domingo, 6 de octubre de 2013

Los felices años 20 en España (II)



El paso de siglo XIX al XX estuvo marcado profundamente por el Desastre del 98 y la pérdida de las colonias españolas de ultramar. La sensación de inutilidad rebosaba por los cuatro costados de la piel de toro: nuestro imperio en el que “no se ponía el sol” había sido reducido a poco más que la metrópoli.

Esa sensación se veía aumentado por el sistema político de la Restauración. No era un sistema democrático, a pesar de poseer España el sufragio universal desde 1890, era un sistema liberal representativo oligárquico. A la hora de votar no existía una verdadera libertad, la voluntad del pueblo se ve distorsionada por diferentes corrupciones, caciquismos locales y compra de votos. Por no hablar de que, para evitar que determinados sectores votaran, las urnas se llegaron a colocar en los tejados, lugares remotos o incluso hospitales de tuberculosos.

No hace falta que dibuje nada, ya está todo dibujado.

La alternancia del turno político, que se producía con precisión casi perfecta, comenzó a tener grietas debido a la pérdida de las colonias. Las masas populares empezaron entonces a manifestar su descontento y a dar alas al incipiente movimiento republicano, especialmente fuerte en las ciudades. España dió sus primeros pasos como sociedad urbana: aparecen los primeros transportes urbanos, las primeras galerías comerciales… en definitiva, una sociedad más difícil de controlar a través del caciquismo y la corrupción política.

La neutralidad española frente a la Gran Guerra supuso un impulso económico dado que las principales potencias comerciales europeas estaban demasiado ocupadas zurrándose como para producir alimentos. La producción agraria creció un 27% y la producción de hulla en Asturias se duplicó. Las industrias textil, siderúrgica y química también vivieron una época dorada, impulsada por un florecimiento de los bancos (cuya potencia económica se llegó a duplicar) catapultando a España al cuarto puesto en el ranking mundial de reservas de oro de la época.

José de Canalejas, asesinado por anarquistas, buen político y poseedor de un bigote impecable

La otra cara de ese crecimiento económico fue la distribución de la riqueza. La desproporción entre el beneficio y la retribución social  fue abismal: los salarios se estancaron mientras que la inflación llegó a duplicar los precios. La rentabilidad del mercado exterior hacía que muchas veces el mercado nacional quedara desabastecido, incluidos los productos de primera necesidad, que se traducirá en una mayor conflictividad social. El número de huelgas se disparó.

El impulso económico se acabo al mismo tiempo que la Guerra. Los países que antes tenían su industria destinada a la guerra empezaron a suministrar a sus propios países, mientras que la industria española siguió con su inercia productora, acabando con un espectacular stock de productos que en el pasado fueron tremendamente lucrativos. La siderurgia, la agricultura y otros sectores cayeron en barrena mientras que otras industrias más ligadas a la nueva sociedad como podían ser la química o la eléctrica se mantuvieron a flote. La conflictividad social, lejos de acabar, mantuvo a la sociedad en completa tensión ya que además esos precios inflados del periodo de la Gran Guerra se mantenían en el mercado nacional.

Una huelga no es tal si no hay unas cuantas barricadas y algún buen disturbio. Nada comparable a las batukadas de ahora.

Entre 1914 y 1923 se convocaron 6 elecciones generales debido a la imposibilidad de crear gobiernos sólidos y duraderos. La imposibilidad de acabar con el caciquismo en determinadas zonas condujo a un importante desarraigo político de la población. La oposición radical (republicanos, anarquistas…) se encontraba con un caldo de cultivo ideal pero que no pudieron aprovechar debido a que no tenían los medios ni la fuerza de hacer una revolución desde abajo.

El general Primo de Rivera, en respuesta a esta crisis final del sistema liberal, optó por un pronunciamiento militar en septiembre de 1923 que dará paso a una dictadura militar y solucionará los dos grandes problemas españoles: la Guerra de Marruecos y la conflictividad social mediante un modelo socioeconómico corporativo frente al individualismo liberal. En un primer momento no todo el mundo se sumó al pronunciamiento, muchos aguardaron a ver qué movimiento hacía el Rey, cabeza del sistema político, y sólo cuando acepto el nuevo sistema la mayoría de personas lo imitó, cansada de la deriva política que llevaba el país en las últimas décadas.

 ¡Qué pose! ¡Qué papada! ¡Qué entradas! ¡Qué porte!... Miguel Primo de Rivera: un tío con clase

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