El bueno de @QuimerusEther me dijo que le gustaría saber
algo más de la Italia después de la Primera Guerra Mundial, Italia durante la
Segunda Guerra Mundial e Italia en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial.
No comprendo esa fijación por Italia pero parece ser que es buen tío.
Como las buenas cosas de esta vida (como los años 20), el
fascismo bebe de la Primera Guerra Mundial. Os he hablado de la Marcha
Sobre Roma, pero esta semana os hablaré de las razones por las que alcanza
esa popularidad.
En las décadas de los años 20 y los 30, el fascismo era el
sistema político más popular en Europa. Mussolini era visto como un
modernizador y un personaje carismático en el que muchos querían reflejarse. El
fascismo de identificaba con el progreso autoritario, con la violencia y con el
ensalzamiento de los sentimientos frente a la razón (y sí, eso muchas veces
incluía el ensalzamiento de la violencia).
Digamos que tras los horrores de la Primera Guerra Mundial,
de los cuales el fascismo culpaba a las democracias y al sistema racional, la
violencia también estaba de moda. La ciencia había permitido formas de matar
más eficientes (ametralladoras, ataques de gas, artillería absurdamente
potente…) que negaban el honor viril de la batalla. Al fascismo le sobraba una
idealización del mundo militar cuando miraba con fascinación el combate mano a
mano de la Edad Media.
¡Dame una M! ¡Dame una U! ¡Dame una S! ¡Dame otra S!...
Sin embargo no solo de veteranos de guerra se nutría ese
primer fascismo. Muchos de los futuristas italianos admiraron el fascismo
porque compartían algunas premisas: mecanicismo, progreso, virilidad… eran
tópicos constantes en las obras de arte futurista. El bicho que aparece en las
monedas de veinte céntimos de Italia es una escultura de Umberto Boccioni,
quien murió en 1911 pero supone uno de los artistas imprescindibles del
futurismo.
Literatos italianos como Marinetti o D'Annunzio crearon
obras que eran indudablemente innovadoras en su época. El primero siguió al Duce
hasta Saló convertido en el poeta oficial del régimen fascista italiano. El
segundo defendió la política expansionista italiana en Etiopia y la hegemonía
cultural al servicio del nuevo estado.
Con esto quiero decir que el fascismo en 1921 en Italia
podría ser un movimiento aún minoritario en peso político, pero tenía una
fuerte presencia en las calles. No es de extrañar que todas estas
características hicieran del fascismo un movimiento muy popular entre
militares, personas desilusionadas con la política tradicional y jóvenes que
querían emociones fuertes. Eso sin contar a los estamentos religiosos y los
terratenientes que veían al comunismo como una amenaza y apoyaban al fascismo
como herramienta.
Mussolini recuerda el chiste que le ha contado Victor Manuel II hace un rato.
Tradicionalmente el fascismo se ha intentado presentar como
una tercera vía diferente al capitalismo y al comunismo, pero en cuanto se
organiza resulta obvio que es necesita dinero para sostenerse en el poder. Así
que el fascismo pierde su anticapitalismo y se centra en sus enemigos, los
comunistas, reforzando sus rasgos más nacionalistas.
El fascismo italiano sufre dos etapas diferenciadas: la
primera de 1924 a 1936 (que es la del “fascismo del consenso”) y la etapa de
1936 a 1945 (que es la del “fascismo de desintegración). “Italia importante” e “Italia
que-coño-haces” respectivamente. Su modelo de estado será el estado
corporativo, burocrático y planificado. Un estado que bebe del mito de la
nación como un gran aparato de relojería preciso que necesita su relojero,
razón por la que la propaganda retrata a Mussolini como un gran dirigente en un
momento en que los dirigentes tradicionales están de capa caída.
Mussolini encuentra la lentilla que había perdido hace media hora. Los militares del fondo se alegran.
La decadencia del fascismo italiano se da en un contexto de
doble guerra civil: por un lado los alemanes que no sueltan el norte de Italia (y literalmente la ocupan tras el armisticio) y la liberación aliada del sur,
con los partisanos teniendo asombrosa
facilidad para encontrar armas con las que armarse clandestinamente.
Hasta entonces los movimientos de resistencia antifascista organizada
no existían en Italia. El estado relojero se había encargado de expulsar esos
engranajes de su maquinaria. ¿Con precisión quirúrgica? No, más bien con fuerza
bruta, camisas negras y muchos gritos.
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