Es difícil saber si ya has hablado de algo cuando
llevas ya siete años escribiendo un blog pero, en el hipotético caso de que ya
haya hablado por aquí del protoestado, haremos ambos como que nunca ha
ocurrido. Será nuestro pequeño secretillo.
La Prehistoria tiene muchas cosas y, como todo el
mundo sabe, son todas malas. En su desesperado intento de avanzar en el tiempo
y alejarse del asco que daba vivir en cuevas y vestirse con pieles (por no
hablar de que el único y más avanzado pasatiempo era golpear piedras de sílex a
ver qué salía), las comunidades se asentaron definitivamente en territorios.
Se asentaron de la misma forma que yo me asiento
delante del ordenador: eternamente, porque eran unos vagos. Aunque expertos
mucho más expertos que yo dicen que pudo ser la agricultura, me gustaría
imaginarme a la primera persona que pensó que perseguir presas y forrajear
estaba sobrevalorado, que prefería cultivar sus propias hortalizas porque no
intentan huir.
Los primeros agricultores básicamente eran hippies demasiados vagos para moverse con sus comunidades de cazadores-recolectores.
Y claro, con el descubrimiento de la agricultura llega
el descubrimiento de los conflictos con las lindes. Y solamente por encima de
las luchas internas en las comunidades (ah, las rencillas con los vecinos que
dan sabor a la vida de cualquier pueblo…) están las luchas con la aldea vecina.
Que todo el mundo sabe que los del pueblo de al lado son idiotas.
Esto sucede así: eres un agricultor y, harto de que te
saqueen las tierras y te maten a la familia te juntas con otros agricultores en
tu misma situación. Pero el enemigo hace lo mismo, y se juntan también para ser
más eficientes saqueando vuestras tierras y matando a vuestras familias. Y de esta forma, con las rencillas entre
aldeas, llegó la necesidad de seguridad mucho antes de que Maslow empezara a
dar la tabarra con su dichosa pirámide.
Ejemplo de uno de esos primeros habitantes especializados en combate.
Y con la necesidad de defensa empezaron a surgir los
primeros aldeanos especializados en combate, lo cual era un gran paso adelante
como sociedad no sólo porque empezó a refinarse eso de matar gente. Simplemente
era necesario hacer más compleja la sociedad porque ya no eran todos
productores-consumidores: ahora había solamente consumidores (porque había que
mantener a esos soldados profesionales, que necesitan comer pero no tienen
tiempo para estar segando el campo).
Por no hablar de que esas incipientes sociedades
necesitaban cosas como murallas y otras defensas pasivas, que era necesario que
alguien se esforzara en hacer muros rectos y altos. Y con la especialización
llegó la estratificación, porque no hay nada mejor que mandar para justificar
que eres mejor que el resto. Dedicarte a mandar en nombre de algún dios o
mandar por ser el más fuerte, no hay demasiada diferencia. Recuerda: No es
chantaje si a cambio de los diezmos realmente te dedicas a proteger a quienes
pagan.
Con la estratificación surgió la escritura, que las órdenes
dichas de viva voz se pueden olvidar, pero si lo dejas escrito en piedra… ay,
amigo, las cosas escritas en piedra son para siempre. Lo malo es que, 4000 años
después, alguien podría leer tu lista de compra. O esas cosas peores que escribes en
internet.
Egipcios leyendo cosas escritas en cuneiforme.
El tener a gente especializada en dominar tareas
concretas hizo que se generaran empleos como el de alfarero o el de herrero. Y
así se evitaba que todo el mundo tuviera que hacer un poco de todo y se
aumentaba la producción. Tan solo tenías que cambiar tu trigo por un par de
cuencos de arcilla recién hechos o un cuchillo de bronce bien chulo, lo que
fomentó los intercambios comerciales.
A la larga, los caudillos y reyezuelos empezaron a
atesorar cosas como puntas de lanzas. Puede resultar extraño, pero aun no se
había inventado el dinero, así que la mejor forma de demostrar a tus vecinos lo
próspera que era tu gente era presumir de los muchos herreros que podías
mantener a la vez fabricándote cosicas metálicas. Y si la envidia llevaba a tus
vecinos por el lado oscuro, siempre podías manchar esas puntas de lanza con las
tripas de unos cuantos.
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