Corre por Internet una especie de texto motivacional que te
empuja a hacer grandes cosas porque Alejandro Magno ya era el dueño de un
imperio cuando era un veinteañero. Como si el zagal hubiera llegado al mundo
con las manos vacías y hubiera, en una especie de moraleja en la que el
esfuerzo tiene su recompensa, amasado un imperio bien merecido. Alejandro
Magno, el Amancio Ortega del helenismo clásico.
No estoy diciendo que el bueno de Alex no tuviera valía, que
sobrevivir a los típicos complots dinásticos y a las obligatorias batallas
tiene su mérito. Que la Antigüedad tenía sus cosillas, y una larga esperanza de
vida no era uno de sus puntos fuertes. Pero para todos los aprendices de
terapeuta emocional os lo digo: yo tengo derecho a ser un mierdas porque mi
padre no era Filipo II, Rey de Macedonia.
Es cierto que los primeros años después de la muerte de su
parte se tuvo que dedicar a re-consolidar su poder, conquistando a todos esos
pueblos que habían aprovechado la muerte de Filipo para independizarse. Que
puede ser una putada, sí, pero es como si en herencia tu padre te lega los
ingredientes para hacer una deliciosa tarta: tienes que currártelo un poco,
pero luego disfrutas comiéndotela. Pues Alejandro con su imperio es más o menos
lo mismo, solo que con menos bizcocho.
Alejandro Magno a punto conquistar medio mundo armado solo con sus puños y un cabreo importante.
Una vez afianzado su poder en Macedonia, bajó hacia abajo a conquistar Grecia. Hizo una paradita a ver qué le contaba el Oráculo de Delfos pero, obviamente después de pagar una buena suma de dracmas, todo lo que le dijo fueron cosas buenas. Atenas se rindió sin más después de que Alejandro les prometió que no iba a arrasar la ciudad hasta los cimientos. Y cuando tuvo toda Grecia bajo su autoridad, dijo “oye, ¿y por qué no libero las polis del otro lado del Egeo?” guiñando el ojo pícaramente cuando pronunciaba la palabra “libero”.
No es que fuera un conquistador, es que le preocupaba mucho
la seguridad de la cultura griega, y una vez liberadas las colonias helenas lo
siguiente en caer fue el interior de Anatolia, para que las colonias estuvieran
seguras. Y ya desde allí, bajando por la costa mediterránea, a Egipto. En
Egipto se le apeteció Mesopotamia y una vez llegó a Mesopotamia pensó que por
qué pararse ahí y tiró recto a ver que más podía conquistar. Todo para proteger
el Mediterráneo, claro.
El gel de baño preferido por los diádocos macedonios.
¿Y para qué tanta tierra? Si quitamos el triángulo
mediterráneo formado por Mesopotamia, Egipto y Grecia, la gran mayoría del
territorio del Imperio de Alejandro era un descampado. Amplias extensiones de
nada en absoluto. Es como cuando yo voy a un buffet libre y empiezo a poner
cosas en el plato que luego no me como, pero que están ahí al alcance y pienso
que en algún momento me van a apetecer.
Pero Alejandro además de avaricioso era astuto, e iba
casando a sus generales con las hijas de los reyezuelos locales para
emparentarse con la nobleza local y no parecer un conquistador más. Él mismo,
para romper el hielo y dar ejemplo, se casó con nobles persas. Pero, menuda
contrariedad se dedicó a fundar ciudades en vez de a fabricar descendientes
(unas setenta), aunque cabe destacar que lo que tenía de urbanista le faltaba
de imaginación, que un absurdo porcentaje de esas ciudades se llamaban igual:
Alejandría. Como cuando yo creo veinte documentos de word que se llaman "Nuevo documento de Microsoft Word".
¿Creíais que iba a hablar de Alejandro Magno sin hacer el chiste de la macedonia de frutas? ILUSOS
Al final se le acabó el chollo y, como dice el viejo refrán,
la muerte nos iguala a todos. Cuentan que Alejandro se encontró con Diógenes rebuscando
en la basura y le contestó que estaba buscando los huesos de un esclavo, pero
que no los distinguía de los del padre de Alejandro. Golpe bajo, Diógenes,
golpe bajo. Unos dicen que Alejandro Magno murió envenenado, otros que de una
larga enfermedad, sea como fuere, dejó un imperio enorme y poco consolidado.
Había regiones en Asia Menor en las no tenía control, pero
él las contaba como territorios suyos. Algo así como si Alejandro se hubiera
dejado caer por un poblacho perdido de la mano de Dios y les hubiera dicho a
los campesinos “hey, ahora sois parte del Imperio Macedonio, ¿verdad?” sin
esperar a que respondan, Alejandro anota el nombre del pueblo en su lista de
lugares conquistados y se marcha. Todo guay, todo bien hasta que los campesinos
se miran entre ellos y se preguntan “¿Qué es un Imperio Macedonio?”.
Al final, a la muerte de Alejandro, sus lugartenientes se
repartieron el pastel. Aquel pastel hecho con los ingredientes de primera
calidad que le había dejado su padre.
Si no estoy a la altura de Alejandro Magno en cuanto a eso
de amasar un imperio, también espero no ser como él a la hora de morir
treintañero.
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