Esta semana, para cambiar un poco y dejar de hablar de la
Guerra Civil, os voy a hablar de la exposición hispano-francesa de 1908. Así
que no hay riesgo de perderse porque tampoco nos vamos muy lejos.
Era 1908. Europa no tenía ni idea de la fiesta que se iba a
montar en 1914. España estaba a lo suyo, intentando demostrar al resto de las
naciones serias que, a pesar de haber perdido sus últimas colonias, seguía
siendo poderosa e importante. Y que si alguien tenía que llevar los cafés a los
mandatarios importantes, ese podía ser Alfonso XIII, veinteañero en aquel momento.
Por aquel entonces, ni siquiera estábamos metidos en la
Guerra de Marruecos, con la de Cuba ya habíamos tenido suficiente. Impresionar
al resto de países con una intervención militar estaba descartado. Sin embargo,
a todo el mundo le gustaban las exposiciones: era un impulso a la economía,
ponían en contacto aspectos culturales y mostraban al mundo los adelantos
industriales y técnicos. A la burguesía le encantaba todo este rollo.
¡Qué grandiosidad! ¿No os entran ganas de visitarla?
Así que la mejor forma de estrechar lazos con nuestro vecino
francés y demostrar que todo eso de la invasión napoleónica había sido un
malentendido era montar una exposición juntos. Que 100 años no son excusa para guardar rencor por la Guerra de
la Independencia. Y de esta forma, ambos países acordaron que en Zaragoza se
celebraría una exposición. Por eso de ser la ciudad que había sufrido los
Sitios de Zaragoza y tal.
Al contrario que en exposiciones como la de Barcelona en
1929 (o la más reciente de Zaragoza en 2008), los pabellones y otras
construcciones fueron provisionales. La arquitectura era de líneas vanguardistas
y bebía muchísimo del modernismo. Como era arquitectura efímera, los materiales
fueron baratos y blandos porque los edificios no iban a durar: madera, yeso,
adobe…
¿Es que acaso esas carreteras sin pavimentar no dicen "gigantesca exquisitez"?
Esta exposición estaba situada en la actual Plaza de los
Sitios (llamada “Huerta de Santa Engracia” por aquel entonces). Básicamente
eran un montón de pabellones de diferentes temáticas que mostraban los
adelantos científicos y técnicos tanto de España como de Francia. También
mostraban lo muy amigos que éramos por aquel entonces y lo mucho que
beneficiaba esa amistad a ambos lados de los Pirineos. También hubo un grupo de frikis que se vistieron con réplicas de los uniformes de los ejércitos español y francés de 1808, para los amantes de las excentricidades.
Las fotografías que nos han llegado de la exposición
hispano-francesa de 1908 muestran a típicos señores con sombrero de copa (o
bombín, los más atrevidos) y señoras de faldas largas y tocados impecables. La
exposición gustó tanto a los burgueses de toda la geografía española, que el
propio Alfonso XIII la visitó varias veces. La exposición estuvo abierta la
friolera de 8 meses (el doble que la exposición zaragozana de 2008).
El precioso kiosko de la música. Si queréis indignaros, seguid leyendo.
Vestigios arquitectónicos de aquel 1908 son el actual Museo
Provincial, el enorme cuerpo escultórico sobre Los Sitios (que preside el
centro de la plaza) o la antigua Escuela de Arte. Pabellones como el de
Alimentación no nos han llegado a nuestros días. Los pocos ejemplos de la exposición
hispano-francesa de 1908 son el ejemplo del gusto modernista de la época.
Todo esto os puede parecer demasiado gratuito. ¿Por qué os
estoy contando semejante chapa? Pues uno de los restos de esa exposición, el
famoso kiosko de música, la semana pasada fue atacado con una retroexcavadora
por dos niñatos borrachos. En pleno botellón no se les ocurrió mejor idea que robar
una retroexcavadora y, después de hacer carreras por el parque, empezaron a
destrozar el kiosko modernista. El simbolismo de un icono del modernismo y la
elegancia de sus líneas dinámicas, destruido por imbéciles alcoholizados.
Catetismo al poder.
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