La semana pasada llegué a donde no llegó Felipe II con la Armada Invencible y estuve haciendo el turista en Londres,
capital de un país en el que un pirata puede llegar a ser “sir” por gracia y
obra de Isabel I de Inglaterra. Un país en el que amanece lloviendo, a mediodía
hace un tiempo veraniego y dos horas más tarde tienes que ponerte bufanda. Un
país en el que se come a las 12 del mediodía, cenas a las 7 y a las 10 estás en
la cama (en caso contrario eres un malote). En resumen, un país de locos.
Pero, en líneas generales, la capital de la “pérfida Albión”
fue entretenida de visitar. Y agotadora, también, que la vida de un turista es
muy sacrificada. Ya sabéis: levantarse pronto para patear la ciudad, entrar a
un museo, salir a comer de bocadillo y volver arrastrándose a la habitación
para tumbarse en la cama y notar como tus pies agonizan. Cenar algo. Dormir.
Repetir.
Los francotiradores ingleses de la Primera Guerra Mundial eran seleccionados de entre los soldados con grandes carencias en el sentido de la moda y la estética
Aunque soy un declarado e irredento germanófilo, el hecho de
que los alemanes perdieran la Primera Guerra Mundial hizo que en mi visita a Berlín
no hubiera grandes libros ni cosas interesantes relacionadas que me llamaran la
atención. Pero, en Londres, fue diferente: si tuviera un sueldo podría decir el
famoso “me he gastado el sueldo de este mes en X” pero como no tengo trabajo,
simplemente me gasté mucho dinero en libros de la Primera Guerra Mundial. Supongo
que los alemanes estaban demasiado ocupados en pensar en qué habría pasado si
hubieran tenido un par de suéteres más en el Frente Oriental como para celebrar
el centenario de nada.
Porque realmente estuve toda esa semana en museos y exposiciones, pero en el que
realmente me lo pasé como un enano es en el Museo de la Guerra Imperial. No me
malinterpretéis, el Museo Británico está lleno de artefactos impresionantes de
cuando el Imperio Británico iba por ahí “recogiendo” los restos arqueológicos
que otros países inferiores no querían (y visto lo que ocurre con el Isis y los
museos, deberían haberse llevado más), pero es que el Museo de la Guerra Imperial
me llegó al corazón.
Sir Medieval-serious-business. No se le impresiona fácilmente
En general, los museos británicos tienen una dimensión muy táctil.
A parte del fish & chips, a los ingleses les gusta mucho eso de que puedas
tocar las exposiciones. Lo cual, traducido a la Gran Guerra significaba
uniformes que ponerte, fusiles que coger con las manos y trincheras (con barro
artificial, todo muy higiénico y muy british) que recorrer. Si me ha encantado
con veintipico años, no quiero pensar lo que habría ocurrido si me hubieran
llevado siendo un crío.
Luego están las típicas trampas para turistas: Westminster,
Torre de Londres y compañía. Sitios a los que los turistas van a visitar aunque
pongan la entrada a precios escandalosos y tengan que pagar con el primogénito
de la familia. Que, a ver, esos sitios son interesantes de visitar y tienen historia,
pero el tener que pagar una media de 30 euros por entrar no dice mucho a su
favor. Y menos cuando la gran mayoría de los museos son gratuitos.
Leones equisdé: ¿Dónde termina la heráldica y empieza el meme?
Así que básicamente he ido a Londres a quejarme de lo caro
que son los monumentos y a maravillarme de sus museos. De hecho tendría que
haber aprovechado más los museos y haber empleado un día entero en el Museo
Británico, pero como soy tan occidental, el arte oriental no me interesaba y
terminé saltándomelo. De cualquier modo, no me arrepiento de todo lo que hice
en esa ciudad que está siempre mojada por la lluvia.
Ya la he puesto en facebook, pero merece la pena recordarla
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