domingo, 31 de mayo de 2015

Vikingos: El cani escandinavo de la Alta Edad Media (II)



Hay una cosa que se me quedó en el tintero el otro día que hablamos de los vikingos.

De la misma forma que ahora se recrean vikingos, dentro de mil años se recrearan a las bandas de albanokosovares que se dedican a robar en verano. Unos saquean las costas del Atlántico, otros tu segunda residencia en la playa. Si ven resistencia unos te venden esclavos y cosas que hayan saqueado y otros son el que viene a mirarte el contador del gas pero tiene un acento algo extraño. Lo mismo son.

Pero hay que reconocerles que sabían joder a la gente. No es un incordio como una invasión de toda la vida, que sabes que si la rechazas tus contendientes van a estar lamiéndose las heridas un buen tiempo y/o mirándote mal desde el otro lado de la frontera de tu reino. No, los vikingos llamaban varias veces a la puerta de tu casa. Muy fuerte. Con un hacha.

Daba igual el mes que fuera, siempre había excusa para hacer una incursión en las islas británicas. Puede que fuera invierno y los vikingos se aburrieran de helarse el culo en un país que alterna frío y oscuridad con aun más frío y oscuridad. Puede que fuera época de cosecha y al estar todo el mundo en el campo fuera más fácil de saquear y robarles a las mujeres. Puede que, por el contrario, se hubiera pasado la cosecha y los graneros estuvieran repletos de comida saqueable. Puede que simplemente los vikingos tuvieran ganas de bronca y tu tuvieras pinta de pringao.

Me he permitido hacer esta pequeña infografía de la función de las distintas zonas de un castillo durante un ataque vikingo

Por ello no sabías cuando iba a aparecer un drakkar lleno hasta los topes de pandilleros escandinavos medievales con ganas de probar sus hachas nuevas en tu caja torácica. Cuando ocurría esto, sólo podías correr hasta el torreón de madera del señor local y esperar a que los vikingos se cansaran de quemar tu casa y matar a tus vacas. Bueno, y rezar por que no les diera por decidirse por asediar el castillo de mierda en el que te has refugiado.

Pero hay una cosa que hay que reconocerles, sabían cómo funcionan los ecosistemas. No estoy hablando de hippies melenudos abraza-árboles amantes de la naturaleza y los animales. Para ellos masacrar renos, vestir con pieles obtenidas de forma nada pacífica (bien matando animales, bien matando a sus anteriores propietarios) y llevar un modo de vida, en líneas generales, poco ético era lo que molaba. Los ecosistemas funcionaban de otra forma para los vikingos.

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Para los vikingos, los recursos naturales no era nada relacionado con la naturaleza, todo podía conseguirse a costa de alguien. Por tanto, el principal recurso de los vikingos eran los recursos de otras personas. De la misma forma que nosotros intentamos no agotar los caladeros de peces, ellos intentaban no quemar demasiado a la gente a la que saqueaban. Literalmente.

Esto quiere decir que intentaban saquear con diversidad, dando tiempo a que los lugares saqueados se recuperaran para volver a visitarles cuando hubieran levantado cabeza. Las ciudades costeras comerciales eran las preferidas, aunque no le hacían ascos a una aldea pequeña. Y si remontando un rio veían una vaca solitaria, la mataban y ya tenían unos buenos chuletones. Todo lo tuyo es mío y todo lo mío es mío. Ese era el espíritu vikingo.

Mención especial tenían los monasterios. Cuando mezclas a un grupo de personas que predican la no-violencia y tienen jugosas riquezas con otro grupo que se parece a un grupo de hinchas cuyo equipo ha perdido el partido, solo que con más ganas de darse de hostias, el resultado es claro. Los monasterios no tenían ni una oportunidad porque las tapias solo retrasaban y cabreaban a los incursores. Vikingos frustrados y hachas afiladas no ha sido nunca una buena combinación.

Mira ese monje ahí leyendo comics. ¿Ese frikazo tiene que enfrentarse a un tío escandinavo sediento de sangre? 

Pero, una vez más, había que mantener el ecosistema. Podías matar a unos cuantos monjes mientras te reías a carcajadas de lo bien que te lo pasabas, pero tenías que dejar que unos cuantos huyeran. Alternativamente, podías capturarlos como esclavos y ofrecer su liberación al noble local que, al querer ganarse la salvación de su alma, estará encantado de pagar el rescate. Podías llevarte los relicarios de metales preciosos, pero había que dejar los trozos de santos que había dentro.

De esta forma te garantizabas que los monjes volvieran a reconstruir el monasterio y a encargar más relicarios de metales preciosos para guardar las reliquias.  Así, al año que viene podías hacerles una visita y volver a tu pueblo cargado otra vez. Los monasterios eran una gominola: situados en sitios remotos, sin defensa alguna, con riquezas a su cargo…  lo único que podían hacer los monjes para ir provocando más aun es cambiar sus hábitos por leggings.


Si es que ¿A quién se le ocurriría entregar sustanciosos diezmos a unos tíos que abogan por poner la otra mejilla cuando estás rodeado de violentos piratas escandinavos? 


La tontería comenzó aquí.

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