Escribo esto un día tarde porque decidí cometer la locura de ir al cine a ver el reestreno del Señor de los Anillos, a modo de diario público en el que esta semana os cuento mis pensamientos. Sin fotos ni nada, solo texto, por lo menos en esta ocasión.
¿Os acordáis de
un año a esta parte? Primavera de 2020, ¡qué jóvenes e inocentes éramos! Rebosábamos optimismo y creíamos que la pandemia no iba a durar mucho más. Un
verano de playa y chiringuitos parecía cernirse sobre nosotros.
“De esta saldremos más fuertes”. El video aquel de la comunidad de vecinos que celebraba bingos para entretenerse, o aquel otro en el que hacían un concurso de talentos en los balcones. Todos esos videos creados para viralizarse en whatsapp que parecían sacados de un Mr. Wonderful asquerosamente optimista. Todo tenía un sabor tan dulce que provocaba diabetes de tipo II a quien los veía.
Qué bien hace un
año ¿eh?
Pero no, somos gilipollas. Nos dejan salir a las 00:00 y, en vez de ser conscientes que nada ha cambiado, salimos a la calle a comportarnos como hooligans puestos hasta las cejas de coca. Hasta algún motivado de la vida celebró con fuegos artificiales que por fin se acababa el estado de alarma. Lo digo en serio. Alguien se pensaba que nada mejor que celebrarlo haciendo las prácticas para sacarse el B1 de pirotécnico. Y espero que el Demonio le guarde un lugar especial en el infierno a ese gilipollas.
La solidaridad
acaba cuando te quieres echar una caña, y la libertad empieza cuando termina tu
paciencia. Es así de simple. Toda esa gente que estaba en los balcones con
carteles de “todo va a salir bien” ahora están comportándose por las calles
como ingleses en Magaluf. Sabíamos que uno de los efectos secundarios que podía
producir el coronavirus era la pérdida de gusto y olfato, pero no sabíamos que
también nos volvía gilipollas, sólo que hasta que nos han dejado salir a la
calle éramos asintomáticos.
Has estado más de
un año teniendo que soportar a tu familia y has tenido que convivir con tus
seres queridos. Eso es terrible y seguramente esté penado gravemente por la
Constitución. Ningún juez te puede condenar por querer conseguir el récord al
primer coma etílico después de que las restricciones se eliminaran. El tiempo
corre en tu contra y el sentido común es de cobardes.
¿Te acuerdas de
esas vuvuzelas que estaban comiendo polvo en el trastero desde el mundial de Sudáfrica
de 2010? Pues es hora de sacarlas y recordar a tus vecinos que, para su
desgracia, has sobrevivido a una pandemia de escala mundial. Permite que te
demuestren que “de esta hemos salido más fuertes” ganándote hostias con la mano
abierta hasta erosionarte la cara.
Tener la libertad
de hacer una cosa, saber que no te van a castigar, no significa que la tengas
que hacer obligatoriamente. Aquí entra el sentido común de las personas. Aquí
entra en juego la frase tan de madre de “si tus amigos se tiran por un puente,
¿tú también? La gente es idiota, y no debería ser tratada como un ser adulto
funcional, por defecto.
Que estoy seguro
que la gente que salió el otro día a la calle a beberse hasta el agua de las
alcantarillas no es precisamente la gente de comportamiento modélico que ha
respetado la cuarentena a rajatabla. Estoy completamente seguro que eran ese
tipo de gente que salía a tirar una lata de cocacola al contenedor más alejado
de su casa. A medianoche. Acompañado de una botella de ron para el camino.
Pero también os
digo que es por ese tipo de gente por la que los parques tienen ahora suelo
acolchado, y no por los niños (que todo el mundo sabe que son de goma). A ese
tipo de gente basta con que les digas que no pueden hacer algo para que les
apetezca hacerlo con el doble de fuerza, confundiendo desobediencia civil con
gilipollez, y libertad con gilipollez aun más gorda.
A la gente no la
puedes tratar como si fueran personas adultas, porque no lo son. Hay que ponerles
leyes, un estado de alarma o movidas así para que se comporten. Toda la entrada
de esta semana, como no podría ser de otra forma, es una extensa defensa de las
autocracias paternalistas de los añ
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