Si el Desembarco de Alhucemas es el equivalente español al
Día-D, el equivalente español a Vietnam es el Desastre de Annual. Sólo hay que
sustituir a Estados Unidos por España, Vietnam por Marruecos, la frondosa selva
tropical por la árida y rocosa inmensidad del Atlas y, finalmente, a los
agricultores de arroz por ganaderos de las montañas. El ratio de humillación se
puede conservar sin demasiada ponderación.
He hablado largo y tendido sobre los años 20 (y creedme, dad
gracias por no escucharme todos los días); también os he hablado del Desastre de Annual. Pero hace unas semanas un lector me pidió que hablara de Manuel
Fernández Silvestre. Así que aquí estamos, esta semana os voy a hablar del
General Silvestre.
El General Silvestre no era un mal tipo. Era uno de esos
militares de carrera que tanto abundaban a mediados del siglo XIX. En ese
siglo, si nacías en una familia militar estabas obligado a perpetuar la
tradición familiar, no es que pudieras elegir profesión. Pero tengo que reconocer que, pese a eso, he visto
militares mucho peores. Como, por ejemplo, yo mismo jugando al Hearts of Iron.
“¡Corred, corred, que viene el Coco!”
A lo largo de su vida cosechó un expediente militar bastante decente, pero cuentan las malas lenguas que su última frase antes de descerrajarse un tiro en la sien fue “¡Corred, corred, que viene el Coco!”. Yo soy de los que piensan que, incluso odiando el coco como lo odio, la medida fue un poco sobredimensionada porque el coco (aunque desagradable) no es como para pegarse un tiro en la cabeza. La tortilla de patatas con cebolla, sí, la tortilla de patatas con cebolla sí que merece un tiro en la boca.
Pero a lo que vamos. Manuel Fernández Silvestre nace en Cuba
cuando aún era considerada “el cachito ese de España del otro lado del mar” un
día muy rico de 1871. Pronto emigró a la Península para ir a la Academia
General Militar de Toledo, luego pasó a la rama de caballería. El caso es que
volvió a Cuba como teniente, que no es poco.
A lo largo de su estancia en la campaña cubana, Fernández
Silvestre se labró una fama de soldado competente y valeroso, ganando medallas
y elogios de sus superiores. No voy a entrar en detalles de las heridas que
recibió a lo largo de su estancia en Cuba, pero digamos que era una especie de
esponja de balas y machetazos. Además, como soldado de caballería escandalizaría
tremendamente a PACMA, porque sobrevivió varias veces a su montura.
Manuel Fernández Silvestre en Pinar del Río, Cuba. Circa 1896 (coloreada).
Como estaba demostrado sobradamente que era un militar
competente, se le envió al teatro de batalla más peligroso que tenía España en
ese momento: Marruecos. Y estuvo a la altura de las expectativas en lo relativo
a combate en terreno árido. Se le criticó su excesiva belicosidad, pero tenía éxito
así que no quedaron más que en eso, críticas huecas. Llegó a ser ayudante de
campo de Alfonso XIII.
"¿Cómo que no me puedo quedar con este niño no-civilizado como mascota?" dijo confiado Manuel Fernández Silvestre.
Pese a que los efectivos, la geografía y los medios no eran
los más propicios, se comenzó la campaña. Las líneas de suministro se alargaron
demasiado, pero no había de qué preocuparse. Después de todo, España era un
país civilizado y Marruecos una sociedad tribal atrasada y salvaje… ¿qué podía
salir mal?
Pues realmente, todo. Las líneas de suministro fueron fácilmente cortadas por
partidas de guerra marroquíes. Las harkas rifeñas comenzaron a acosar a los
soldados españoles. Cundió el caos y la fuerza española fue masacrada. El
propio General Silvestre desapareció en medio de todo ese caos: unos dicen que
se suicidó, otros esperaban una milagrosa supervivencia como las que había llevado
a cabo en Cuba. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Probablemente por culpa de Thanos, como siempre.
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