Los Pirineos, antes de convertirse en un nido de turistas amantes del esquí y otros
deportes decadentes que tiene que ver con la nieve y/o el Rey en Baqueira Beret,
era una frontera natural. Hoy en día sigue siendo una frontera natural, pero cruzar
los Pirineos en invierno en la Edad Media debía ser jodido.
A ver, no eran los Alpes, pero seguía siendo peligroso. Nieve profunda,
desprendimientos, animales salvajes y cosas peores aguardaban al viajero que no
iba por los tres o cuatro puertos de
montaña habitados que había. Y por los que se solía pagar dinero por pasar.
Pero claro, es como las autopistas de peaje, que si quieres llegar rápido y
bien a tu destino tienes que sacar billetero. Y si va mal, la rescatan con
dinero de todos, pero no me tiréis de la lengua, que no voy por ahí hoy.
Durante toda la Guerra Civil, los Pirineos se convirtieron
en una zona de paso de los miles de refugiados que buscaban la seguridad del
suelo francés. Auténticas mareas humanas huían siguiendo la trayectoria de las
carreteras (en el lado republicano). En el lado nacional personas o familias
intentaban cruzar la frontera campo a través, por donde nadie pudiera darles el
alto.
La Guerra Civil había enseñado a Franco que los Pirineos
eran importantes porque, como en toda península, formaban una zona fácil de
defender por la que obligatoriamente tendrían que pasar el eventual invasor.
Por eso, cuando la Segunda Guerra Mundial empezó a tornarse oscura para sus
aliados (no oficiales) del Eje, empezó a idear la “Línea Pirineos”. Abreviada
como “Línea P” o nombrada en clave, en un alarde de originalidad, como “Línea
Pérez”.
La "P" tenía mucho potencial para ofender a gente con obscenidades. Pero prefirieron que fuera "Pirineos".
Entre 1944 y 1957 se llevaron las obras en el máximo
secreto. ¿Por qué esas fechas? La Línea P comienza a planificarse a finales de
1943, y hay que echar mano a la coyuntura internacional para explicar esa fecha:
se había parado la ofensiva alemana en Stalingrado y se había comenzado a
reconquistar el terreno ocupado en el Frente Oriental, el Afrika Korps se había
rendido en Túnez a principios de año y, en Europa, Italia estaba derrotada y
sólo quedaba por ahí Mussolini en su república de juguete defendida por
soldados alemanes.
1957, por su parte, se explica con la política nacional de
España durante el franquismo: tras el final de la Segunda Guerra Mundial,
España había tenido unas amistades un tanto incómodas y tenía miedo de que se
les cruzaran los cables a los Aliados y se pusieran a liberar a España del
fascismo. En ese momento, Falange es apartada sutilmente del poder oficial en
un nada disimulado intento de ocultar las afinidades fascistas, pero
conservaría algunos ministerios clave “por si acaso”. En 1957 habían pasado
muchas cosas: en el 53 se habían firmado los Pactos de Madrid, en el que
llegaba ayuda americana a cambio del establecimiento de bases americanas en
nuestro suelo, en 1955 España fue aceptada en la ONU como miembro de pleno
derecho y en 1957 se dio entrada a tecnócratas del Opus, poniendo punto final
en la lucha entre Falange y la Iglesia por el poder, siendo favorable a esta
última institución.
Maquis cruzando alegremente el Pirineo sin que nadie les ametralle ni nada.
De forma que, para 1957, el peligro había pasado. España
había tenido unas amistades comprometidas, pero ¿quién no ha hecho locuras de
joven? En el marco de la Guerra Fría, era más importante odiar a los comunistas
que haberte codeado con los fascistas. Ahora Estados Unidos tenía bases en
suelo español y éramos amigos de la ONU.
Pero, volviendo a la Línea P. ¿Os imagináis lo que
significa, para un país en reconstrucción tras una guerra, el gastar toneladas
y toneladas de hormigón en unos búnkeres secretos? Quiero decir, todo el
material de construcción debería haberse destinado a reconstruir el país
devastado por la guerra, y debió ser realmente justificar la “desaparición” de
toneladas de material que iban destinados a vete tú a saber dónde. En los
sitios más cercanos a las carreteras, el trasporte podía hacerse en camión,
pero los puntos más alejados tenían que llevar el material en caballerías,
aumentando la lentitud de la construcción.
Los obreros españoles tuvieron que hacer frente a comentarios que les lanzaban los jubilados franceses desde el otro lado de la frontera como "¿Así construyes tú un búnker? ¡si no estás mezclando bien la arena! hazme caso, que estuve trabajando en la Línea Maginot" .
El diseño tenía miga. Se dividía en “Sectores”, que a su vez
podían tener diversos “Puntos de Resistencia”. Desde Irún a Portbou, cientos de
asentamientos fortificados para militares se comenzaron a construir en esos
Núcleos de Resistencia. En el papel, contaban con alambradas, pozos de tirador
y campos de minas que (menos mal) no llegaron a ponerse en construcción.
Puestos de observación, emplazamientos para artillería y armas antitanque,
abrigos, antiaéreos, nidos de ametralladoras y emplazamientos para infantería,
completaban el diseño de la línea defensiva.
La Línea P no se llegó a concluir nunca y, por lo tanto, nunca
se llegó a cerrar efectivamente la frontera con Francia. Los maquis cruzaban a
uno y otro lado de la frontera sin que campos de minas los hicieran saltar por
los aires, o que fueran ametrallados por búnkeres escondidos, o que quedaran
reducidos a pulpa por artillería emplazada en las alturas.
Los búnkeres se olvidaron porque dejaron de tener utilidad
real y, con el tiempo, quedaron enterrados por la vegetación. Por lo que, si
paseando por el Pirineo te encuentras de repente un bunker en medio de la nada,
no te alarmes. Con total seguridad, es uno de los vestigios que quedan aún de
la Línea P.
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