domingo, 2 de octubre de 2016

El Emperador Norton I



Norton fue el primer emperador que llevaba su nombre. Por eso fue conocido como Su Majestad el Emperador Norton I. Hasta aquí todo normal, un emperador más en la larga lista de megalómanos con poder que nos ha dado la Historia. Pero lo singular de Su Majestad el Emperador Norton I es que sus títulos eran el de “Emperador de los Estados Unidos” y el de “protector de México”.

Hay que aclarar que el emperador Norton era, en realidad, Joshua Abraham Norton, nacido en la Gran Bretaña de principios del siglo XIX. Provenía de una familia acomodada de comerciantes que se mudaron a hacer fortuna a las colonias británicas de Sudáfrica. Allí moriría su padre a mediados de siglo.

Con la herencia de su padre, Norton emigró a Estados Unidos, la Tierra de las Oportunidades. Concretamente, a San Francisco. Allí se enriqueció gracias al comercio para después perderlo todo. Arruinado y con todos sus bienes embargados, lo que le llevó a enemistarse con el gobierno de Estados Unidos, que dejó de ser la “tierra de las oportunidades” para él.

Al morir, el Emperador Norton trascendió su forma humana y se convirtió en antivirus.

Los sistemas legal y político de los Estados Unidos eran el problema: el 17 de septiembre de 1859 envió cartas a los principales periódicos de San Francisco, declarándose unilateralmente emperador. Posteriormente disolvió y declararó ilegales las reuniones del Congreso de Estados Unidos porque la nación ya tenía un emperador. Jugada maestra.

Obviamente nadie hizo caso al Emperador Norton I y todo el mundo siguió con sus vidas: los militares y los políticos de Washington ignoraron la voluntad de Su Majestad imperial. Pero Norton siguió a lo suyo: después de que México empezara una de esas revoluciones que tanto le gusta tener (en este caso, la Guerra de la Reforma), Norton creyó que era hora de darle estabilidad a esa nación y añadió “protector de México” a sus competencias políticas.

La parte buena es que su meteórica carrera no se le subió a la cabeza. Siempre vivió con frugalidad con sus dos perros, pese a que se “carteaba” con grandes personalidades europeas, como la Reina Victoria, con la que planeaba casarse (unilateralmente también, a su muerte se encontraron telegramas falsos del Zar Alejandro II felicitándole por su boda).

 Su Majestad el Emperador Norton I, pensando qué territorios adjudicarse ahora.

Sin embargo, pese a que en el resto del mundo lo ignoraban, en San Francisco lo veían con simpatía. El Emperador Norton I estaba arruinado, pero eso no le impedía cenar gratis en los mejores restaurantes. En los teatros y operas de la ciudad tenía palco reservado siempre que lo quisiera. En resumidas cuentas, Norton tenía cierta autoridad de facto.

Tanto se creía Norton su propia fantasía que, cuando estalló la Guerra Civil Americana, convocó en San Francisco al Presidente Lincoln y a Jefferson Davis. Como ninguno le hizo caso, dijo que la Guerra de Secesión quedaba cancelada hasta que él tomara una decisión al respecto. Norton también emitía su propia moneda, que lograba colar a turistas y extranjeros (aunque San Francisco la admitía como moneda de curso legal).

Lo cierto era que Norton era una especie de vagabundo, pero poseía cierto carisma y un encanto natural que hacía que la gente le siguiera el juego en su fantasía. En el censo de la ciudad estaba listado con la ocupación de “Emperador”. Le proveyeron de ropa imperial (chistera con plumas de pavo real, sable y uniforme con charreteras incluido en el lote) y cuando la ropa empezó a estar vieja, se la sustituyeron. La autoridad que tenía el Emperador era tal que llegó varias veces a impedir el linchamiento de chinos, blanco de la cólera en esas fechas.

Su Majestad el Emperador Norton I montando en el vehículo imperial oficial

Norton fue un miembro activo de la comunidad de San Francisco. Supervisaba personalmente el estado de los equipamientos públicos. Sus discursos pseudofilosóficos eran célebres y sus decretos, aunque nunca eran tomados en serio, tenían una irónica sensatez: propuso la creación de una sociedad de naciones que mediara en los conflictos internacionales, o proyectó un puente colgante en lo que ahora es el San Francisco–Oakland Bay Bridge. En San Francisco se le recuerda como un “gobernante” justo y honrado.

Murió en 1880 de una apoplejía, a los 65 años de edad. A su entierro acudieron más de diez mil personas y la Asociación de Comerciantes donó dinero para que el funeral estuviera a la altura de un emperador, ya que el Emperador no podía permitirse un funeral digno.

Puede que fuera un genio excéntrico o puede que fuera un simple loco al que toda una ciudad le seguía el rollo, pero Norton I dejó una marca en el mundo. Reinó como emperador 21 años, creyendo realmente que lo era. En mitad de su funeral se produjo un eclipse de sol, como dándole la razón.

Mark Twain incluyó a Norton en Las aventuras de Huckleberry Finn, siendo el personaje de “el Rey”. Robert Louis Stevenson incluso lo metió como personaje en su novela “Los traficantes de naufragios”. Si queréis algo más moderno, Gaiman incluyó la historia de Norton en su onírica obra Sandman (“Tres septiembres y un enero”).


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