Esta semana vamos a retrotraernos a mi etapa favorita: los
locos años 20 europeos. Esa época marcada por la divertida posguerra, el
esplendor cultural, la decadencia económica y el auge de los autoritarismos. Casi
nada.
La Segunda Guerra Mundial. Un conflicto que probablemente
recordarás del cine, de series, del Call of Duty (antes de que les diera por el
rollo moderno) y del Canal de Historia (antes de que les diera por considerar
“Historia” a los aliens). Aunque no fue tan guay como la Primera Guerra
Mundial, por eso de que ya se sabía cómo organizar estas cosas y a nadie le
pillaba de sorpresa, pudo haber empezado antes: hubo un intento de toma de
poder por parte del NSDAP (los nazis, vamos) en Múnich en 1923.
A diferencia de una revolución, que si no hay un poco de
derramamiento de sangre parece que es demasiado sosa, un golpe de estado bien
dirigido se caracteriza por evitar un conflicto abierto. Un buen golpe de
estado lo único que hace es aparecer como por arte de magia y dar al “pueblo”
lo que “quiere”. Aunque el propio pueblo no sea consciente de lo que quiere. Y
como comprenderéis, algo tan delicado no puede elaborarse entre cañas en una
cervecería.
O sí, porque eran otros tiempos.
- Klaus, creo que nunca debidos dejar a Adolf hacer ese viaje a Perú
- Por lo menos le he convencido para que en Múnich no les toque "el cóndor pasa" con la flauta andina
No había un país mejor abonado para un golpe de estado que
la República de Weimar. En medio de una crisis económica impresionante, con una
industria debilitada y con los franceses señalándolos y riéndose de Alemania
desde la recientemente ocupada cuenca minera del Rhur, los movimientos
radicales de izquierda y derecha intentaban derrocar a la débil democracia
germana.
Además, sectores conservadores del ejército prusiano
consideraban que los políticos les habían “apuñalado por la espalda” al firmar
la paz de Versalles. Como si Alemania hubiera estado ganando la Primera Guerra
Mundial. Políticamente bebían de una ideología sumamente conservadora y
oligárquica, muy del estilo prusiano, que evitara que su amada nación cayera en
el comunismo radical, en la socialdemocracia radical, en la democracia
cristiana radical o cualquier cosa. Porque para ello, toda concepción política
propia del siglo XX era considerada “radical” y peligrosa.
Miembros del Ejército Rojo del Rhur , de los años 20, una época en la que el comunismo era sexy.
Baviera tuvo una insurrección comunista fracasada al igual
que la tuvo Berlín, solo que al ser sofocada, se eliminó a todos aquellos
revolucionarios bávaros que podían ser problemáticos. Desde entonces Baviera, y
especialmente su capital (Múnich) fue un importante foco de ideología conservadora,
contrarrevolucionaria y antirrepublicana.
En ese contexto se movían un antiguo militar prusiano (Erich
Ludendorff), un aspirante a dictador (Gustav von Kahr), el jefe de la policía
bávara (Otto von Lossow), el jefe del ejército bávaro (Hans Ritter von Seisser)
y un político arribista exaltado (Adolf Hitler) con su cuadrilla de amigos. Y
sí, en los años 20 el principal aspirante a fhürer no era Hitler ¿sorprendidos?
Deberíais.
El caso es que von Kahr iba a dar un gran discurso en una de
las cervecerías más alemanas de la ciudad, de esas de jarras enormes de cerveza
acompañadas con gruesas salchichas y raciones generosas de chucrut. El nombre
de la taberna grita “más alemán que invadir Bélgica” por todos lados: Bürgerbräukeller. Hitler acudió a ese
mitin y se dio cuenta de que le llevaban ventaja. Era el 8 de noviembre de
1923.
"Pantorrillas" Hitler no iba a tolerar que alguien que no fuese él fuera fhürer de Alemania
Rápidamente, Hitler sacó una pistola y disparó al aire.
Tenía la atención de todos los presentes y les comunicó que la revolución
(concretamente SU revolución) había comenzado. Se llevó al trio de vons (von
Kahr, von Lossow y von Seisser) a una sala apartada para confabular. En ese
momento apareció Ludendorff y dio su beneplácito al golpe de estado. En las
calles, los ciudadanos de Múnich estallaron en júbilo. Los batallones de SA de
Hitler aportaron su granito de arena llenándose de cerveza en las diferentes
cervecerías de la ciudad. Era un sacrificio necesario para la revolución.
Sin embargo, no todo fue triunfo. Se dieron las alarmas y
como el jefe de la policía estaba en la
cervecería, los mandos medios tomaron el control de la policía y se
atrincheraron en edificios gubernamentales clave. Hitler fue consciente de que
su plan comenzaba a hacer aguas y dejó a Ludendorff custodiando el triunvirato
de vones, quienes engatusaron al anciano general y se liberaron. En el momento
en el que cruzaban la puerta de la cervecería, decidieron que no querían
trabajar para Hitler.
Hitler y Ludendorff. Golpistas profesionales. Visionarios a tiempo parcial.
Aquella noche fue difícil. Los miembros paramilitares de las
SA pulularon por toda la ciudad, comprobando que no quedaba ningún edificio
clave que no estuviese ocupado ya por la policía bávara. Poco a poco, el inicial
clima festivo del golpe de estado se fue disipando conforme la gente regresó a
sus camas.
Una vez más, Hitler hizo un movimiento ególatra: un desfile
por las calles de Múnich encabezado por él y Ludendorff, para demostrar su
poderío. Llegaron desfilando majestuosamente hasta el centro de la ciudad pero,
al alcanzar la Odeonplatz se encontraron con un cordón policial armado. Los dos
grupos se quedaron en tensión, esperando que el otro hiciera un movimiento para
actuar.
Sonó un disparo y se desató el tiroteo. Hitler logró escapar
de ahí para ser arrestado unos días después y llevado a la cárcel, donde
escribiría Mein Kampf, pero 14 de sus
seguidores murieron por los disparos de la policía. La muerte de estos
insurrectos creará en el ideario nazi todo un culto a esos “mártires” de la
causa.
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