En 1953 murió Stalin y la Unión Soviética asumió nuevo
liderazgo de la mano de Jrushchov. China se enfadó y rompió relaciones
diplomáticas con la URSS porque no le gustaba más Stalin que Jrushchov.
Berlín seguía dividida y disputada entre los dos bloques. La
fuga de gente del Berlín Oriental al flamante Berlín Occidental, en el que
disfrutaban de los parabienes del Plan Marshall, era un goteo constante de
evasiones. Para evitarlo, se construyó la idea más brillante desde que a los
chinos se les ocurriera construir la Gran Muralla China (y hasta que Trump
logre hacer algo): un muro, alto, con ametralladoras y cosas amenazadoras con
púas, que se iría reforzando y mejorando con el tiempo para hacerlo más grande
y más amenazador.
Las dos potencias se apuntaban sus cacharros nucleares a la
cara y amenazaban con dispararlos. Para que el otro recibiera más daño del que
infligía, ambos bloques empezaron una carrera armamentística sin precedentes.
El desarrollo de armas llevó a que el hombre pudiera lanzar chatarra al espacio
por primera vez en 1957, con el lanzamiento del Sputnik. En 1961 lanzaron por
el espacio a Yuri Gagarin, que volvió sano y salvo.
Módulo espacial Vostok-1 en el que viajó al espacio Gagarin. Nótese la mantita espacial, que allí arriba hace algo de fresco.
Mientras tanto, sabrosos ritmos caribeños se mezclaban con
cánticos revolucionarios en Cuba, que se había unido al glorioso bloque
soviético tras la revolución de 1959. La URSS fue sorprendida en 1962 mientras
construía inocentemente silos de misiles en la isla. La que se lió fue gorda:
probablemente uno de los puntos más calientes de la Guerra Fría, que marcó un
punto de no retorno en cuanto a “oh Dios mío, ¿qué hemos estado a punto de
hacer?” en las dos potencias.
La cosa es que los silos de misiles soviéticos en cuba
respondían a un par de intentos por parte de EEUU de desestabilizar la recién
instaurada revolución cubana (incluyendo una fallida invasión) y la
construcción de bases de misiles que apuntaban a la URSS en Turquía. Tras las
amenazas de represalias masivas de rigor, se abrieron vías diplomáticas y se
llegó a un acuerdo: EEUU respetaría algo a Cuba y ambos países quitarían los
misiles que apuntaban al otro como gesto de buena voluntad.
Y, para redondear la oferta, se instaló una línea directa
entre los mandamases de los dos bloques: el famoso “teléfono rojo” (que en
realidad era de un color blanco bastante normal). Se iniciaba un período de
colegueo y, en general, relajación en la tradición de miradas amenazadoras que
habían caracterizado los años anteriores. Esta fase se denomina “la fase de
coexistencia pacífica”. Pero que se coexista pacíficamente no significa que no
hubiera puñaladas por la espalda. La costumbre de librar guerras en terceros
países siguió existiendo. Chile o Egipto, por ejemplo. Sin contar con el
conflicto preferido por todos: Vietnam.
Vietnam fue tan impopular que Activision lo incorporó en el Call of Duty más mediocre de su saga.
De haber sido una guerra abierta, la Guerra de Vietnam
habría sido un desastre estrepitoso para EEUU, pero como era una guerra proxy
que se luchaba pero oficialmente no se luchaba, Estados Unidos puede mantener
la cabeza alta. Más o menos. El coste de mantener numerosos efectivos
movilizados en plena jungla, sumado al desgaste de moral de una guerra de
guerrillas que parecía infinita, hizo que en 1975 EEUU abandonara su aventura
en el sudeste asiático. Vietnam fue la guerra más impopular del momento.
Por su parte, la URSS tampoco quería quedarse atrás en lo
que a impopulares guerras de desgaste se refiere, y se metió en Afganistán. Una
vez más, ninguno de los dos bandos se enfrentaron directamente, pero utilizaron
Afganistán como campo de pruebas aprovechando su situación de guerra civil.
Unos apoyando a un gobierno comunista revolucionario y otros financiando un
islamismo radical político. Lo de apoyar a fanáticos islamistas se le fue de
las manos a la CIA y lo que comenzó como un anti-comunismo acabó convertido en
un anti-imperialismo que les acabó salpicando. Los años 80 no fueron buenos
para los rusos.
Y es que la Doctrina Reagan se proponía combatir al
comunismo allí donde apareciera. Con los medios que fueran necesarios (que
normalmente solían ser misiones secretas llevadas a cabo por la CIA). Una
especie de erradicación de “malas hierbas” pero con tíos vestidos de negro y
gafas de sol como jardineros. Si Reagan se hubiera tenido que comer a su
primogénito para frenar al comunismo, habría pedido un poco de pan para poderlo
pasar mejor. Y guarnición, para que no estuviera tan soso.
- Vaya, señor Gorvachov, así que usted es un sucio comunista de esos...
El problema de la Unión Soviética era que, para mantenerse a
la par que Estados Unidos, tenía que destinar una barbaridad de su presupuesto
a la carrera armamentística. Lo que significaba que los bienes de consumo no se
producían tanto y había escasez. Con una economía rígida y enfocada al
desarrollo armamentístico, el descontento empezó a calar en la sociedad soviética.
Porque la gente no puede comer balas.
La URSS introdujo medidas para paliar esa crisis (como la “perestroika”
en aspectos económicos y la “glásnost” en aspectos políticos) que lejos de
mejorar la situación la empeoraron. En 1989 los países del Pacto de Varsovia
estaban al borde del colapso: Polonia y Hungría comenzaron a exigir elecciones
libres, les siguieron Bulgaria y Rumanía (este último con sangre de por medio).
Por no hablar del revuelo que se montó en Berlín con lo del Muro.
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