Hola amigos de la Historia. Esta semana estoy escribiendo
esto con un poco de hambre y se nota, porque os voy a hablar un poco de la piza
a lo largo de la Historia. Si os gusta la pizza con piña, ya podéis coger la
puerta, degenerados, monstruos, asesinos culinarios que mezclan agua con
aceite.
Bueno, ahora que han pasado diez minutos y me he calmado un
poco, podemos comenzar.
Pan con cosas ha existido toda la vida. El pan de trigo es
uno de los alimentos más básicos, y no es casualidad que a los prisioneros se
les dé “pan y agua”. Por eso lo de ponerle cosas por encima a un trozo de pan y calentarlo es una receta
que hasta el soltero menos habilidoso puede hacerse para no morir de hambre ni
recurrir a una cadena de comida rápida por quinta vez en lo que va de semana.
En la Persia Clásica gustaban de comer una especie de pan
plano con dátiles y queso por encima. Los romanos comían otra receta, de origen
etrusco, que incluía hierbas aromáticas y aceite de oliva. Pero la receta de la
pizza tal y como la conocemos, con su tomatico y todo, tiene que esperar al
descubrimiento de América. Concretamente después de que se tranquilizaran las
cosas tras el convulso Renacimiento Italiano.
Nunca sabremos qué iban a poner encima de esa pizza pompeyana porque el volcán destruyó todo antes de que le añadieran los ingredientes.
Hasta entonces, por el resto de Europa se había mirado con
suspicacia a los alimentos que venían de América. La patata, el chocolate o el
tomate se llegaron a creer que eran venenosos y en absoluto aptos para el
consumo de las buenas gentes temerosas de Dios. Y en Nápoles estaban
aventureros cuando decidieron incorporar el tomate a su Pan con CosasTM.
Era barato, rápido y fácil de preparar. Tenía todo lo que
hacía falta para que el plato se popularizara rápidamente (excepto bordes
rellenos, que aún no se habían inventado) y las clases populares del sur de
Italia lo adoptaron con alegría. La unificación italiana la difundió por toda
la Península Itálica en el siglo XIX y las sucesivas migraciones de italianos
la exportaron a diferentes partes del mundo.
"¿Qué puedo hacer para impresionar a una reina que ya tiene de todo?"
La primera receta “oficial” para la pizza data de 1889,
cuando se crea la pizza margarita en honor a la reina Margarita de Saboya. En
un alarde de patriotismo, la pizza margarita llevaría los colores de la nueva y
flamante bandera italiana: mozzarella (blanco), tomate (rojo) y albahaca
(verde). Que puede parecer una cutrez, pero ya quisiera yo que se pusiera mi
nombre a algo tan delicioso como una pizza. Y ojalá el patriotismo se midiera
con una competición de pizzas gordas.
Países que recibieron gran número de inmigrantes italianos
también recibieron el gusto por la pizza. Y como si de un extraño caso de
darwinismo comestible se tratara, esas pizzas empezaron a adaptarse al nuevo
medio. En Roma se popularizó la pizza partida en cuadrados vendida como
tentempié rápido, los americanos hicieron pizza con masas de un dedo de grosor
y los argentinos… no me hagan hablar de los argentinos.
El logotipo del Partido Nazi napolitano.
Por supuesto también surgieron grupos reaccionarios a los
nuevos cambios y recetas. Gente que creía que solo se podía considerar “pizza”
si llevaba tomate triturado, mozzarella de búfala y albahaca fresca, horneada
durante dos minutos a 420º y nosecuantas chorradas más. Ellos eran el poder en
la sombra, la Associazione Verace Pizza Napoletana: la Inquisición de la pizza,
los nazis napolitanos. Gente muy loca que, si te vieran comprar esa pizza Casa
Tarradellas de oferta por próxima caducidad, te harían dormir con los peces con
zapatos de cemento.
Para cabrear a ese cónclave de sectarios adoradores de la
Receta Única (elaborada para dominarlas a todas y atarlas en las tinieblas) existen
las pizzas actuales, que básicamente son el posmodernismo hecho alimento
horneado. ¿Gambas? Por qué no ¿Chocolate? Venga.
Decadencia.
Barbarie.
Pizza con piña.
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