Después del
Sexenio Revolucionario y de una república fallida, sectores conservadores de la
población llegaron a la conclusión que eso de importar reyes del extranjero no
era la solución, que no había nada mejor que el producto nacional. Aunque ese
producto nacional hubiera venido de Francia hace un par de siglos. Porque la
croqueta también es francesa, en teoría, y bien que nos gusta a todos.
Y así comienza la
Restauración. Porque Isabel II estaba desterrada y tenía mala fama, pero su
hijo no tenía por qué arrastrar los pecadillos que había cometido la madre.
Que, si hacemos caso a las malas lenguas, esos pecadillos eran, básicamente,
lujuria a todas horas con cualquier cosa que le recordara vagamente a un pene.
El caso es que el
joven Alfonso XII se había criado en el exilio, lejos de las influencias
cazurras que tanto caracterizan a España. Esa especie de “experiencia Erasmus
del siglo XIX” lo había puesto en contacto con otras ideas y alternativas
políticas, justo lo contrario que había caracterizado a su abuelo Fernando VII.