domingo, 2 de noviembre de 2014

La Restauración y sus elementos detractores



El sistema de la Restauración no fue obra de Cánovas, pese a lo que diga la selectividad. La lógica debería decirnos que un solo hombre no es capaz de diseñar sin apoyos un sistema político. De la misma forma que Octaviano no diseñó el Imperio Romano pero fue indispensable para entenderlo, Cánovas no diseñó la Restauración pero no se puedes explicar sin su punto de vista.

La Restauración tuvo detrás a muchos padres y artífices, pero Cánovas fue la cabeza visible. Es normal que a los estudiantes se les intente simplificar las cosas, así que si queréis creer que “Cánovas = Restauración”, sois libres de hacerlo porque es lo que querrán que pongas.  A mí personalmente me parece un gesto de mala educación para otros personajes que también pululaban entre bambalinas en ese periodo, como el General Martínez Campos.

Porque si, Cánovas puede firmar y elaborar el manifiesto de Sandhurst, pero Martínez Campos comienza una insurrección militar en la Península que acaba coronando a Alfonso XII. ¿Es más importante la firma o el levantamiento? La polémica está servida. En cualquier caso, de ahí sale una monarquía constitucional conservadora y católica, garante del orden social establecido y abiertamente liberal. O en otras palabras “oye, Alfonso, tú danos el poder de hacer lo que nos dé la gana y te impedimos que te monten otra república”.

Bienvenido al siglo XIX, donde la democracia es una fiesta a la que todos están invitados.

El régimen de la Restauración quedó fijado con la Constitución de 1876, que buscaba contentar a los sectores burgueses y asegurar que las clases bajas se mantenían en el sitio en el de debían estar (esto es, debajo) y sin aspiraciones de conquistar el poder político. Quedaban fijados los valores liberales tradicionales como la soberanía compartida o declaración de derechos, así como un pacto  entre conservadores y liberales para turnarse en el poder pacíficamente.

Con este teatrillo democrático se garantizaba la rotación de los dos grandes partidos sacrificando los valores democráticos mediante el fraude electoral, el caciquismo local, la compra de voto o la coacción. Pero lo importante era que nadie se sintiera desplazado de la política como para dar un golpe de estado de esos que les gustaban tanto a los españoles del siglo XIX. Que las clases bajas se rebelaran era impensable para los esturados burgueses porque cosas como la Revolución Rusa aun no habían ocurrido para meterles miedo en el cuerpo.

Para aquellos burgueses decimonónicos el verdadero enemigo no eran las clases populares, que eran consideradas “masas neutras”, sino los elementos reaccionarios que buscaban (aun) volver al Antiguo Régimen. Sin embargo, habían infravalorado a su enemigo. Si, el carlismo había sido derrotado finalmente en 1876 y los republicanos estaban atomizados y desarticulados, pero la oposición “dura” venía del creciente nacionalismo en Cataluña y el País Vasco y del obrero consciente de su condición de clase (organizado en torno a las ideologías anarquistas y socialistas).

En la foto, Cánovas y Saga... mierda, me he vuelto a equivocar. Ignorad esta foto, que ahora estoy hablando de turnarse en el poder y de corrupción política.

Precisamente un anarquista italiano se cargó a Cánovas de cuatro tiros mientras estaba en el balneario de Santa Agreda, en 1897. Moraleja: no infravalores a tus enemigos. Sagasta aun vivió un poco más, hasta inicios de 1903, hasta que murió de causas naturales. Pero con la muerte de los dos grandes personajes del turno político, las luchas intestinas dentro de los partidos se terminaros cobrando la fuerza de la cohesión.

Los partidos que antes monopolizaban el poder ahora se tiraban de los pelos como marujas en las rebajas. Los partidos que antes garantizaban la paz social ahora no eran capaces de mantenerla ni en su propia casa. Y la cosa seguía y seguía.

A la escisión política había que sumar la Guerra de Cuba, que oficialmente se perdió en 1898 pero que en realidad llevaba perdida desde hacía años. El siglo XX se inició en un ambiente lúgubre y pesimista para España, cosa que no andaba muy desencaminada por la de ostias que iba a llevarse como país (algunas sacudidas por si misma). El existencialismo de los intelectuales, conscientes de que su país estaba pasando por una Edad de Mierda, quedó plasmado en la Generación del 98 (con grandes nombres como Baroja, Azorín, Unamuno…) y la corriente regeneracionista (con Joaquín Costa como gran maestro).

Cánovas tan profundamente dormido al leer uno de esos aburridos periódicos del siglo XIX que ni seis tiros de revólver al lado de la oreja le despiertan.

La Primera Guerra Mundial fue un periodo pasajero pero bonito para un país neutral como España, que vendía alimentos a las potencias que no podían producirlo por estar en guerra. Lo que pasa es que finalizada la guerra ya nadie nos compraba y los precios se habían inflado hasta límite prohibitivos. Y cuando la gente no puede ni subsistir, estalla la revuelta.


Y la revuelta, a finales de la Restauración se contestaba sacando al ejército a la calle para que diera buenos palos a los manifestantes y alborotadores. Especialmente cruentos fueron las represiones de los episodios de La Semana Trágica (1909) y la espectacular huelga de 1917. La “revolución desde arriba” que intentaba evitar una revolución a la rusa, desde abajo, no surgió efecto. Dicho fracaso no encendió la mecha de una insurrección porque realmente no había un  proletariado unido, pero la respuesta vino de la vertiente conservadora: una dictadura militar.

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