Las autoridades sanitarias advierten que nada de lo relatado
esta semana está inventado o exagerado con el humor cuya finalidad, todo es
dolorosamente real. No ha hecho falta inventar nada.
Desde el principio de los tiempos el ser humano ha mirado al
cielo, unas veces con temiendo lo desconocido, otras soñando con lugares
lejanos. Una vez terminada de explorar la porción de universo que llamamos
Planeta Tierra, el ser humano se preguntó en un soliloquio qué le faltaba por
pisar. Y en ese momento miró lentamente hacia arriba.
Las estrellas. El espacio. Las rocas esas que flotan en la
nada y están llenas de hombrecillos grises de ojos enormes.
Estados Unidos y la Unión Soviética estaban enfrascados en
mitad de la Guerra Fría y luchaban por ver quién de los dos conquistaría el
espacio y humillaría a su contrincante. Se habían lanzado los primeros
satélites en los años 50. Habían sacado a pasear a Laika por el espacio y Yuri
Gagarin se había podido beber un vaso de vodka en gravedad cero.
Aquí iba una broma sobre la carrera espacial española y Carrero Blanco, pero no quiero tentar a la suerte.
Pero ambas superpotencias habían ignorado a un (poco)
amenazador contrincante: no habían tenido en cuenta a los (poco) famosos
Afronautas. Zambia se acababa de independizar el 24 de octubre de 1964 y, en
vez de intentar poner fin a sequias, guerras o el subdesarrollo, anunció al
mundo que iban a viajar al espacio. La conquista del espacio exterior se iba a
llevar a cabo con unos astronautas zambianos que se autodenominaron Afronautas.
Si empiezas a ver lagunas en ese plan no sigas leyendo, no mereces saber cómo
acaba todo esto.
Edward Makuka Nkoloso había sido una de esas élites
indígenas durante la dominación colonial británica. Su educación le permitió
convertirse en profesor y su compromiso con su país lo llevó a luchar por la
independencia de Zambia. En 1960 fundó la “Zambia National Academy of Science,
Space Research and Philosophy” para cumplir su sueño: poner negros en órbita.
Porque, ante un vaso mediado de agua, Edward Makuka Nkoloso no lo veía medio
vacío ni medio lleno, Makuka veía un complejo sistema de acuíferos que llevaría
la prosperidad a su país.
El caso es que la “Zambia National Academy of Science y
blablablá” se montó una instalación para adiestrar astronautas en una
instalación agrícola abandonada. En el mejor de los casos era todo bastante…
casero. Como si el tío de Bricomanía se hubiera puesto a diseñar las cosas en
mitad de una resaca de mil demonios, después de que le hubieran cortado los dos
brazos.
Negros espaciales. Simulación creada con las más sofisticadas tecnologías sobre realidades alternativas.
Las pruebas a las que se sometían los astronautas eran, por
ejemplo, tirarlos rodando por una pendiente metidos en un barril de esos de
gasolina (para simular la re-entrada en la atmosfera terrestre) y columpios
(para simular la ingravidez del espacio exterior). Inicialmente los afronautas
tenían un único casco británico que se iban pasando según quién tuviera el
turno de entrenarse en ese momento.
Para poner en práctica todo este plan, Makuka pidió a la
UNESCO siete millones de libras. Puede parecer algo caro, pero además de los
intrépidos conquistadores espaciales, Makuka redondeó el trato metiendo en el
cohete una docena de gatos y un misionero católico para convertir a los nativos
de Marte a la fé verdadera. Pero dio órdenes explicitas de que sólo se
convertiría a los marcianos si ellos aceptaran, nunca por la fuerza.
Porque, Makuka decía que había visto nativos en la
superficie de Marte, gracias a su telescopio doméstico. Quiero decir, REALMENTE
pensaba que su telescopio puesto en la terraza de su casa superaba a los
telescopios más avanzados de las superpotencias de su momento, y que había
visto a las personitas que habitaban en la superficie marciana. Y había que
convertirlos pacíficamente al cristianismo, ese era el destino de Zambia.
E incluso en lo de enviar gatos al espacio se les adelantaron los americanos.
El propio Makuka definía a los gatos como “instrumentos
científicos”, porque su función era soltarlos por la superficie de Marte para
ver si era tenía una atmosfera respirable. El dichoso cohete espacial era un montón
de chapa soldado en forma de cilindro, en la que irían metidos los astronautas,
y pensaban ponerlo en órbita en el Independence Stadium, en Lusaka (la capital
de Zambia) cuando estuviera lleno de espectadores que presenciaran el comienzo
de la era espacial de Zambia.
Por si todo lo contado os parecía medianamente viable y eso
de lanzar un cobete en un estadio de futbol de segunda categoría no te parecía
REGULAR, hubo algunos problemas. Los afronautas estaban… “dispersos”. En una
entrevista, Makuka se quejaba que sus astronautas exigían un sueldo, que dos de
ellos se habían ido de juerga hace un mes y no se había sabido nada de ellos y
que en general todos estaban más interesados en hacerse los interesantes y
follar con fans que en explorar el espacio. La única chica de la expedición, de
dieciséis años, abandonó el proyecto después de quedarse embarazada y decidir
que su hijo nacería en la Tierra.
Contra todo pronóstico, y pese a los esfuerzos de Zambia,
fue Estados Unidos quien puso a un ser humano en la Luna el 20 de julio de 1969.
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