Hace tres años hablé de un
falso documental que hizo Évole sobre el 23-F. También hablé de una paella
para golpistas que se celebró al poco tiempo. Incluso creé una guía
para dar un golpe de estado óptimo cuando los militares de Turquía estaban
alteradillos. Pero hasta ahora no había hablado del intento de golpe de estado
del 23 de febrero de 1981. No me preguntéis por qué, no lo sé.
Ya que vamos a abrir un buen melón, vamos a abrirlo bien: la
Transición puede que fuera tan modélica como nos han dicho. Puede que hubiera
pequeñas imperfecciones que afectaran un poco al conjunto. Más o menos como
cuando en Wallapop te venden algo insistiendo que es “nuevo a estrenar”, que
probablemente haya tenido más dueños que un sadomasoquista especialmente
promiscuo.
Con esto quiero decir que ES POSIBLE que ciertos sectores
del ejército no vieran con buenos ojos la llegada de la democracia. El país
había dejado atrás la dictadura franquista pacifica, permitiendo cambiar de
chaqueta sin demasiados problemas a muchas personas. Se abría una nueva era
llena de oportunidades, no importaba lo turbio de tu pasado ni el color azul de
tu fondo de armario.
Pero habían legalizado a los comunistas. Y eso sí que no.
Santiago Carrillo y Manuel Fraga en una cita de First Dates.