Tercera entrega de esta saga sobre estas recomendaciones de la Guerra Civil:
La semana pasada fue el aniversario de la masacre de la
carretera Málaga-Almería.
Worlsey es el sidekick definitivo. Está ahí para ayudar
lealmente al protagonista en los momentos de más necesidad, sin acaparar la
atención de la figura principal. Worlsey es el Robin de Batman. El Dr. Watson
de Sherlock Holmes. La Rose Tyler del Doctor. El Patricio de Bob Esponja.
Probablemente, por eso, todos sus personajes tienen un
seudónimo. Su rol de apoyo es el resultado de ser autoconsciente de que no vale
para ir por ahí matando fascistas, que es demasiado blando para el combate.
Quiere aventuras y ayudar a España, como muchos intelectuales e izquierdistas
del momento, pero no se atreve a dar el paso.
Al contrario que otros personajes de la colección, Worlsey no corre a alistarse en el primer momento. Lo
de pelear en primera línea se lo deja a otros compatriotas. Su peripecia
española pasa por investigar el destino del carguero Komsomol, por ayudar en lo
que puede en la carretera Málaga-Almería y buscar a sus amigos en la Batalla
del Jarama.
Rara fotografía de Stephen Spender (derecha) y Thomas Chulbert Worsley (izquierda) corriendo por las calles del Madrid sitiado. (1937, fotografía coloreada)
El primero de los relatos del libro corresponde a la
búsqueda del Komsomol junto a su colega Stephen Spender, y Worlsey se lo toma
con cierta desilusión y mordacidad. No quería estar disparando en primera línea
“a lo Rambo”, pero esperaba algo más que ir en busca de un barco ruso hundido.
El Komsomol había transportado (con secreto y éxito) armas a la República desde
la URSS en un par de ocasiones. Pero en la última había sido hundido, y sus
marineros apresados.
Ahora puede parecer una chorrada, pero en su momento saber
qué había ocurrido al Komsomol podía ser la razón para disolver el Comité de No
Intervención. Si el bando sublevado había atacado y hundido un buque soviético,
era la razón perfecta para empezar a apoyar abiertamente a la República. La
labor de Spender y Worlsey era saber si el buque lo habían atacado los
italianos y hundido, o fueron los propios marineros rusos los que lo enviaron a
pique para impedir que las armas llegaran a malas manos.
La búsqueda del barco no es concluyente, pero sirve para que
Worlsey tome contacto con la realidad española. En Barcelona se le presenta la
oportunidad de seguir ayudando y se alista en una unidad médica, como conductor
para Norman Bethune y Hazen Sise. En este momento, Worsley, que no es un
comunista convencido, retrata con visión crítica a ambos bandos que autores más
ortodoxos (como Sommerfield).
La primer imagen era broma. Stephen Spender, el amigo con el que se embarca en la búsqueda del Komsomol, en realidad tiene cara de villano de Batman.
De hecho, la visión crítica de Worsley le empuja a
desconfiar de casi todo el mundo, incluidos sus amigos. Con Bethune tiene una
relación tirante debido al mucho ego del doctor (que diseña hasta sus propios
monos de trabajo). Tanto la ferviente militancia dentro del Partido Comunista
Canadiense de Bethune como su sed de protagonismo, hacen que no caiga bien a
Worsley.
Pero vanidades y movidas aparte, Bethune demuestra ser mitad
ególatra y mitad altruista. Una combinación extraña, lo sé, pero la notoriedad
que quiere alcanzar el buen doctor pasa por ayudar a los demás. Por eso pone en
marcha un servicio móvil de transfusiones de sangre, con todo el material
necesario para transportar sangre refrigerada al frente en situaciones de
necesidad. Y una guerra crea el tipo de situaciones en las que uno puede
necesitar sangre porque lo han cosido a tiros.
En su periplo como conductor Worsley presencia de primera
mano los sucesos de la carretera Málaga-Almería. Las columnas de refugiados
heridos, ancianos, mujeres y niños se agolpaban después de una caminata de 200
kilómetros siendo acosados por la aviación y marina franquista. El camión en el
que viajaba nuestros protagonistas se dedica a “hacer de taxi” con los más
malheridos y necesitados. El drama aparece descrito sin exageraciones ni tintes
propagandísticos: Worsley no presencia la masacre de los refugiados, pero
experimenta su miedo cuando enciende una cerilla y ve como aquellas personas se
alteran y piden que la apague para no desvelar su posición a los barcos de
guerra de la costa.
Hola, soy Norman Bethune. Y tú no.
Sin embargo, y pese a los éxitos de la empresa de Bethune, todo
se va al garete. El personalismo y la ambición del doctor le hacen pedir más y
más a sus benefactores canadienses. Los encontronazos con las autoridades
republicanas aumentaban la desilusión de todo el servicio de transfusiones
canadiense. Tras el fracaso del proyecto de Bethune, Worsley se queda por la
retaguardia y retrata la vida cotidiana en Madrid o Barcelona. Y cuando digo
“retaguardia” me refiero a que el frente estaba a un par de kilómetros.
La última parte del libro lleva el protagonismo a la Batalla
del Jarama. Allí Worsley buscará a Giles Romilly (el hermano de Esmond, con
quien se llevaba bien) y a otro amigo. Cuando llega nuestro protagonista al
escenario, la batalla ya ha ocurrido y ambos ejércitos ya han asegurado sus
posiciones. En esta última parte la desilusión con las formas de hacer la
guerra ya es evidente: el debacle que sufre el batallón británico en el Jarama
(que pierde alrededor de dos tercios de sus soldados) se cobrará la seguridad
ideológica.
Si te ha gustado esta entrada, puede que te interesen estas otras de la misma temática:
- Esmond Romilly: "Boadilla".
- John Sommerfield: "Voluntario en España".
- T.C. Worsley: "Los ecos de la batalla".
- Frank Pitcairn: "Corresponsal en España".
- Varios Autores: "La prensa británica y la Guerra Civil española".
- Keith Scott Watson: "Rumbo hacia una España en guerra".
- Katharine Atholl: "Con los reflectores sobre una España en guerra".
No hay comentarios:
Publicar un comentario