No me estoy refiriendo a lo de ir al gimnasio y
ponerte fuerte, no. Tampoco tengo en mente hablar de lo que hace que no te
pongas enfermo, porque estás hecho un toro. Me refiero a lo otro, al regalo que
nos hizo la Transición a todos los españoles.
Recurriendo a Wikipedia, y poniendo un párrafo sin
ningún chiste…
Una constitución (del latín constitutio, -ōnis) es un
texto codificado de carácter jurídico-político, surgido de un poder
constituyente, que tiene el propósito de constituir la separación de poderes,
definiendo y creando los poderes constituidos (legislativo, ejecutivo y
judicial), que antes de la constitución estaban unidos o entremezclados,
define sus respectivos controles y equilibrios (checks and balances), además es
la ley fundamental de un Estado, con rango superior al resto de las normas
jurídicas, fundamentando (según el normativismo) todo el ordenamiento jurídico,
incluye el régimen de los derechos y libertades de los ciudadanos, también
delimitando los poderes e instituciones de la organización política.
Si no has entendido nada, no te preocupes, te lo
resumo a lo rápido: una Constitución es un texto importante. Para hacerle caso
o para ignorarlo muy fuertemente, pero es importante. Así que puede que no os
descubra nada nuevo si os digo que tenemos una Constitución desde 1978. O puede
que sí. No sé, hay gente muy ignorante que puede pasear libremente por la
calle.
Una Constitución que tiene, al menos que yo tenga constancia,
155 artículos.
Los ingleses, como siempre, intentan convencer al
mundo que eso de la Constitución lo inventaron ellos allá por el 1215 con la
Carta Magna, pero no es más que un sistema arcaico similar a los tan castizos “fueros”
españoles. Y si nos ponemos tiquismiquis, los antiguos griegos ya tenían
sistemas políticos refinados y liosos. Malditos griegos.
Hasta la Ilustración no podríamos hablar de
Constitución tal y como la definía Wikipedia un poco más arriba. Probablemente
la primera sea la Constitución de los
Estados Unidos, esa que gracias a Hollywood hemos visto tantas veces
intentando ser robada y empieza con el famoso “We, the People…”. Seguida de
cerca, con medalla de plata, por la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano (Francia, 1789), medalla de bronce para la Ustawa Rządowa (Polonia, 1791) y fuera de podio la Constitución Política de la Monarquía
Española (España, 1812).
Pero para el caso que le hizo Fernando VII, que se
quede fuera de podio.
Después de la de 1812, que por lo que sea no le gustó
demasiado a Fernando VII eso de separar los poderes, los españoles tuvimos Constitución
(o intención de tener) en 1834, 1837, 1845,1852, 1856, 1869, 1873, 1876, 1929, 1931…
como diría el dueño de una tómbola: “Las estamos dando, las estamos regalando,
señora”.
Esto es porque antiguamente una Constitución era algo
orgánico, que el Rey podía modificar a su antojo. Surgían nuevos problemas
(como, por ejemplo, el carlismo) y había que incorporar las soluciones en los
textos legislativos del país, porque eso era lo que hacían los países civilizados
de Occidente: hacer leyes para que nadie reventara la cabeza al otro en una
riña de vecinos y le robara sus más preciadas posesiones.
Vivimos en una sociedad.
Actualmente España, como monarquía parlamentaria que
es, se supone que es la labor del monarca “otorgar” la Constitución a su país,
en tanto que es el rey el máximo representante. Aunque se diga que es la única Constitución
de la historia española que ha sido votada por sus propios ciudadanos. Es que
la votación era Constitución o barbarie, y la gente se dejó engañar.
“Ay, Sr. Historiador, pero usted es un anticonstitucionalista”
puede que estés pensando. Por supuesto que soy un anticonstitucionalista. En
ningún momento he escondido en este blog que lo que me mola es el rico sabor que
deja en el paladar el paternalismo autocrático.
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