque nadie se
acordó de avisar a la gente que todo era una cámara oculta, que ya podían
comportarse normalmente.
Qué bonita la Inglaterra
victoriana. Sus señores Darcy, sus palacios bonitos, el transporte en tren, sus
exposiciones internacionales… en general se recuerda y envidia a la Inglaterra victoriana
por todo lo bueno que disfrutaban las élites y la aristocracia. Los putadones
venían si pertenecías a las clases menos favorecidas.
Para las clases
bajas, la Inglaterra victoriana se caracteriza por las barriadas de mala muerte
de barracones de obreros, las chimeneas escupiendo un humo más negro que el
sobaco de un grillo, la explotación laboral (tanto a adultos como a niños) y
señores con chistera fumando puro y llevando chaleco conjuntado con
bigote-patilla.
La Revolución Industrial concentró la potencia fabril en zonas muy concretas, potenciando enormes ciudades fabriles. De la noche a la mañana la mano de obra cambio del campo a las ciudades, y de la noche a la mañana se necesitaron cientos de hogares para familias pobres, que se hacinaron miserablemente en barriadas que era mejor evitar. Pobreza, suciedad y enfermedad camparon a sus anchas.
También hay que destacar lo de los niños trabajando en fábricas porque “mira que divertida es la explotación infantil”. La época victoriana es la época dorada de los niños a los que les falta una extremidad porque las máquinas a vapor tenían la costumbre de comer deliciosos bracitos de niño. Y a nadie le importaba, porque niños había por todos sitios, y eran como pequeños delincuentes. Un niño con un solo brazo robaba el 50% que un niño con los dos brazos intactos. Y las minas de carbón eran mejores si las hacían niños, porque necesitaban pasillos más pequeños.
La gente era tan pobre que comenzaba uno de los trabajos más extraños del mundo del hampa: los ladrones de cadáveres. Porque resulta que las facultades de medicina querían diseccionar cadáveres, pero la gente de bien que la amochaba prefería ser enterrada con respeto. Así que los pobres robaban los cadáveres de los aún más pobres (o creaban cadáveres a partir de gente viva a la que nadie iba a echar de menos) y se los vendían bajo mano a las facultades de medicina.
Por no hablar de los problemas que ocasionaban las morales disolutas. Si tu bolsillo se lo podía permitir, podías conseguir todo el opio y la cocaína que tu cuerpo pudiera soportar. Si tu bolsillo no se lo podía permitir, podías conseguir todo el opio adulterado y la ginebra que tu cuerpo pudiera soportar.
Si la droga no
era lo tuyo, por unos peniques podías coger en Whitechapel un picor extraño en
la ingle. Cuantos menos peniques te gastabas, más posibilidades de conseguir
efectos exóticos en tu sistema reproductor, y convertirlo en un catálogo
expositor de enfermedades venéreas. Una vez más, si tenías dinero, la moral no
significaba nada, y podías dar rienda suelta a tu pirulín y sus oscuros
fetiches.
Y todo eso si
vivías en Inglaterra. Si eras pobre o vivías en las colonias, fuera de Europa,
date por jodido. Si vivías en sitios conflictivos como Hong-Kong, lo mejor que
podías hacer era asumir posición fetal y llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario