domingo, 12 de enero de 2020

Escoceses en el Caribe: Caledonia de Panamá





A finales de los locos años noventa había una serie infame hecha por Emilio Aragón que se llamaba “Esquimales en el Caribe”. Pese a su calidad justita, no puedo dejar de pensar en ella cuando veinte años después tengo que hablar de escoceses en el Caribe (aventuras y diversión).

El siglo XVI es el siglo de los grandes conquistadores. Se había descubierto un continente nuevo y exploradores de todas partes de Europa querían su parte del pastel. España, Inglaterra, Holanda, Francia y Portugal (aunque, en esta primera fase, España les pasaba la mano por la cara a todos los demás juntos) se dedicaron a repartirse las nuevas tierras, que resulta que tenían un montón de tentadores recursos.

La colonización era el challenge de moda antes de que se inventara Youtube. Y si no tenías un par de enclaves en otro continente eras morralla, y el resto de países avanzados te señalaban y se reían de ti. Por eso mismo Escocia pensó que había que dar un golpe en la mesa para que le tuvieran en serio, sobre todo esos putos ingleses. Había llegado la hora de poner en marcha el Proyecto Darién. Spoiler: sale mal.

Es ver esta imagen tan escocesa y apetecerme un buen plato de haggis.


Pero a nadie le tiene que sorprender que, llegando doscientos años tarde, Escocia no se quedara con los mejores terrenos para colonizar. No es que llegara tarde al reparto del pastel, es que se tenía que conformar con rebañar las enmohecidas migajas que languidecían en el plato en que hace varios días había habido una suculenta tarta.

Lo cierto es que Escocia no era el sitio más próspero de Europa, el siglo XVII no fue amable con los highlanders bebewhiskeys: una economía atrasada, basada en un sector agrario que tenía muchos pastos para el ganado pero poco sitio para poner cosechas; una flota comercial totalmente avasallada por su vecino inglés, una guerra civil entre ellos… halagüeño no parece ¿verdad?

El caso es que, pese a que el sentido común tendría que estar empujando a los escoceses a no embarcarse en milongas coloniales, lo hicieron. Tampoco es que tuvieran muchas opciones comerciales en Europa, dicho sea de paso. Pero supongo que pensaron “si la situación es tan mala en Escocia, vayamos a donde vayamos solo podemos mejorar ¿no?”. No.

Ni siquiera sobre el mapa parecía un proyecto demasiado tentador.

El lugar elegido para el asentamiento fue la costa de Panamá, territorio que tenía un problemilla: ya pertenecía al virreinato de Nueva Granada. Inglaterra les dijo a los escoceses “venga chavales, a la calle, de colonizar nada ¿eh? no me perjudiquéis, a la calle por favor que no me interesa a mí eso”, pero básicamente porque ya estaba en guerra con Francia, y no le interesaba ponerse en guerras también con España.

Y los escoceses siguieron camelando como ellos camelan. En 1698, la friolera de 1200 personas (en cinco barcos) se fueron de crucero por el Caribe, lo cual es menos paradisíaco de lo que puede parecer hoy en día, en contra de lo que les advirtieron los ingleses (que tenían una unión dinástica con Escocia, pero los escoceses mantenían independencia política). El nombre del asentamiento fue patriótico y esperanzador: Nueva Caledonia.

Lo que pasaba es que las tierras que rodeaban Nueva Caledonia no eran tan fértiles como pensaban. Los indígenas, aunque no se los querían comer, tampoco estaban por la labor de dejarse timar con las baratijas que producían, por lo que económicamente, la colonia fue un desastre. La escasez de comida trajo hambrunas, las hambrunas trajeron enfermedades, y las enfermedades hicieron que la diñaran una media de diez colonos por día.

¡Traigan sus colonos, traigan sus colonos!

Los ingleses, para no enfadar a los españoles, dieron la orden a sus mercantes de no comerciar con la colonia escocesa, lo que agravó las hambrunas, lo que hizo que las enfermedades se extendieran, lo que disparó la mortalidad bla bla bla… En ocho meses, los colonos restantes (unos 300) decidieron que ya estaban hartos de selvas tropicales húmedas y achicharrantes y abandonaron la colonia.

Y este podría ser el final de la historia si antes de que llegara a la metrópoli la información del abandono de la colonia (cosas de la era pre-internet) no hubiera partido otro barco con colonos. Los nuevos colonos llegaron a Nueva Caledonia, que supongo que, en la triste realidad, parecía bastante menos atractiva que en los folletos publicitarios, con todos esos cadáveres por todas partes. “Nueva Caledonia: ahora con un cementerio más grande”.

Llegados a este punto, supongo que los nuevos escoceses tuvieron la misma suerte que los antiguos escoceses. Solo tuvieron una diferencia: esta vez los españoles les atacaron y todo. La expedición acabó en bancarrota, arrastrando a la monarquía escocesa (que había deposita ingentes cantidades de dinero en el esfuerzo colonizador) a una recesión económica en el proceso. En 1699 se había acabado todo.

¿Todo? Bueno, aun quedaba un pequeño epílogo.

La compañía mercante encargada de colonizar decidió recuperar algo del dinero invertido cargando un par de barcos con todo aquello que se pudiera vender en Guinea. Los capitanes, en vez de conseguir dinero, cambiaron los bienes por esclavos (que vendieron en Madagascar) y cayeron más tarde en la tentación de la piratería.

Todo mal.

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