Norton fue el primer emperador que llevaba su nombre. Por
eso fue conocido como Su Majestad el Emperador Norton I. Hasta aquí todo
normal, un emperador más en la larga lista de megalómanos con poder que nos ha
dado la Historia. Pero lo singular de Su Majestad el Emperador Norton I es que
sus títulos eran el de “Emperador de los Estados Unidos” y el de “protector de
México”.
Hay que aclarar que el emperador Norton era, en realidad,
Joshua Abraham Norton, nacido en la Gran Bretaña de principios del siglo XIX.
Provenía de una familia acomodada de comerciantes que se mudaron a hacer
fortuna a las colonias británicas de Sudáfrica. Allí moriría su padre a
mediados de siglo.
Con la herencia de su padre, Norton emigró a Estados Unidos,
la Tierra de las Oportunidades. Concretamente, a San Francisco. Allí se
enriqueció gracias al comercio para después perderlo todo. Arruinado y con
todos sus bienes embargados, lo que le llevó a enemistarse con el gobierno de
Estados Unidos, que dejó de ser la “tierra de las oportunidades” para él.
Al morir, el Emperador Norton trascendió su forma humana y se convirtió en antivirus.
Los sistemas legal y político de los Estados Unidos eran el
problema: el 17 de septiembre de 1859 envió cartas a los principales periódicos
de San Francisco, declarándose unilateralmente emperador. Posteriormente
disolvió y declararó ilegales las reuniones del Congreso de Estados Unidos
porque la nación ya tenía un emperador. Jugada maestra.
Obviamente nadie hizo caso al Emperador Norton I y todo el
mundo siguió con sus vidas: los militares y los políticos de Washington
ignoraron la voluntad de Su Majestad imperial. Pero Norton siguió a lo suyo:
después de que México empezara una de esas revoluciones que tanto le gusta
tener (en este caso, la Guerra de la Reforma), Norton creyó que era hora de
darle estabilidad a esa nación y añadió “protector de México” a sus
competencias políticas.
La parte buena es que su meteórica carrera no se le subió a
la cabeza. Siempre vivió con frugalidad con sus dos perros, pese a que se
“carteaba” con grandes personalidades europeas, como la Reina Victoria, con la
que planeaba casarse (unilateralmente también, a su muerte se encontraron
telegramas falsos del Zar Alejandro II felicitándole por su boda).
Su Majestad el Emperador Norton I, pensando qué territorios adjudicarse ahora.
Sin embargo, pese a que en el resto del mundo lo ignoraban,
en San Francisco lo veían con simpatía. El Emperador Norton I estaba arruinado,
pero eso no le impedía cenar gratis en los mejores restaurantes. En los teatros
y operas de la ciudad tenía palco reservado siempre que lo quisiera. En
resumidas cuentas, Norton tenía cierta autoridad de facto.
Tanto se creía Norton su propia fantasía que, cuando estalló
la Guerra Civil Americana, convocó en San Francisco al Presidente Lincoln y a
Jefferson Davis. Como ninguno le hizo caso, dijo que la Guerra de Secesión
quedaba cancelada hasta que él tomara una decisión al respecto. Norton también
emitía su propia moneda, que lograba colar a turistas y extranjeros (aunque San
Francisco la admitía como moneda de curso legal).
Lo cierto era que Norton era una especie de vagabundo, pero
poseía cierto carisma y un encanto natural que hacía que la gente le siguiera
el juego en su fantasía. En el censo de la ciudad estaba listado con la
ocupación de “Emperador”. Le proveyeron de ropa imperial (chistera con plumas
de pavo real, sable y uniforme con charreteras incluido en el lote) y cuando la
ropa empezó a estar vieja, se la sustituyeron. La autoridad que tenía el
Emperador era tal que llegó varias veces a impedir el linchamiento de chinos,
blanco de la cólera en esas fechas.
Su Majestad el Emperador Norton I montando en el vehículo imperial oficial
Norton fue un miembro activo de la comunidad de San
Francisco. Supervisaba personalmente el estado de los equipamientos públicos.
Sus discursos pseudofilosóficos eran célebres y sus decretos, aunque nunca eran
tomados en serio, tenían una irónica sensatez: propuso la creación de una
sociedad de naciones que mediara en los conflictos internacionales, o proyectó
un puente colgante en lo que ahora es el San Francisco–Oakland Bay Bridge. En
San Francisco se le recuerda como un “gobernante” justo y honrado.
Murió en 1880 de una apoplejía, a los 65 años de edad. A su
entierro acudieron más de diez mil personas y la Asociación de Comerciantes
donó dinero para que el funeral estuviera a la altura de un emperador, ya que
el Emperador no podía permitirse un funeral digno.
Puede que fuera un genio excéntrico o puede que fuera un simple
loco al que toda una ciudad le seguía el rollo, pero Norton I dejó una marca en
el mundo. Reinó como emperador 21 años, creyendo realmente que lo era. En mitad
de su funeral se produjo un eclipse de sol, como dándole la razón.
Mark Twain incluyó a Norton en Las aventuras de Huckleberry
Finn, siendo el personaje de “el Rey”. Robert Louis Stevenson incluso lo metió
como personaje en su novela “Los traficantes de naufragios”. Si queréis algo
más moderno, Gaiman incluyó la historia de Norton en su onírica obra Sandman (“Tres
septiembres y un enero”).
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