domingo, 3 de mayo de 2015

Vikingos: El cani escandinavo de la Alta Edad Media



Los vikingos venden. Y no me estoy refiriendo a novelas románticas de vikingos sensibles de pecho depilado, pero altamente satisfactorios en la cama, que bien merecen un análisis algún día de estos (buscad en Google “novela romántica vikingo” si queréis ver un desfile de portadas protagonizadas por viriles torsos perfectos y cincelados). Estoy hablando de morlacos barbados y borrachos salidos del sobaco de un grupo cualquiera de power metal finlandés. Porque, seamos claros, una civilización que se dedica a escribir en piedra no puede ser muy sensible que digamos.

Que sí, que las corrientes historiográficas hablan de una progresiva emigración de los pueblos escandinavos hacia tierras más fértiles y cálidas, abandonando el frío norte, más o menos como ocurre ahora con los guiris en la Costa del Sol, pero no se engañe, querido lector: los vikingos no eran buena gente. De hecho, dudo que fueran gente.

Seres de grandes melenas y barbas acordes, con una afición por eviscerar monasterios enteros, como quien sale de excursión al campo, y más violentos que un cani puesto de coca hasta las cejas. Esos son los vikingos. Y sí, con el tiempo se asentaron en diferentes zonas de Europa y se integraron, pero no sin antes dar por culo a la población autóctona un buen rato. ¿Multiculturalidad? Los vikingos no conocían una palabra tan larga. Ellos venían a quemar aldeas, violar mujeres, masacrar personas y esclavizar niños, no a pagar pensiones.

La cofradía de carpinteros de la ribera de Oslo, preparando sus transportes para veranear en Inglaterra.

Sí, pero eran fieros luchadores, dirás. Yo también me apunto a luchar contra un enemigo desarmado que se ha dedicado toda su vida a predicar la no-violencia monástica mientras yo voy bien forrado en cota de malla. Yo también me pego con alguien si voy tan puestísimo de drogas que no noto que hace media hora que me han cortado un brazo y lo estoy utilizando para golpear al desgraciado “A”, después de perder mi espada al quedarse enganchada en la caja torácica del desgraciado “B”.

Y si el enemigo presentaba demasiada oposición a ser masacrado, pues vuelta al drakkar y probamos suerte en otra playa. Fácil, sencillo y para toda la familia. Si no me creéis, dejad que os cuente la historia de Haesten, el caudillo vikingo que se cansó del Atlántico y se fue de saqueos por el Mediterráneo. Llegó acompañado de sus compis carentes de honor a las murallas más impresionantes que había visto en su vida y, viendo que no las podían traspasar por mucha droga que se hubieran metido sus berserkers, decidieron emplear la astucia.

"¿Jesucristo o Thor?" Intercambio de opiniones teológicas avanzadas entre cristianos y paganos en torno al siglo IX.

Björn, segundo al mando de la expedición, se presentó ante el obispo de la ciudad y dijo ser el emisario de un grupo de refugiados cuyo jefe había muerto después de abrazar la fe cristiana y sólo quería ser enterrado en la iglesia de la ciudad, como buen cristiano. Por tanto, el cortejo fúnebre de vikingos plañideros de Haesten lo acompañó hasta el corazón de la ciudad, momento en el que el propio Haesten saltó del ataúd y mató al atónito obispo. Un plan perfecto para saquear y asesinar sin tener que poner un aburrido asedio de por medio, pero no era Roma lo que habían conquistado. Era una ciudad de tercera llamada Luna que, en un alarde de gañanismo, esos vikingos habían confundido, como si de Martínez Soria se tratase, con la Ciudad Eterna.

“¿Vikingos en Italia? ¿Qué me estás contando?” te preguntarás. Los vikingos, como si una plaga se tratase, pulularon por Europa acumulando capital y llevándose, con cierto grado de violencia gratuita, a mano de obra cualificada a sus yermos helados, en los que lo más emocionante era pescar bacalaoen los fiordos. Normandía, Nápoles, Constantinopla… todos esas zonas estuvieron infestadas de mancebos barbados con malas pintas y sus desproporcionadas ganas de liarla al son de Manowar.

Hola, soy un berserker y voy tan puestísimo de farlopa medieval que mi escudo me parece nutritivo y apetecible.

Por aquel entonces no se salvó ni la Península Ibérica, en manos de afeminados musulmanes y cristianos amantes del alpinismo, de su ración de multiculturalidad vikinga. Galicia y Asturias eran sus destinos preferidos, pero no hicieron ascos a bajarse a Cádiz, Algeciras, Sevilla y darse un paseo por el Levante, iniciando una tradición de nórdicos quemándose al sol español que durará hasta nuestros días. Portugal tampoco se salvó de las visitas, pese a que sus mujeres rivalizaban en frondosidad de vello facial con las luengas barbas y frondosos bigotes vikingos.

Entonces, si los vikingos eran unos auténticos cretinos… ¿por qué molan tanto? Por esa decadencia moral e intelectual propia de piratas escandinavos depresivos amantes de los arenques ahumados. Por el desprecio por todo lo que oliera a políticamente correcto y/o buenrollista. Y porque representan el salvajismo en estado natural con el que los hombres se quieren comparar y las mujeres aspiran a domesticar (sugiero una vez más la búsqueda en Google “novela romántica vikingo” si aún no lo has hecho). Pero ninguno de los dos grupos sabe que el vikingo es una bestia parda que destripa piltrafillas que osan ponerse al mismo nivel que él y no tiene lado sensible y tierno que descubrir.

La tontería continúa aquí.

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