Mientras me tomo el té de rigor (verde con vainilla) y me
justifico por no subir nada la semana pasada (la universidad es la universidad)
me comenta el apuntador que podría hablar de la Revolución Francesa. Ese suceso
que cambiará la historia de Occidente, ya sabéis, marcando el inicio de la Edad
Contemporánea al sentar las bases de la democracia moderna y todo eso.
Partimos de un régimen político demasiado rígido y nada
partidario de aceptar las reformas que pedía la creciente burguesía. Le sumamos
una aristocracia aferrada a sus privilegios feudales y una posición política en
decadencia frente a las nuevas ideas de la Ilustración. Todo ello aderezado con
una crisis económica y agrícola que subió los precios de los alimentos básicos
mientras la desigual carga fiscal empobrecía a los estratos más bajos.
Por ello es normal que estallaran “jacqueries” en el medio
rural mientras en las ciudades se caldeaban los ánimos de la burguesía, que veía
como sus peticiones servían para limpiar el ojete de la aristocracia del lugar.
El apoyo francés a la Guerra de Independencia estadounidense hizo que, a pesar
de triunfar frente a Inglaterra, Francia cayera en bancarrota. Y los que debían
sacarla eran aquellosque ya pagaban impuestos.
Luis XVI (se pronuncia ecsbí) tocado con el Poncho Real de Aspecto Caro™
Comprensiblemente, la cosa explotó. Te ningunean, te
exprimen a impuestos hasta que no puedes comprar comida y encima te dicen que
será necesario que pagues más. Mientras tanto las altas esferas, que se
lanzaron de cabeza a una guerra al otro lado del océano, se dan la vida padre
sin mover un dedo y viviendo de tus rentas. Irónicamente esa empresa
transoceánica colocó el antecedente de un pueblo que se libraba de la tiranía
de un mal monarca. Y era obvio que Luis XVI algo estaba haciendo mal.
Así que cuando el rey convocó los Estados Generales en mayo
de 1789, básicamente para pedir más dinero, se produjo el tumulto político. Para
que os hagáis una idea: el 97% de la población tenía el 33% del poder mientras
que el restante 3% se repartía el otro 66%. Todo ello no era vinculante, por lo
que dijeran lo que dijeran los Estados Generales, el rey podía hacer lo que
diera la gana.
A su vez, y según numerosos y reputados trabajos de investigación, los campesinos franceses estaban compuestos en un 79% de cera y un 21% de grima, como los de la foto.
Y ya estaba la fiesta montada. El Tercer Estado se reunió en
Asamblea Nacional, como legítimos representantes de la nación, y dio la espalda
a todos esos aristócratas. Se reunieron en el edificio en el que los
aristócratas jugaban a la pelota: de ahí que se conozca como Juramento del
Juego de Pelota a la promesa que hicieron esos representantes del Tercer Estado
de dar una Constitución a Francia. Se iniciaba así el primer periodo de la
Revolución Francesa: la Asamblea Constituyente, que duraría de 1789 a 1791.
El 14 de julio de 1789 el pueblo, contrariado por la
política financiera del rey, se lanzaba a conquistar la Bastilla: fue el segundo
paso de la revolución. Pese a que como cárcel dejaba mucho que desear (era la
prisión de nada más y nada menos que de siete ¡SIETE! prisioneros) supuso un
duro golpe al simbolismo despótico de la autoridad del rey. Un edificio que se
utilizaba como lugar para recluir a disidentes había sido tomado por el pueblo insurrecto.
Ah, bueno, y también era un buen polvorín, por lo que ese pueblo insurrecto
pudo armarse.
Mientras tanto: entre la nobleza....
La insurrección que había comenzado en París, se extendió a
otros centros urbanos de Francia. El pueblo se organizó en municipios y
perseguir el propósito de autogobierno que predicaban los burgueses en los
principios de la soberanía nacional. Se crearon cuerpos de Guardias Nacionales para
defender el nuevo orden. Y si los nobles locales se negaban a cooperar, siempre
se podían quemar sus propiedades y clavar sus cabezas en una pica.
De hecho, lo de clavar cabezas en una pica será
tremendamente popular conforme avance la Revolución. El alcalde de París será
uno de esos pioneros en mirar por encima del hombro a la gente, acusado de
contrarrevolucionario después de la toma de la Bastilla.
Y lo de asaltar y quemar las propiedades de la nobleza no
era algo casual: se buscaba destruir los famosos “libros terriers”. En ellos
estaba recogido ante notario las servidumbres, obligaciones, deudas e impuestos
a los que estaban sometidos los campesinos de sus señoríos. En otras palabras,
destruyendo esos libros ningún cobrador podía decirte lo que tenías que pagar o
cuales eran tus deberes. Un chollo.
De esta forma se iniciaba un periodo muy particular: el
Terror.
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