A finales de los locos años noventa había una serie
infame hecha por Emilio Aragón que se llamaba “Esquimales en el Caribe”. Pese a
su calidad justita, no puedo dejar de pensar en ella cuando veinte años después
tengo que hablar de escoceses en el Caribe (aventuras y diversión).
El siglo XVI es el siglo de los grandes
conquistadores. Se había descubierto un continente nuevo y exploradores de
todas partes de Europa querían su parte del pastel. España, Inglaterra,
Holanda, Francia y Portugal (aunque, en esta primera fase, España les pasaba la
mano por la cara a todos los demás juntos) se dedicaron a repartirse las nuevas
tierras, que resulta que tenían un montón de tentadores recursos.
La colonización era el challenge de moda antes de que
se inventara Youtube. Y si no tenías un par de enclaves en otro continente eras
morralla, y el resto de países avanzados te señalaban y se reían de ti. Por eso
mismo Escocia pensó que había que dar un golpe en la mesa para que le tuvieran
en serio, sobre todo esos putos ingleses. Había llegado la hora de poner en
marcha el Proyecto Darién. Spoiler: sale mal.
Es ver esta imagen tan escocesa y apetecerme un buen plato de haggis.
Pero a nadie le tiene que sorprender que, llegando
doscientos años tarde, Escocia no se quedara con los mejores terrenos para
colonizar. No es que llegara tarde al reparto del pastel, es que se tenía que
conformar con rebañar las enmohecidas migajas que languidecían en el plato en
que hace varios días había habido una suculenta tarta.
Lo cierto es que Escocia no era el sitio más próspero
de Europa, el siglo XVII no fue amable con los highlanders bebewhiskeys: una
economía atrasada, basada en un sector agrario que tenía muchos pastos para el
ganado pero poco sitio para poner cosechas; una flota comercial totalmente
avasallada por su vecino inglés, una guerra civil entre ellos… halagüeño no
parece ¿verdad?
El caso es que, pese a que el sentido común tendría
que estar empujando a los escoceses a no embarcarse en milongas coloniales, lo
hicieron. Tampoco es que tuvieran muchas opciones comerciales en Europa, dicho
sea de paso. Pero supongo que pensaron “si la situación es tan mala en Escocia,
vayamos a donde vayamos solo podemos mejorar ¿no?”. No.
Ni siquiera sobre el mapa parecía un proyecto demasiado tentador.
El lugar elegido para el asentamiento fue la costa de
Panamá, territorio que tenía un problemilla: ya pertenecía al virreinato de
Nueva Granada. Inglaterra les dijo a los escoceses “venga chavales, a la calle,
de colonizar nada ¿eh? no me perjudiquéis, a la calle por favor que no me
interesa a mí eso”, pero básicamente porque ya estaba en guerra con Francia, y
no le interesaba ponerse en guerras también con España.
Y los escoceses siguieron camelando como ellos
camelan. En 1698, la friolera de 1200 personas (en cinco barcos) se fueron de
crucero por el Caribe, lo cual es menos paradisíaco de lo que puede parecer hoy
en día, en contra de lo que les advirtieron los ingleses (que tenían una unión
dinástica con Escocia, pero los escoceses mantenían independencia política). El
nombre del asentamiento fue patriótico y esperanzador: Nueva Caledonia.
Lo que pasaba es que las tierras que rodeaban Nueva
Caledonia no eran tan fértiles como pensaban. Los indígenas, aunque no se los
querían comer, tampoco estaban por la labor de dejarse timar con las baratijas
que producían, por lo que económicamente, la colonia fue un desastre. La
escasez de comida trajo hambrunas, las hambrunas trajeron enfermedades, y las
enfermedades hicieron que la diñaran una media de diez colonos por día.
¡Traigan sus colonos, traigan sus colonos!
Los ingleses, para no enfadar a los españoles, dieron
la orden a sus mercantes de no comerciar con la colonia escocesa, lo que agravó
las hambrunas, lo que hizo que las enfermedades se extendieran, lo que disparó
la mortalidad bla bla bla… En ocho meses, los colonos restantes (unos 300)
decidieron que ya estaban hartos de selvas tropicales húmedas y achicharrantes
y abandonaron la colonia.
Y este podría ser el final de la historia si antes de
que llegara a la metrópoli la información del abandono de la colonia (cosas de
la era pre-internet) no hubiera partido otro barco con colonos. Los nuevos
colonos llegaron a Nueva Caledonia, que supongo que, en la triste realidad,
parecía bastante menos atractiva que en los folletos publicitarios, con todos
esos cadáveres por todas partes. “Nueva Caledonia: ahora con un cementerio más
grande”.
Llegados a este punto, supongo que los nuevos
escoceses tuvieron la misma suerte que los antiguos escoceses. Solo tuvieron
una diferencia: esta vez los españoles les atacaron y todo. La expedición acabó
en bancarrota, arrastrando a la monarquía escocesa (que había deposita ingentes
cantidades de dinero en el esfuerzo colonizador) a una recesión económica en el
proceso. En 1699 se había acabado todo.
¿Todo? Bueno, aun quedaba un pequeño epílogo.
La compañía mercante encargada de colonizar decidió
recuperar algo del dinero invertido cargando un par de barcos con todo aquello
que se pudiera vender en Guinea. Los capitanes, en vez de conseguir dinero,
cambiaron los bienes por esclavos (que vendieron en Madagascar) y cayeron más
tarde en la tentación de la piratería.
Todo mal.
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