Hace dos semanas escribí la primera entrega de “Urbanismo
Cutre” (en este caso, sobre Çatal Höyük) y os hablaba sobre la Protohistoria.
Un colega me dijo que conocía la Prehistoria y todo eso, pero que era la
primera vez que oía el término “Protohistoria”. No le voy a culpar, yo tampoco
tengo idea de lo que es un “ribosoma procarionte” pese a que lo acabo de buscar
en Wikipedia.
La gente tiende a creer que la Historia es como una tarta.
Abajo tenemos la Prehistoria (que sería el dulce, dulce bizcocho), luego la Edad
Antigua (capa de nata), la Edad Media (capa de chocolate), la Moderna (esa
especie de mermelada dulce que no gusta a nadie) y finalmente la Edad
Contemporánea (capa final, con deliciosas virutas de chocolate y otros adornos
comestibles igualmente riquérrimos que gustan a todo el mundo y por los que te
peleas con tus familiares cercanos por ver quién se los come).
Maqueta fidedigna de la separación de Edades en la Historia. Nótese como la Edad Media empieza a difuminarse en sus bordes, tal y como destacaremos a continuación.
¿Quiere eso decir que en España hay 39 años más de Edad Media?
Pues no tiene por qué chavales. Lo importante es que tengáis en cuenta que el
tiempo no es igual para todo el mundo, y que hay divisiones temporales que
sirven para un sitio o una cultura pero son totalmente extraños para otro. Si a
estas alturas de la entrada no os ha reventado la cabeza, tengo buenas noticias
para vosotros: sois fuertes de mente.
La Organización Mundial de la Salud recomienda no acercarse a más de 3 metros de cualquier libro que contenga la palabra "Protohistoria" en el título.
Todo esto viene a que, por ejemplo, mientras en el Próximo
Oriente ya estaban escribiendo, en la Península Ibérica aun no conocíamos el
alfabeto. La información que tenemos de esos pobladores ibéricos no la tenemos
por sus escritos, sino por los escritos que dejaron los griegos contando sus
impresiones después de haber venido a mercadear con nosotros.
Para que nos entendamos, es una división temporal que sirve
de “cajón de sastre” en el que meter todo lo que no encaja. Esa época en la que
empieza a haber manifestaciones de “algo nuevo” pero no se han abandonado del
todo las viejas costumbres. Se conocen aspectos culturales, tecnológicos o
religiosos pero no porque la cultura que los manifiesta lo deje por escrito,
sino porque otras culturas más avanzadas se molestan en dejar constancia de
ello.
El típico ibero protohistórico con sus rastas y autoestima por los suelos al no haber desarrollado aún escritura propia.
Si queréis que sea más académico y serio, os doy la
definición abreviada que me tuve que aprender durante la carrera: “La Protohistoria
es la parte de la historia referida a pueblos sobre los que se posee
información por intermediarios, que suelen ser por lo general vecinos que ya
han alcanzado el periodo histórico mientras que los primeros aún no han
desarrollado escritura propia. Aunque en el Próximo Oriente Antiguo es mucho
más precoz, en Europa abarcará desde finales de tercer milenio hasta finales
del primer milenio”.
No os preocupéis si creéis que la definición de “Protohistoria”
es demasiado vaga y etérea y pensáis “pero entonces, ¡casi cualquier cosa puede
ser Protohistoria!”. Tiene que ser una definición lo bastante abierta a
interpretaciones como para que quepan cosas tan diferentes como la ya
mencionada Çatal Höyük hasta los pobladores iberos. Y tranquilos, que no os voy
a hablar de Karl Wittfogel o Gordon Childe. Que suficiente tenéis con lo de
hoy.
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