[Entra por la puerta con una maleta, bermudas conjuntadas
con chancletas, camisa con estampados florales y gafas de sol]
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¡Hola a todos!
No me he ido a ningún
sitio de vacaciones. Verano de aire acondicionado, de ir en calzoncillos por
casa y de tener el congelador a reventar de diferentes helados. Siento
decepcionaros, pero mi vida no tiene el glamour que se pueda presuponer. La
parte buena es que he podido disfrutar del urbanismo cutre de Zaragoza.
Zaragoza tiene la suerte de no ser Barcelona (por lo cual
respiro aliviado), pero tampoco es la ciudad perfecta. Parece ser que Zaragoza
lleva siendo habitada desde hace la tira de tiempo, y que a finales de la Edad
del Bronce ya debía haber gente disfrutando del cierzo a las orillas del Ebro,
pero poblamiento urbano propiamente dicho no hubo hasta que Plinio el Viejo nos
menciona una ciudad ibérica llamada Salduie.
Esto quiere decir que la ciudad de Salduie probablemente
fueran cuatro casas mal levantadas en las que vivían sus correspondientes iberos.
No me atrevo a presuponer que existía el típico bar multifunción que hay en
todos los pueblos pequeños que hace también las funciones de supermercado,
centro de reunión y papelería. A lo mejor sería dar demasiada importancia a
Salduie en ese momento porque había poblaciones mucho más importantes, como
Celsa o Azaila.
La imponente ciudad de Salduie, a orillas del Ebro.
El caso es que llegan los romanos y aparece un poco de luz
entre tanta oscuridad urbanística. Veteranos de las legiones IV Macedonica, VI
Victrix y X Gemina, pueblan la nueva ciudad y trasladan la lógica campamental a
la refundada ciudad: el trazado se racionaliza gracias a dos ejes
vertebradores: el Cardo y el decumano. Aunque el Cardo tiene una doblez
sospechosa que hace dudar de la profesionalidad de dichos legionarios.
Pero aun así, pese a que el urbanismo no era el más perfecto,
la Colonia Inmune Caesaraugusta era mejor que la colonia Victrix Ivlia Celsa.
De esta forma se convirtió en la cabeza del Convento Jurídico Caesaraugustano y
mantuvo un urbanismo relativamente bueno. Incluso cuando el Imperio Romano de
Occidente se estaba yendo por el retrete se permitió desmantelar gran parte de
sus edificios públicos y canibalizarlos para erigir una mediocre muralla (que
pese a ser mediocre, una mala muralla es mejor que una muralla inexistente).
Reconstrucción de como lucían los muros de Caesaraugusta, levantada en el s. III.
Pero, ¡ay! llega la hora más oscura.
El Imperio Romano desaparece, y con él el urbanismo
aceptable. Llegan los bárbaros y la ciudad resiste más o menos bien en cuerpo y
alma, sobre todo porque nadie tenía la valentía suficiente como para vivir
fuera de la protección de la muralla y la densidad dentro de los muros tampoco
era alarmante. Pero llega la etapa musulmana y empiezan a aparecer detestables
barrios extramuros y un zoco y barrios para minorías y...
“Pero durante la etapa musulmana se construyen edificios como
la Aljafería, joya del mudéjar en Aragón”. Jaja, sí, pero no tienes ni PUTA
IDEA. ¿Sabes dónde se construye la Aljafería? FUERA de los muros de la ciudad.
¿Sabes por qué se construye FUERA de la ciudad? Porque no hay huevos a vivir
dentro de la ciudad porque el urbanismo era una PUTA MIERDA.
Y durante la etapa cristiana no creáis que mejora demasiado.
Cada uno construye donde quiere y como quiere, y la ciudad empieza a expandirse
anárquicamente. Y la fe cristiana se traslada a Zaragoza de la mano de cientos
de conventos que afloran durante toda la Edad Moderna como setas en un noviembre húmedo. De hecho, cuando llegan las tropas napoleónicas a Zaragoza se
encuentran que, pese a que la ciudad no tiene murallas oficiales, tiene varias
capas de tapias de los campos de cada convento.
Horror urbanístico hecho mapa. La prueba científica necesaria en la que fundamento todo mi discurso.
Uno puede pensar que, después de la devastación de los
Sitios, la ciudad se reconstruiría de forma racional (tal y como ocurrió en
muchas ciudades después de la Segunda Guerra Mundial). Pero, inocente amigo,
Fernando VII no se caracterizaba por gustarle los nuevos métodos. Así que en
vez de encargar a urbanistas y arquitectos que mejoraran el trazado del solar
en el que se había convertido Zaragoza, prefirió dejar que una vez más cada uno
hiciera lo que le saliera del haba.
Los años veinte fueron un bonito momento en el que “parece
que sí, pero no”. Se crearon amplios bulevares para pasear (como Gran Vía y el
paseo de Sagasta) y parques (como el Parque Grande) para que los burgueses
pudieran conocerse. Más o menos la idea era dejar bonita la fachada para que
los adinerados no tuvieran que mirar la miseria que se ocultaba debajo de la
alfombra. Pero el urbanismo no mejoró demasiado.
Luego llegaría el éxodo rural de los años 60 y 70, y la
ciudad de Zaragoza se llenaría de barrios obreros en la periferia, más calles, más
coches, más bloques de pisos sin personalidad y más “todo esto era campo”.
Pero por lo menos no somos Huesca.
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