Marruecos y
España han sido los típicos hermanos que tienen muchas cosas en común pero que
se están peleando todo el rato porque las cosas que les diferencian, les
diferencian mucho. Yo lo tengo claro: Marruecos y España son dos hermanos
metidos en una habitación peleándose a gritos por ver a cuál de los dos quieren
mes sus padres. Nada nuevo bajo el sol.
Sirva esta entrada para repasar un poco los antecedentes antes de meternos entre pecho y espalda el cachopo que son las relaciones entre los dos países en el siglo XX (el mejor siglo de todos, si me pregunta el lector, muy por delante de ese infame siglo XIX). Así que abróchense los pantalones bien fuerte porque en este viaje se les pueden caer al suelo de manera cómica.
Podemos ir a lo básico: las relaciones diplomáticas entre los dos terruños comienzan cuando el califato Omeya decide abrir una sucursal franquiciada en el Reino Visigodo, okupando el local y echando a los propietarios anteriores, que tenían nombres muy sonoros como Eurico o Recaredo. Todos conocemos lo que ocurre en el 711 y, bueno, no parece un buen punto de partida.
Aunque si somos
sinceros, la cosa puede remontarse al periodo romano, cuando ambos territorios
eran simples provincias del Imperio Romano, y ambas importaban bastante poco
comparadas con la capital del imperio, Madrid Roma. Pero en ese tiempo
se llevaban medianamente bien, así que no vamos a tenerlo en cuenta porque
entonces el humor se pone triste.
El caso, que las
tribus del norte de África cruzan el Estrecho, la batalla del río Guadalete,
Toledo, bla bla bla. Se consigue expulsar a esos malvados musulmanes de nuestra
amada Península Ibérica en 1492 y todos somos felices porque ya podemos volver
a comer jamón. ¿Todos? No. Algunos sectores musulmanes radicales quieren
recuperar Al-Ándalus y poder visitar la Alhambra sin tener que sacar el
pasaporte.
Los Reyes Católicos no se contentaron con el Reino de Granada y dijeron “mira, vamos a pasar un momento a África a ver qué conquistamos por ahí, por las risas” al ver que tenían un ejército ya movilizado, que es lo más difícil de hacer cuando vas a la guerra. Y conquistaron Melilla, que era un villorrio ruinoso y devastado que no costó demasiado esfuerzo.
Por relaciones
dinásticas chungas, de esas de las que las casas nobles están llenas, Felipe II
recibe Ceuta en el siglo XVI. Los anteriores propietarios, que apenas la habían
usado, fueron los portugueses. Portugueses: enemigos la mayor parte del tiempo,
colegas cuando nos van a dar cosas.
Siguiente parada: 1780. Marruecos estaba al lado de casa, así que hacerse el digno y no comerciar con ellos eran opciones de lucro que se perdían. Y como el afán de lucro es como el amor, que todo lo puede, se firma el Tratado de Aranjuez, que permitirá el libre comercio entre puertos marroquíes y españoles. Y amistad eterna que duraría aproximadamente setenta años
Principal eje de amistad entre Marruecos y España en el siglo XIX.
Porque para
mediados del siglo XIX estalla una guerra entre los dos países por las
incursiones que hacían los rifeños a las ciudades españolas. España ganó la
guerra, pero solamente porque no se le murieron todos los soldados de
disentería en el camino a Tánger y Tetuán. Y, obviamente, en el Tratado de
Wad-Ras (1860) intentamos rascar el máximo de cosas posibles al país perdedor.
Pero no nos
conformamos con lo conseguido con el Tratado de Wad-Ras, y seguimos poniendo la
mano y carraspeando, intentando ver si Marruecos cogía la indirecta y nos daba
más cosas, sin tener que ir y quitárselas por la fuerza.
Pero eso ya
pertenece al siglo XX, y toca contarlo otro día.
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