Cuando alguien te
diga que la muerte nos iguala a todos, pégale una bofetada y enséñale una foto
de las Pirámides mientras le gritas a la cara “¿TÚ VAS A ESTAR ENTERRADO AHÍ?
¿TU NICHO VA A SER IGUAL?”. Déjalo con una tremenda angustia existencial,
sabiendo que cuando muera va a seguir siendo pobre. La parte buena es que, al
contrario que las Pirámides, su enterramiento no llamará la atención de los
saqueadores de tumbas.
Las Pirámides más
famosas son las tres que aparecen en todos sitios: Keops, Kefren y Micerinos.
Pero en el Egipto de los faraones hubo una autentica fiebre por enterrarse en
mausoleos piramidales y demostrar al mundo quién la tenía más gorda*. Lo que
pasa es que cuando Egipto era poderoso, las pirámides se hacían con materiales
buenos; cuando entró en decadencia como imperio… bueno, ya os lo imagináis.
Más allá del “mi
cuñado conoce a un sacerdote de Anubis que te haría la obra por la mitad”, la
construcción de las Pirámides era una obra… FARAÓNICA. ¿Lo pilláis? “Faraónica”,
porque las mandaron construir los faraones. No juzgues los chistes, sabías a lo
que venías cuando entraste a leer el blog.
Pero, inicialmente, los faraones eran más sencillos. Se conformaban con sepulcros excavados en la tierra, con una cámara funeraria buena y otra cámara funeraria de broma para engañar a los saqueadores de tumbas, no era plan que se le fueran a llevar el ajuar funerario y la comida que el difunto iba a necesitar en la otra vida. Eran los enterramientos en mastaba.
Que la mastaba
carecía de la presencia imponente que tienen las pirámides. Una construcción
rectangular de adobe (o piedra arenisca, en el mejor de los casos), colocada en
la zona occidental del Nilo (fuera de la llanura de inundación y ya en el
desierto), que cubría las cámaras funerarias excavadas debajo. Como lugar de
descanso eterno, no suena demasiado impresionante ¿verdad?
Por eso llega la
pirámide™, para el faraón sibarita y exigente.
Las primeras
pirámides no son como las conocemos, son escalonadas. Básicamente, el resultado
de amontonar piedras en forma de terrazas, paralelas al suelo, de mayor a menor
área. El pionero de todo esto fue el faraón Zoser, de la III Dinastía del
Egipto, que no se conformaba con la mastaba de toda la vida y quería innovar
en lo que a morir a la moda se refiere.
El siguiente paso
evolutivo es el engendro arquitectónico conocido como “pirámide acodada”. Una
pirámide que parece que empieza bien en la punta de arriba, pero que hacia la
mitad cambia la pendiente para hacerla más pronunciada. Como si los arquitectos
no hubieran cogido bien la idea de hacer un triángulo de piedra y se quisieran
complicar demasiado la existencia, haciendo algo que no es bonito a la vista ni
fácil de ejecutar arquitectónicamente.
Y finalmente
llegamos a la guinda del pastel del Egipto Antiguo, el sabor clásico que gusta
a todo el mundo: la Pirámide, con mayúscula, para demostrar respeto. Las moles
de piedra triangulares que todos conocemos y queremos, y que los romanos usaron
como cantera improvisada porque no tenían nada de respeto.
Los egipcios selo
curraron muchísimo, eso hay que reconocérselo. Aun no se sabe cómo hicieron
para mover las piedras esas enormes que utilizaron, pero la hipótesis mas
extendida es que usaron rampas. Muchas rampas. Rampas por todos lados por las
que subían los bloques de piedra haciéndolos rodar sobre troncos porque aun no
conocían la rueda.
Bueno, rampas y
mucha mano de obra. Cientos de obreros, que no esclavos, dedicados a
construirle el capricho al faraón temeroso de morir como un cualquiera. Obreros
que, a cambio de ser explotados laboralmente de sol a sol, comían bien y a
cambio podían ser enterrados en el complejo funerario del faraón. No dentro de
la Pirámide, pero si por los alrededores, donde no molestaran con su pobreza,
que seguían siendo un honor.
¿Y todo para qué?
Para que las pirámides se pasaran de moda como enterramiento y el crédito de su
construcción se lo llevaran los marcianos.
*La pirámide más gorda.
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