No puedo creer que hasta ahora no hubiera hablado de los
Sitios de Zaragoza. Y mencionar la Ruta-Botellón
de los Sitios no cuenta como “hablar de”.
Así que nada, en plena ruta turística de los franceses
por España estaba Zaragoza, punto crucial para controlar las líneas de suministro
que cruzaban los Pirineos, en el eje Madrid-Barcelona, y desde la que los
patriotas españoles lanzaban ataques a las columnas francesas.
El 24 de mayo de 1808 una turba de ciudadanos
zaragozanos asaltó el Palacio de la Aljafería y tomó el control de los
suministros del ejército. Palafox, aclamado por el pueblo en armas a pesar de
ser un mero militar de corte sin experiencia en batalla, se consolidó como
líder y empezó a instruir a los primeros milicianos apenas dos días después.
Durante los Sitios de Zaragoza mucho edificios sufrieron los estragos de la pubertad y el acné
Comenzaba el 15 de julio el primer sitio a la ciudad. La
columna francesa, al mando del general Charles Lefèvbre, no esperaba resistencia
por parte de unos baturros cabreados, pero sus tropas no pudieron poner un pie
en Zaragoza sin recibir por todas partes. Los franceses esperaban hacer el típico
despliegue de fuerza petulante, con los soldados entrando a la ciudad con
exagerada teatralidad para que la ciudad interpretara su papel de ciudad heroica,
pero que se rindiera pronto ante la pomposa superioridad de los gabachos.
Los franceses intentan tomar la ciudad varias veces y
en todas son rechazados (en la del 2 de julio se da el famoso episodio de
Agustina de Aragón). Entonces Lefèvbre optarán por sitiar la ciudad de forma
clásica. Cada intento de entrar en la
ciudad era rechazado. El 26 de julio explotó el Real Seminario, que era uno de
los polvorines de la ciudad, porque un carretero le dio fumarse un cigarrico.
… sucedió la grande catástrofe de la explosión del
almacén de la pólvora de las aulas públicas con las miras tan fatales, que de
solo imaginarlo estremece, causando los mayores estragos en los edificios de
dichas aulas, y del Seminario Conciliar, […] de resultas de haberse caído una
chispa de cigarro en la pólvora que en carros trasladaban al convento de San
Agustín, pereciendo los carreteros y cuantos hombres los cargaban y sus
caballerías, cuyos trozos deshechos fueron a parar con la violencia de la
pólvora a distancia muy apartada de la ciudad quedando tan maltratadas las
casas inmediatas que poco a poco se fueron cayendo, siendo tan grande el ruido
que hizo la explosión que se oyó de más de 10 leguas y en la ciudad apenas dejó
vidrio sano.
Zaragoza, 27 de junio de
1808. Testimonio del marqués de Lazán.
Cráter del Seminario. La cajetilla tenía razón: fumar mata
Entre el 31 de julio y el 4 de agosto los
franceses bombardearon indiscriminadamente la ciudad y alcanzaron sin quererlo el hospital de Nuestra
Señora de Gracia, manicomio para dementes de la ciudad, y muchos locos se
escaparon por la ciudad. Los franceses
flipaban.
Sin embargo, un par de meses después, tras la derrota
de Bailén, se creará un clima de inseguridad y los sitiadores dejarán de
sentirse las espaldas cubiertas. En los
primeros días de agosto, se gastarán las municiones de los cañones creyendo que
no van a tener tiempo de retirarse y antes de huir, los franceses explotan la
mina que habían cavado debajo de Santa Engracia y cañoneada la Cruz del Coso.
En este primer sitio el ejército francés es un
ejército con pocos cañones, caballería y mucha infantería, enfocado a una
batalla en campo abierto y no la mejor elección para un asedio. En el segundo
sitio, en diciembre, es cuando el señor Napoleón Bonaparte pondrá los œufs
sobre la mesa. Pero para entonces Zaragoza ya es una ciudad preparada tanto física
como moralmente. Se fortificarán las líneas del Ebro y el Huerva para proteger
la ciudad que, junto a las tapias de los conventos, amurallarán la urbe. Palafox
recurrirá a pintores como Goya para calentar los ánimos de los zaragozanos ante
la barbarie francesa.
Santa Engracia antes y después de la visita de turistas franceses. Ríete de los alemanes borrachos de Mallorca
El mito de los Sitios de Zaragoza se construye
alrededor de este primer sitio: un pueblo que lucha por su propio destino que
es capaz de imponerse contra un ejército poderoso que tenía subyugada a Europa.
La resistencia zaragozana ante el invasor francés se convertirá en una
potentísima propaganda antinapoleónica. El general Palafox, sin haber tenido
papel protagonista, va a recorrer todo el mundo occidental. Y su primer
acto público será el de dar gracias a la
Virgen del Pilar para acaparar la atención, desviándola (en una falsa modestia
digna de Augusto) a la Virgen.
Y ahora viene la parte más disimulada de los Sitios de
Zaragoza: el no-tan-glorioso Segundo Sitio.
Napoleón querrá que se destruya la ciudad para acabar
con el símbolo de resistencia. Las tropas francesas, muy superiores en número,
bombardearán masivamente la ciudad para minimizar los riesgos y las batallas a “calle
abierta” brillarán por su ausencia, prefiriendo el deshonroso método de hacer
minas subterráneas para hacer caer los edificios sobre los propios defensores.
Dentro de la ciudad el tifus se cobrará más muertos
que los bombardeos franceses. En Zaragoza los cuerpos de los muertos se acumularán
en las puertas de las iglesias, que sumado a los constantes bombardeos, a los
enfermos y a los heridos, creará un paisaje infernal. Y es que Zaragoza, que
era una urbe pensada para unos 45000 ciudadanos pasó a tener a más de 100000
personas entre sus muros entre refugiados, soldados destacados en Aragón y
refuerzos de la zona mediterránea. A la desesperada, Palafox manipulará a la
población haciéndole creer que van a ser rescatados por una numerosa columna de
soldados para evitar una prematura rendición de la ciudad.
Moraleja: nunca cabrees a un baturro con mosquete.
Pero eso no hizo más que posponer un poco la rendición.
La capitulación de Zaragoza el día 21 hará que los zaragozanos depositen en la
Puerta del Portillo al rendirse y presten juramento a José Napoleón, siendo
prisioneros de guerra en caso contrario. Quedaba la ciudad desolada que se
había convertido en una morgue con identidad propia. A veces ni eso porque no
había cuerpos que sepultar, como los defensores del convento de San Francisco, que
quedaron atomizados al explotar tres
minas con mil kilos de explosivos cada una que los dejaron convertidos en carne
para albóndigas.
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