Si no nos
afectaran las leyes del espacio-tiempo, este fin de semana nos podríamos ir a
dar una vuelta a la zona de Ucrania en el siglo XI, y seguramente habría el
mismo follón montado que hay ahora. Porque Ucrania ha sido el patio de atrás (atrás
no tenemos más que un patio, en cuál de atrás) de Europa.
Cuando existía el
Imperio Romano de Oriente, toda la gente de los Países Bálticos y terruños
similares, se bajaba para abajo para poder disfrutar de las soleadas playas del
mediterráneo y sus adinerados reinos costeros. Los Varegos acudían a
Constantinopla y sitios así para ofrecerse como mercenarios y ganar buen
dinero. También existían rutas comerciales en las que se intercambiaban sedas y
especias por pieles, ámbar y cosillas así.
El caso es que,
entre cada uno de los extremos de la ruta comercial, estaba Kiev ahí en medio,
controlando la enorme llanura que es esa parte del mundo hasta que se ve rota
por los Urales y el Cáucaso. Desde Kiev se dominaba Bulgaria y las planicies de
los jázaros, reinos a los que el Rus de Kiev dio fuerte y flojo de una forma que
hasta el Imperio Bizantino empezó a tomarlos en serio y decidir que era mejor
llevarse bien con ellos, antes de cabrearlos y darles razones para crear un
impuesto de aduanas consistente en amenazar con una espada a todo comerciante
que pasara por allí.
El cambio de
milenio fue bastante bueno para el Rus de Kiev, y esa época dorada duró aun dos
siglos. Existía un Gran Príncipe que mandaba en Kiev, y que luego enchufaba a
sus familiares y amigos en ciudades vasallas para que le pagaran tributo. Porque
no hay mejor que recibir la propinilla de un tío al que previamente le has
hecho duque de Nóvgorod.
Los Grandes Príncipes
de Kiev tenían una curiosa tradición, que consistía básicamente en ser elegidos
por una competición. Siendo esa competición un eufemismo para decir “derrotando
a sus hermanos, que también querían ser el Gran Príncipe”. Una vez asegurado tu
derecho a reinar, ya solo tenías que hacer gala de un tremendo nepotismo y
sentar a gente que te quería en las sillas más pequeñas que había en los principados
de Nóvgorod, Rutenia, Smolensk, Pereyáslavl, Pólatsk, Chernígov o Vladímir-Súzdal.
Los diferentes
familiares que estaban al cargo de los diferentes principados, que estaban
mencionados antes y no me apetece repetir, decidieron hacer una espantada espectacular
y decidieron que sálvese quién pueda. A la larga, esto significó el desmembramiento
del Rus de Kiev, la ruptura de los lazos señor-vasallo y la creación de reinos
independientes. Una renegociación de la declaración de la renta para que
dejaras de pagar impuestos a Hacienda, vamos.
Irónicamente, uno
de los más beneficiados de esa decadencia fue el principado de Vladímir-Súzdal.
Que dicho así a las bravas, ese nombre quizá no os diga nada, pero si lo llamo
como se conoció en el siguiente siglo, a lo mejor os suena: Gran Principado de
Moscú.
El movidón este
de Rusia-Ucrania es una cuestión de orgullo. Las raíces de la Rusia actual
están en Ucrania, y los rusos se tomaron regular el que Ucrania se emancipara
después de la caída de la Unión Soviética. Lo que está haciendo Putin ahora, en
su mente, solamente es devolver al redil a la cuna de su país.
Con tanques. Y
cabreando a todo el mundo.
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