Hace tres años hablé de un
falso documental que hizo Évole sobre el 23-F. También hablé de una paella
para golpistas que se celebró al poco tiempo. Incluso creé una guía
para dar un golpe de estado óptimo cuando los militares de Turquía estaban
alteradillos. Pero hasta ahora no había hablado del intento de golpe de estado
del 23 de febrero de 1981. No me preguntéis por qué, no lo sé.
Ya que vamos a abrir un buen melón, vamos a abrirlo bien: la
Transición puede que fuera tan modélica como nos han dicho. Puede que hubiera
pequeñas imperfecciones que afectaran un poco al conjunto. Más o menos como
cuando en Wallapop te venden algo insistiendo que es “nuevo a estrenar”, que
probablemente haya tenido más dueños que un sadomasoquista especialmente
promiscuo.
Con esto quiero decir que ES POSIBLE que ciertos sectores
del ejército no vieran con buenos ojos la llegada de la democracia. El país
había dejado atrás la dictadura franquista pacifica, permitiendo cambiar de
chaqueta sin demasiados problemas a muchas personas. Se abría una nueva era
llena de oportunidades, no importaba lo turbio de tu pasado ni el color azul de
tu fondo de armario.
Pero habían legalizado a los comunistas. Y eso sí que no.
Santiago Carrillo y Manuel Fraga en una cita de First Dates.
El propio poder político estaba cuestionado y en crisis.
Dimisiones y abandono de carteras ministeriales demostraban que muchos
políticos que habían sido eficaces en la reconversión de los mecanismos
dictatoriales en algo más aperturista, demostraron no estar a la altura de las
expectativas democráticas.
Grupúsculos de franquistas comenzaron a conspirar, desde el
primer minuto, para derrocar los nuevos aires democráticos que venían para
España. Estas conspiraciones se catalizaron el 23 de febrero de 1981, cuando
después de la siesta un grupo de guardias civiles entraron a la fuerza en el
Congreso de los Diputados. Estamos hablando del nada desdeñable número de
doscientos guardias civiles, armados con subfusiles.
El remake español de Reservoir Dogs tiene PIN-TA-ZA.
Antonio Tejero subió a la tribuna y desde allí gritó sus
famosas cuatro palabras “¡Quieto todo el mundo!”. Gracias a las modernas
tecnologías del momento, están grabados por las cámaras de televisión esos
primeros momentos se sorpresa y de “qué está pasando aquí”. Aunque no se
emitieron en directo, quedaron en los archivos de Radio Televisión Española.
En esos instantes de estupor, el diputado y teniente general
Gutiérrez Mellado (que por aquel entonces rondaba los 70 años) se levantó y, en
virtud de su autoridad militar pidió a Tejero que se callara. Tejero, viendo
que un anciano cabreado se acercaba a él, disparó al aire varios tiros de
pistola. Los diputados se metieron debajo de sus escaños (a excepción de Suárez
y Carrillo), pero Gutiérrez Mellado no se asustó. No había sobrevivido a una
guerra civil para achantarse ahora.
Será un golpe de estado y todo lo que queráis, pero tiene mi respeto porque por los menos esos tanques están respetando el carril bus como buenos ciudadanos.
A Gutiérrez Mellado su rango militar, el ser veterano de la
Guerra Civil y el haber pertenecido al Estado Mayor durante el franquismo no le
impidieron recibir más de un par de golpes para acallarlo y devolverlo a su
escaño. Y todo el mundo estuvo mas o menos quietecito en su asiento durante una
hora.
A las siete y media el miedo había sido sustituido por
impaciencia y los diputados empezaron a removerse. Suárez le levantó y
protestó, lo que hizo que Tejero pronunciara su segundo greatest hit: el “¡Se
siente, coño!”. Media hora más tarde, Tejero cambiaba de parecer y seis
personas fueron apartadas del resto de diputados: Gutiérrez Mellado, Felipe
González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, Agustín Rodríguez Sahagún y el
propio Suárez.
Próximamente: Veintitrés efe, el musical.
Paralelamente a lo que estaba ocurriendo en Madrid, en
Valencia se estaba sublevando también el Capitán General Jaime Milans del Bosch.
Valencia estuvo ocupada por el ejército, con tanques en sus calles. El resto de
Regiones Militares se mantuvieron a la espera, a ver qué chaqueta tenían que
colocarse según fueran los acontecimientos.
La cosa es que conforme caía la noche era obvio que no
pintaba bien para los golpistas. Tejero no recibía órdenes de ningún superior y
su soledad quedó patente cuando, de madrugada, el Rey dio un comunicado que
básicamente decía algo así como “oye, a mí no me metáis en vuestros fregaos,
cabrones”. Después del mensaje real, Milans del Bosch se retiró al cuartel y
Tejero se quedó en el Congreso pensando en lo que había hecho.
Por la mañana del día 24 los diputados pudieron salir del
Congreso y Tejero negoció su rendición.
Más tarde, Tejero intentaría quitarle hierro al asunto
diciendo que era una broma de cámara oculta, que era para un trabajo para la
universidad de sociología.
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