A ver, os tengo que confesar una cosa: odio las grandes
ciudades. Madrid o Barcelona me parecen ciudades que han perdido las
proporciones humanas y, por tanto, se han deshumanizado. La ciudad no sirve al
hombre, sino que es el hombre el que muere al palo de la ciudad: grandes
distancias, trayectos eternos, contaminación, sobrepoblación…
Vamos, que soy un tío de provincias, y estoy orgulloso de
ello.
“Pero tío, si en Madrid tenemos todo lo que queremos”
quedáoslo. De verdad, no me interesa Madrid más allá de ir al Prado y a un par
de sitios más. Este es mi consejo: Madrid tres días máximo, independientemente
que “los mejores [inserte aquí lo que sea] se encuentran en Madrid”.
Pero por lo menos Madrid no tiene el calor pegajoso que
tiene Barcelona. La proximidad al mar hace que prefiera que me abran la cabeza
con una piedra y me extirpen el cerebro sin anestesia con una cucharilla para
helado a tener que viajar a la Ciudad Condal. Es un calor que te hace estar
cansado sin haberte levantado de la cama y una humedad que convierte tu
capacidad cognitiva en algo pastoso y lento.
Yo aquí leo "Romperte una pierna vs. romperte un brazo".
Y como vamos de lo más tolerable a lo menos tolerable, hablemos
del urbanismo que tiene Barcelona.
Barcelona es como Raphael: de tantas operaciones que se ha
hecho, queda algo siniestro. Aunque no os lo creáis, Barcelona tiene sus calles
medievales. Calles oscuras. Calles estrechas y tortuosas en las que te acechan
yonkis en busca de su próximo pico. En definitiva, calles con encanto.
Mira, estoy dispuesto a tragarme mi orgullo y rebajarme a considerar
Barcelona como “ciudad con buen urbanismo” incluso hasta la EDAD MODERNA. Mirad
el grado de desesperación urbanística, que llego a considerar la EDAD MODERNA
como algo BUENO. Y esto es porque en la Edad Moderna la ciudad de Barcelona aún
tenía sus murallas que delimitaban lo que era la ciudad con los arrabales
extramuros.
Comparemos esta arquitectura con, pongamos un ejemplo al azar, Le Corbusier.
Pero, ay, las cosas no iban a ser color de rosa siempre. La población
creció hasta quintuplicarse, lo cual viene a significar que, de un siglo para
otro, en tu cama dormíais cinco personas. Esa densidad de población trajo
consigo menos salubridad en las calles, más hacinamiento y, en general, peor
calidad de vida para los barceloneses. Para que os hagáis una idea, la esperanza
de vida entre los estratos más pobres era inferior a 20 años.
Derribadas las murallas en 1854, se procedió a edificar lo
que se conoce mundialmente como “el Ensanche”. Lo que yo conozco como “el
urbanismo más cutre y aburrido de todos los tiempos”. Todo son líneas rectas y paralelas
que forman intersecciones en ángulo recto. Calles y calles con la misma
regularidad y geometría. Quizá puede ser que los planos ortogonales me
recuerden a los cuadernos milimetrados del instituto. No descarto hipótesis.
¿Barcelona? Esa ciudad es LA BOMBA
“Pero, hombre, eso es regular y bonito… todo está ordenado”.
Claro que sí, no te lo voy a negar. Pero (y es un “pero” enorme) una cosa es el
diseño teórico y otra cosa es la realidad.
En primer lugar las manzanas tienen una longitud lateral de
113,3 metros, lo cual hace que mi TOC chille como un gorrino en el matadero.
Con lo fácil que habría sido hacer los laterales de 100 metros. O de 150. Pero
no, hagamos que la cifra termine en tres, y para afearlo muchísimo más, pongamos
unos HORRIBLES decimales ahí al final.
En teoría las manzanas iban a tener dos lados construidos y
dos diáfanos, para permitir e integrar espacios verdes en cada una de las
manzanas. Qué bonito y qué ecológico. Pero en la vida real existe una cosa que
se llama “especulación” y finalmente los espacios verdes se los pasaron por el
forro de los innombrables y se quedaron solamente sobre el papel. ¡Manzanas de
casas construidas por los cuatro lados para todos!
¡Hablemos de la Barcelona de los años 20! no, un momento, ¡NO!
[se lo llevan arrastrando al manicomio]
Por no hablar que se habían proyectado otros espacios
conciliadores en la nueva ciudad. Iglesias, asilos, mercados (y otros servicios
que habrían encajado cojonudamente en los nuevos barrios de la ciudad)
simplemente no se construyeron. Las venganzas personales entre arquitectos y la
especulación deformaron el proyecto hasta convertir una cosa vanguardista interesante
en una soberana mierda.
Y la puntillica fue que el nuevo trazado tuvo que convivir
con caminos antiguos, acequias y otros espacios “con privilegios”, así como
poblaciones limítrofes que fueron fagocitadas por la creciente ciudad de
Barcelona. Todo ello incluyó imperfecciones en el trazado ideal y potenciando
mi tesis:
El urbanismo de Barcelona es un urbanismo cutre.
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