El fascismo es
alegría. Alegría mezclada con otras cosas (como violencia o nacionalismo) pero
alegría, al fin y al cabo. Porque, ¿quién no se ha sentido feliz ante la
oportunidad de calzarle una buena hostia con la mano abierta a alguien? Pues el
fascismo es esa alegría. Todo el rato. A todas horas.
Es increíblemente
como, en los años 20, todo vuelve: las pandemias, el fascismo… todo vuelve,
independientemente de que sea 1920 o 2020. De alguna forma, te da esa sensación
de tranquilidad que solo puede darla el conocer con seguridad lo que va a pasar
en los próximos años. Estoy esperando ansioso la llegada de una dictadura
militar paternalista, en 2023.
El fascismo era
el BDSM de la vida política: algo oscurillo que nunca ibas a admitir en público
que te gusta pero que, luego en privado, lo practicabas a todas horas. Pero en
las décadas de los años 20 y los años 30, el fascismo era el sistema político
más popular en Europa. Realmente popular. La capitana de las animadoras de los
sistemas políticos. ¿Qué por qué sigo con metáforas crípticas para definir un
movimiento político? Porque puedo.
Porque resulta
que la democracia estaba bien, pero de vez en cuando la sociedad necesitaba un
poco de mano dura para quitarse esos pequeños vicios morales a los que estaba abocada
si ejercía su derecho a voto de vez en cuando. El fascismo, el fascismo
original, el sabor clásico, surge de la Primera guerra Mundial. Concretamente
del sentimiento de “la democracia nos ha fallado”, que surge de la Primera
guerra Mundial.
El fascismo se
caracterizaba por suponer una modernización autoritaria, el culto a los
sentimientos (incluida la violencia, que también es un sentimiento) frente a la
razón, ultranacionalismo y rechazo a las políticas democráticas y comunistas: “Ni
capitalistas ni comunistas, somos la Tercera Vía” (algo que bien podría haber
firmado UPyD en su momento). Si el nazismo no hubiera arrastrado al fascismo a
la Segunda Guerra Mundial, probablemente ahora estaría socialmente aceptado.
Pero resulta que
no está socialmente aceptado ser fascista, y muchos fascistas tienen que hacer
malabarismos léxicos para hablar de sus ideas políticas sin decir que Mussolini
era un hombre de bien y que de Hitler sólo se ha contado lo malo. Y por eso nos
llama la atención que una muchacha hable de forma tan natural sobre el
fascismo, llegando a decir que “el fascismo es alegría”.
Porque tú y yo,
querido lector, sabemos que ocurrió desde los años 39 al 45 (36 al 45, si eres
un verdadero connaisseur de buen gusto). Y sabemos que la retórica de Ramiro Ledesma
y D'Annunzio está
superada y suenan a otra época, los problemas de ahora son otros… PERO sólo hay
que retocar un poco el discurso para atraer a todo ese sector social
desencantado.
Es indudable que
hay un fuerte desencanto con el sistema político en general, y con la
democracia en particular: el 15M ya gritaba “que no nos representan” hace 10
años. De un tiempo a esta parte parece que Falange está saliendo a escena y,
aunque al principio ni la propia Falange se lo estaba creyendo, se está
poniendo las pilas en eso de hacerse un lavado de cara juvenil y dinámico.
Los extremismos están recogiendo el descontento, desempolvando el ideario y haciendo preguntas y respuestas en TikTok. Y parece que la ultraderecha ha comprendido que hay mejores formas de captar adeptos que irse a partir caras a la salida de un partido de fútbol. El fascismo es alegría, el fascismo es jóvenes patriotas sonriendo mucho y siendo felices mientras hacen cosas patriotas.
Atrás han quedado
el combo de gafas de sol y bigotillo fino (o el de boina roja y camisa azul,
para los más puristas). VOX, en comparación, es un partido de socialdemócratas
y pusilánimes. La ideología de moda es el fascismo, sin tapujos.
Me gusta el fascismo
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