El Día de la Hispanidad es como echar kétchup al arroz
blanco (o piña a la pizza). A unos les encanta y a otros les parece una herejía que debería
desaparecer. Ahora, que ya han pasado algunos días y todos nos hemos relajado
en Facebook, voy a contar lo que opino de todo eso.
En primer lugar, lo dejaré bien claro: me gusta España, pero
no me gusta ser español.
¿Cómo es esto? Tranquilos, que me voy a explicar. España,
como país, me parece la hostia, Decir España es evocar muchos pasajes de la
Historia que merece la pena recordar (y que no voy a enumerar porque cada uno
tendrá los suyos preferidos). Visitar España es algo obligatorio para aquellos
turistas culturales que recorren Europa y están interesados en algo más que el
sol, la playa y el alcohol barato.
Por el contrario, ser español está denostado. No por esa
herencia cultural a la que me he referido, sino por cómo se nos considera en el
panorama internacional. España está relacionada con políticos inútiles,
corrupción y picaresca. En internet, a Felipe VI le llaman “King of thieves”.
Sin embargo, eso no es obstáculo para que la derecha más rancia se apropie del
discurso nacional y ponga la bandera nacional cubriendo todo, como quien barre
debajo del sofá para ocultar la mierda y olvidan a todos esos españoles que se
han tenido que marchar de su país por motivos laborales. Que, digo yo, también
es “su” día.
Llegando ya al meollo, se habla de “descubrimiento” no
porque se descubriera un nuevo continente, que ya estaba habitado y en el que
los vikingos ya habían paseado dando abrazos y repartiendo amor, sino por el
descubrimiento científico que supuso: la Tierra dejaba de tener dragones en el
borde, ya no era plana. De la misma forma, el hecho de que una manzana se
cayera del árbol impulsó a Newton a escribir sobre la gravedad, cuando las
manzanas llevaban cayéndose de los árboles bastante tiempo.
Hola, somos los vikingos. Puede que matáramos y saqueáramos un poco, y vale que ahora todos quieren ser como nosotros porque ningún vikingo es feo, pero no éramos como esos asesinos conquistadores españoles.
Hacía 100 años que se había producido la Peste Negra y eso
fue “lo último”, en cuanto a igualdad se refiere, en Europa. Los valores
humanistas del Renacimiento solo se extenderían por una minoría culta. Si para
el señor feudal sus siervos, que mantenían sus mismas creencias y cultura, ya
eran “personas de segunda”, no quiero ni pensar lo que pensó al ver a un montón
de gente en taparrabos y plumas. Probablemente, en su mentalidad elitista,
sufrieron varios infartos cerebrales simultáneos.
Durante siglos, en la zona colonizada inicialmente por los
españoles, habían mandado los aztecas, que estaban enemistados con los
tlaxcaltecas. Los tlaxcaltecas, enemigos de toda la vida de los aztecas,
ayudaron militarmente a los españoles, y por ello recibieron privilegios de la
Corona (y se convirtieron en un pueblo crucial para la configuración de los
posteriores estados mesoamericanos). Con esto quiero decir que la conquista se
hizo con pueblos indígenas rebotados, no con conquistadores.
La presión demográfica que ejercía España hacia las colonias
no era lo suficientemente grande como para conquistar un continente entero. El
goteo de exploradores y conquistadores que llegaba nutría a los organizadores
de expediciones, a las élites y a los “oficiales” del ejército, pero la
soldadesca iba armada con armaduras de algodón y tenía hachas de obsidiana,
como el enemigo. Esto significa que los conquistadores extranjeros estaban en
absoluta minoría. Si los pueblos indígenas hubieran estado cohesionados y
hubieran opuesto resistencia coordinada, los conquistadores no habrían tenido
ni la más mínima oportunidad.
Y esto eh azí po-que lo digoh yo, cohone.
Al contrario de lo que ocurrió en América del Norte, el
exterminio de los indígenas fue algo accidental, fruto del contacto con
enfermedades contra las que no sabía nada el sistema inmunológico (y eso
incluye también a las enfermedades tropicales nuevas para las que los europeos
no estaban preparados). Esto es porque los indígenas de Sudamérica se mostraron
más colaboradores con los españoles que sus homólogos del norte con los
ingleses. Se cometieron atrocidades, eso es innegable, pero normalmente no se
cometieron con una crueldad que no se hubiera empleado en los campos de batalla
europeos. Y eso significa que el resto de potencias europeas no eran mucho
mejores que los españoles.
Fray Bartolomé de las Casas y ese tipo de gente, asumámoslo,
eran minoritarios. El grueso de la población que emigró al continente americano
no fueron a matar y a masacrar a los indígenas, huían de los impuestos que
tenían y buscaban los privilegios que no tenían en la Península Ibérica. Para
eso se enfrentaban a un viaje en barco bastante peligroso a través de un
océano, sin tener la certeza de que llegarían sanos y salvos al otro lado.
Actividad que me suena a acontecimientos dolorosamente cercanos. Al principio
lo que se buscaba era la rentabilidad, pero pronto se dieron cuenta de que lo
que estaban colonizando era demasiado grande como para depender eternamente de
la metrópoli, y posteriormente se dotaría a los virreinatos de su propia
infraestructura económica, religiosa y cultural: en las colonias se edificaron
universidades que se convertirían en auténticos centros culturales,
precisamente porque emigrarían aquellos que sentían que la rigidez de la
Península les constreñía.
El colonialismo de otras potencias europeas en el siglo XIX, tampoco demasiado bueno.
Tampoco es que de la noche a la mañana todos esos indígenas
que ahora eran problema de la corona española recibieran el status de
“ciudadanos”. Se les consideró “personas” relativamente pronto, si lo comparamos
con las colonizaciones de otros países (como la de Bélgica, por ejemplo, en
pleno siglo XIX). Sin embargo, al principio se les trató como a niños, como su
fuera gente que no ha alcanzado la edad adulta y debe de ser tutelada y guiada
por el buen camino, a veces con mano dura. Porque en aquella época estaba
permitido que los niños se llevaran una paliza o dos, si era ejemplarizante, y
aun no se había prohibido el trabajo infantil.
El sistema de trabajo que adoptaron los conquistadores
españoles estaba basado en el sistema tributario inca: cada grupo de indígenas
aportaba un número determinado de trabajadores durante varios meses del año
para trabajar para la comunidad. Con la llegada de los españoles, se utilizó el
mismo sistema solo que los indígenas “pagaban” con su trabajo al encomendero
español. Hubo malos encomenderos, por supuesto: al principio, los encomenderos
buscaron la rentabilidad, y explotaron a los indígenas en minas de metales
preciosos, trabajo al que no estaban acostumbrados porque provenían de
sociedades agrarias con economías de subsistencia. Posteriormente, el estado de
semiesclavitud que tenían muchos indígenas, se fue regulando y mejorando,
favoreciendo el mestizaje. Esta última parte no fue demasiado bien entendida
por los ingleses hasta el siglo XX.
No es la Conquista de América lo que genera más odio a ambos lados del Atlántico precisamente.
Gente que no estaba allí hace cinco siglos se ofende y exige
que pidamos disculpas gente que no hemos hecho nada para ofenderlos. Yo no pido
que Alemania pida perdón por llenarme la Península Ibérica de visigodos.
Tampoco que “el país que sea en el que se originaron” pida perdón por darle la
puntillica al Imperio Romano con los hunos. Sería aplicar una moral y una ética
actual a conflictos que se desarrollaron hace cientos de años, cuando los
principios que regían las sociedades de la época eran totalmente diferentes.
Eso es precisamente por el romanticismo de lo salvaje el que
empuja a idealizar las sociedades indígenas y despreciar la cultura impuesta.
Esto es un debate que viene ya de antiguo, una disyuntiva entre el hombre en su
estado natural vs. el hombre “domesticado” y civilizado. En materia de
Historia, habrá quienes siempre evoquen el pasado como una gloria ya perdida.
Y recordad: trasladar valores morales y éticos de la
actualidad al pasado, se llama presentismo, y es malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario