Ya lo dije cuando hablaba de lo buena que era la serie “El
Ministerio del tiempo”: los nazis venden.
En nazismo tiene un nosequé que lo hace atractivo, pese a
significar lo que signifique en cuanto a pensamiento político. No me refiero a
que hay que correr a hacerse militante en la oficina de la NSDAP más cercana,
sino que cualquier cosa a la que le pongas nazis, gana enteros. Ahí tienes las
tropecientas películas, libros y videojuegos que se han hecho mezclando nazis
con las cosas más peregrinas.
Quizá sean los trajes de Hugo Boss o quizá sea que la
cultura occidental ha tenido en el nazismo un recurso seguro. ¿Qué el némesis
no era lo suficientemente malo? Hagámoslo nazi ¿Qué había que dar un pasado
oscuro a alguna organización? Era una organización nazi ¿Cómo justificamos tal
o cual cosa? Nazismo, por supuesto. Pero
¿Cómo hemos llegado a esto?
En la década de los años 20 y, en menor medida, en los 30,
el fascismo era el sistema político más popular en Europa. Mussolini era visto
como un modernizador y un personaje carismático en el que muchos querían
reflejarse. Pero a mediados de los años 30 Hitler volvió oscuro ese magnetismo
que había tenido el fascismo.
En los años 40 Mussolini se dedicó a abofetear niños, y eso le hizo bajar en popularidad.
Hasta entonces los fascismos se habían identificado con el
progreso autoritario, con la violencia y con el ensalzamiento de los
sentimientos frente a la razón (y sí, eso muchas veces incluía el ensalzamiento
de la violencia). Digamos que, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial
(de los cuales el fascismo culpaba a las democracias y al sistema racional) la
violencia estaba muy de moda.
La ciencia había permitido formas de matar más eficientes
(ametralladoras, ataques de gas, artillería absurdamente potente…) que negaban
el “honor viril de la batalla”. Al fascismo le sobraba una idealización del
mundo militar cuando miraba con fascinación el combate mano a mano de la Edad
Media.
Sin embargo no solo de veteranos de guerra se nutría ese
primer fascismo. Muchos de los futuristas italianos admiraban el fascismo
porque compartían algunas premisas: mecanicismo, progreso, virilidad… eran
tópicos constantes en las obras de arte futurista. El bicho que aparece en las
monedas de veinte céntimos de Italia es una escultura de Umberto Boccioni,
quien murió en 1911 pero supone uno de los artistas imprescindibles del
futurismo.
El rico y sabroso futurismo fascista.
Literatos italianos como Marinetti o D'Annunzio crearon
obras que eran indudablemente innovadoras en su época. El primero siguió al
Duce hasta Saló, convertido en el poeta oficial del régimen fascista italiano.
El segundo defendió la política expansionista italiana en Etiopia y supo no
ligar su figura a la de Mussolini con bastante habilidad, pese a ser bastante
cercanos.
Antes de mostrar su cara más, bueno, fascista, el fascismo
italiano se veía con ojos amables. Como una solución autoritaria a los
problemas, y no eran considerada contrarrevolucionaria porque, a su manera, era
renovadora. Luego ya Mussolini obtendría el poder político y se empezaría a
cepillar a sus adversarios políticos, pero eso sería ya en la década de los 30, fundamentalmente.
Frente a todo esto que ofrecía el fascismo de los años 30, el
nazismo suponía una vuelta de tuerca más.
El nazismo también creó monstruos. Pero ya con la llegada de internet.
El nazismo también se argumentaba en torno a unas bases
culturales que servían para apuntalar una visión mesiánica de la patria. Nietzsche,
Wagner, Goethe… un montón de autores que formaban la identidad de Alemania como
nación, resulta que eran proto-nazis. No es que llevaran décadas muertos y
fueran tremendamente útiles para dar un barniz cultural al fascismo, qué va.
Y todo esto se puede retorcer de manera que parezca que yo
aquí soy un tremendo fascista, pero es que estoy hasta las cejas de Valium para
calmarme el dolor de una terrible luxación de espalda que tengo. No me pidáis
más.
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