El dos de mayo en
Madrid es una fecha en la que hay constantes follones. Primero, ocurre nosequé
en 1808, y ahora en 2021 ocurren unas elecciones. ¿Es que nunca se va a acabar
este desfile frenético de acontecimientos? En fin, que os voy a contar lo de
1808, porque es un poco pronto para hablaros ya de lo de 2021.
Partimos de que
es siglo XIX español y que, por lo tanto, ya está mal todo desde el principio.
El perro ladra, el agua moja, y el siglo XIX español es un desastre. Napoleón
nos había pedido pasar por nuestro país “para una cosa” con el Tratado de
Fointanebleau y se había llevado “de vacaciones” a Bayona al rey Carlos IV y a
su hijo Fernando VII.
Madrid estaba
ocupada por tropas francesas, que no eran enemigas, pero era obvio que algo
estaban tramando. Más o menos lo que pasa ahora mismo con los turistas
franceses que vienen pese a la pandemia, que por mucho que digan que vienen a
visitar museos tú sabes que vienen a ponerse ciegos a alcohol y a mearte en el
portal. En el siglo XIX la gente ya lo sabía, pero se hacía la loca.
La gente ya había
visto como se habían llevado al rey y a su futuro heredero “invitados” a Bayona
para una cosa que, en palabras literales de Napoleón “no es en absoluto un plan
para que abdiquéis y poner al mando a mi hermano Pepe”. Cuando se extendió el
rumor de que se iban a llevar al resto de la familia real, la gente empezó a
tener miedo de quedarse sin sangre azul en la recámara y se liaron la manta a
la cabeza.
La gente creyó
que estaban secuestrando a su Familia Real y atacaron a los franceses en el
Palacio Real. Los franceses, por su parte, se pusieron nerviosos y empezaron a
disparar a la multitud, entre los que hubo muertos porque es lo que tiene
disparar armas delante de gente en una especie de ruleta rusa con participación
forzada, que a alguno le vas a dar.
El segundo error
de los franceses había sido disparar contra la multitud. El primero, haber ido
a Madrid. El madrileño tiene un odio larvado hacia todo lo que no es madrileño,
y los franceses no solamente no eran madrileños, sino que ni siquiera eran
españoles. Objetivo prioritario para las navajas.
Y digo “navaja”
porque era el arma más sofisticada que había en manos de la multitud
descontenta, si descontamos las armas saqueadas a los franceses a los que se
les había dado matarile. Palos, piedras, cualquier cosa podía convertirse en un
arma letal en manos de alguien lo suficientemente cabreado cuya residencia
habitual era la Villa y Corte.
El general Murat,
que en aquel momento manejaba el cotarro de las fuerzas francesas, decidió que
era momento de una represión dura para enseñar a esos madrileños lo que era
bueno. Y al descontento por el secuestro de la Familia Real se sumó la
necesidad de vengar a los muertos.
El ejército
profesional y la administración estatal se mantuvieron pasivos. Los franceses
podían hacer lo que estaban haciendo, legalmente, amparados en el Tratado de
Fointanebleau (por lo menos hasta que empezaron a disparar a la gente). Y los
funcionarios no movieron un dedo por impedirlo. Sí, es cierto que estaban en
ciudades que no pillaban muy a mano en el camino a Portugal (el objetivo
teórico de Napoleón) y sí, es verdad que había más tropas de las que nos habían
dicho, pero nadie quería enemistarse con un ejército que solo estaba teniendo
victorias hasta ese momento.
Los únicos
militares que sublevaron fueron los capitanes artilleros Daoíz y Velarde, que
se la liaron a Murat en el Parque de artillería de Monteleón. Por lo menos
hasta que fueron aplastados numéricamente por los franceses. En general, Murat
intentó asustar a la población revoltosa con una represión que hiciera que cualquier
persona racional se pensara dos veces eso de navajear a un coracero en una
callejuela.
Pero éramos españoles,
y lo de ser racionales no va con nosotros. Como respuesta a la represión
pusimos en marcha la Guerra de Independencia.
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