domingo, 23 de enero de 2022

La burbuja de los tulipanes.

 


Mira, tendría que haber vuelto hace un par de semanas, pero estaba demasiado ocupado sobreviviendo a informes y burocracias y no tenía tiempo para sentarme, hacerme un té y ponerme a escribir de forma relajada una tarde entera. Y así ha pasado la navidad. Que, por cierto, no me han regalado lo que más quería: un buen NFT, con su blockchain y todo eso.

El caso es que después de esa osadía, nadie me ha regalado nada que me permita introducirme en el selecto club de gente al que le parecen interesantes los tuits de Willyrex. No soy uno de los elegidos. Otro año será.

Pero uno, que tiene el vicio de establecer paralelismos, se ha acordado de los Países Bajos. Porque, como se suele decir, “la historia se repite”. Y los historiadores tenemos la maldición de ver como se repite sin que nadie a nuestro alrededor nos haga caso, mientras nos quedamos calvos de tirarnos de los pelos. Que van a venir unos nuevos Pueblos del Mar y se nos van a comer, y nadie está viendo las EVIDENCIAS.

El caso, que los monos feos son los nuevos tulipanes holandeses.

Me siento sucio solo teniéndolo ocupando espacio aquí.

Los tulipanes gustaron a los holandeses pese a que no tenían utilidad práctica. Tradicionalmente, las flores y hierbas se cultivaban por sus propiedades, que podían ser desde oler bien (rosas), hacerte unos guisos de puta madre (tomillo, romero…), valor medicinal (esas manzanillas que resucitan a un muerto) o propiedades que no voy a decir por aquí (y si, me estoy refiriendo a ti, amapola).

Sin embargo, los tulipanes no tienen ninguna propiedad reseñable y, aunque bonitos, su flor dura apenas un par de semanas hasta que se marchita y se vuelve otra planta fea más en el jardín. A la gente le gustaban porque las personas con dinero querían flores de importación en sus jardines. Y las personas con dinero no pueden equivocarse.

El caso es que la gente quería jugar al mismo juego al que jugaban los ricos, y querían comprar tulipanes. Los primeros se importaron del Imperio Otomano, para descubrir que el suelo holandés era bastante bueno para su cultivo. La curiosidad y la moda hizo que aumentara la demanda. Una cosa excepcional ocurría, y es que los tulipanes holandeses ofrecían patrones cromáticos que no ofrecían los tulipanes turcos originales. Los años 20 del siglo XVII fueron los dulces años de los bulbos locos.

TulipaneX, la revista erótica para el aficionado a los tulipanes. Con explícitos pósteres desplegables, como este.

Los nuevos patrones eran fruto de un parásito transmitido por el pulgón, que afecta a su genoma. Pero hacía que las plantas fueran únicas e irrepetibles. Y como a los holandeses los tulipanes solamente les gustaban a nivel estético, empezaron a buscar las variaciones más raras, por las que se pagaban sumas absurdas de dinero. A más rareza, más belleza, y ojalá se pudiera decir eso con las personas, porque iba a humillar a todo el mundo en Mister Universo.

La forma de demostrar tu estatus era comprando bulbos de tulipán, que luego si los plantabas o no era cosa tuya, pero los tenías y podías presumir. ¿Quién querría vivir en una mansionaca con hectáreas de jardín cuando podías tener un bulbo de la codiciadísima variedad Semper Augustus, que es la que distinguían a los verdaderos coleccionistas de tulipanes?

Los tulipanes no se pueden hacer aritos fritos. 
Tulipanes - 0
Cebollas - 1

Mercaderes y artesanos entraron al juego y se hipotecaron para comprar bulbos de tulipán. Algunos lo perdieron todo cuando se los robaron, porque resulta que un bulbo cabe en el bolsillo de un visitante con tendencias cleptomaniacas, pero una casa no. Se destruyeron cosechas enteras de tulipanes “comunes” porque su mera existencia rebajaba el precio del mercado.

Todo iba bien, hasta que alguien dijo “mira, no voy a pagar el pastizal que me pides por una cebolla pretenciosa”. Y se rompió la magia. La gente se dio cuenta que los tulipanes eran solamente flores que se estaban vendiendo a precios carísimos, y dejaron de venderse a precios carísimos. Todo el mundo quiso vender sus tulipanes para recuperar la inversión y nadie quería comprar. Y todo se fue a la mierda más absoluta. La moraleja que podemos extraer de esto es: cuidado con los NFT.

Si quieres comprar arte, encárgale un dibujico a tu dibujante furro local. Lo agradecerá muchísimo más, aunque seguramente será bastante más sucio.


 

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