Es tremendamente bonito como la cultura occidental tiene la visión de los años 20 como una época de desenfreno y fiesta continua. Esto es porque Estados Unidos es muy poderoso culturalmente y es la visión que quiere proyectar al mundo. “Hey, mirad que guays, frívolos y locos éramos en los años 20 ¿A que te habría molado vivirlos?” pero se olvidan de la época de la Prohibición.
¿Qué Prohibición?
Pues la Prohibición que mola, la de las bebidas alcohólicas. Los bonitos años
20 que se nos olvida que ocurrieron.
El mundo
anglosajón siempre ha sido muy de reprimirse, muy de no mostrar lo que estás
pensando, muy british. Todo ese rollo de que la virtud estaba en el término
medio, que los extremos se tocan y que votar a UPyD es el voto útil. Por su
parte, tenemos a los irlandeses, que todos sabemos qué opinan sobre el alcohol.
Bueno, pues en el siglo XX, en Estados Unidos, se mezcla la culminación de un movimiento que buscaba la prohibición del alcohol (justificándose en esa moderación moralista), y un montón de inmigrantes irlandeses (y de otros países bastante tolerantes con el alcohol como Alemania) a los que les desagradaba beber agua como le desagrada beber agua a alguien que no viva en Madrid.
Obviamente, esos
inmigrantes eran mayoritariamente pobres, por lo que se asoció el consumo
desmedido de alcohol con la pobreza, y los puritanos empezaron a hacer mala
propaganda sobre el alcohol, porque traía pobreza, decadencia moral y enfermedades
a los hogares. No es como que los estratos más bajos de la sociedad solamente
tuvieran el alcohol como válvula de escape a una mierda de vida, que va.
El caso es que si
estabas de terraceo en el Estados Unidos y era en torno al año 1900, tenías la
posibilidad de que tu vermú fuera interrumpido por un montón de señoras con
hachas, que cantando salmos cristianos reventaban el bar entre tremendos
hachazos. Así se las gastaban las muchachas de Carrie Amelia Nation, como
hooligans pero cambiando el fanatismo por el fútbol por el fanatismo cristiano.
Una cosa llevó a
la otra, y al final se acabó prohibiendo la venta de alcohol a principios de
1920. Se pretendía acabar con todos esos problemas de alcoholismo, delincuencia
y prostitución que estaban asociados a la bebida. El alcohol quedó, por ley,
relegado a los usos medicinales y religiosos. Que un lingotazo de coñac es mano
de santo.
Pero resulta que
la sociedad tenía otros planes. Como, por ejemplo, seguir bebiendo alcohol pese
a estar prohibido.
El resultado fue
obvio. Mientras el alcohol era legal, se vendía y bebía en los establecimientos
habilitados y tenía cierta regulación que garantizaba su calidad. Ilegalizado,
el alcohol quedó en manos de mafias, adulterado con sustancias extrañas (algunas
bastante creativas) para aumentar el beneficio, y bebido en privado, como un
quinceañero que quiere coger un pedal rápidamente.
Los años de la
Ley Seca se convirtieron en la época dorada de los bares clandestinos, el
alcohol clandestino, las destilerías clandestinas y las borracheras
clandestinas. También disparó la tasa de criminalidad de delitos de poca monta,
los conflictos domésticos y fomentó la corrupción del propio sistema. Todo ello
hasta hacerlo insostenible, poco práctico y tremendamente impopular porque
precisamente se estaba consiguiendo lo contrario a lo que se pretendía.
La puntilla fue el
Crack del 29, que hizo que muchos políticos se empezaran a plantear que el
alcohol no era tan malo si creaba puestos de trabajo y grabarse con jugosos,
jugosos impuestos federales. El 21 de marzo de 1933 se permitió la venta de
bebidas de poca graduación (como vinos y cervezas) y, vista la buena acogida,
en diciembre ya se derogó definitivamente.
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