El
sistema de la Restauración no fue obra de Cánovas, pese a lo que diga la
selectividad. La lógica debería decirnos que un solo hombre no es capaz de
diseñar sin apoyos un sistema político. De la misma forma que Octaviano no
diseñó el Imperio Romano pero fue indispensable para entenderlo, Cánovas no
diseñó la Restauración pero no se puedes explicar sin su punto de vista.
La
Restauración tuvo detrás a muchos padres y artífices, pero Cánovas fue la
cabeza visible. Es normal que a los estudiantes se les intente simplificar las
cosas, así que si queréis creer que “Cánovas = Restauración”, sois libres de
hacerlo porque es lo que querrán que pongas.
A mí personalmente me parece un gesto de mala educación para otros
personajes que también pululaban entre bambalinas en ese periodo, como el
General Martínez Campos.
Porque
si, Cánovas puede firmar y elaborar el manifiesto de Sandhurst, pero Martínez
Campos comienza una insurrección militar en la Península que acaba coronando a
Alfonso XII. ¿Es más importante la firma o el levantamiento? La polémica está
servida. En cualquier caso, de ahí sale una monarquía constitucional
conservadora y católica, garante del orden social establecido y abiertamente
liberal. O en otras palabras “oye, Alfonso, tú danos el poder de hacer lo que
nos dé la gana y te impedimos que te monten otra república”.
Bienvenido al siglo XIX, donde la democracia es una fiesta a la que todos están invitados.
El
régimen de la Restauración quedó fijado con la Constitución de 1876, que
buscaba contentar a los sectores burgueses y asegurar que las clases bajas se
mantenían en el sitio en el de debían estar (esto es, debajo) y sin
aspiraciones de conquistar el poder político. Quedaban fijados los valores
liberales tradicionales como la soberanía
compartida o declaración de derechos, así como un pacto entre conservadores y liberales para turnarse
en el poder pacíficamente.
Con
este teatrillo democrático se garantizaba la rotación de los dos grandes
partidos sacrificando los valores democráticos mediante el fraude electoral, el
caciquismo local, la compra de voto o la coacción. Pero lo importante era que
nadie se sintiera desplazado de la política como para dar un golpe de estado de
esos que les gustaban tanto a los españoles del siglo XIX. Que las clases bajas
se rebelaran era impensable para los esturados burgueses porque cosas como la
Revolución Rusa aun no habían ocurrido para meterles miedo en el cuerpo.
Para
aquellos burgueses decimonónicos el verdadero enemigo no eran las clases
populares, que eran consideradas “masas neutras”, sino los elementos
reaccionarios que buscaban (aun) volver al Antiguo Régimen. Sin embargo, habían
infravalorado a su enemigo. Si, el carlismo había sido derrotado finalmente en
1876 y los republicanos estaban atomizados y desarticulados, pero la oposición “dura”
venía del creciente nacionalismo en Cataluña y el País Vasco y del obrero
consciente de su condición de clase (organizado en torno a las ideologías
anarquistas y socialistas).
En la foto, Cánovas y Saga... mierda, me he vuelto a equivocar. Ignorad esta foto, que ahora estoy hablando de turnarse en el poder y de corrupción política.
Precisamente
un anarquista italiano se cargó a Cánovas de cuatro tiros mientras estaba en el
balneario de Santa Agreda, en 1897. Moraleja: no infravalores a tus enemigos.
Sagasta aun vivió un poco más, hasta inicios de 1903, hasta que murió de causas
naturales. Pero con la muerte de los dos grandes personajes del turno político,
las luchas intestinas dentro de los partidos se terminaros cobrando la fuerza
de la cohesión.
Los
partidos que antes monopolizaban el poder ahora se tiraban de los pelos como
marujas en las rebajas. Los partidos que antes garantizaban la paz social ahora
no eran capaces de mantenerla ni en su propia casa. Y la cosa seguía y seguía.
A la
escisión política había que sumar la Guerra de Cuba, que oficialmente se perdió
en 1898 pero que en realidad llevaba perdida desde hacía años. El siglo XX se
inició en un ambiente lúgubre y pesimista para España, cosa que no andaba muy
desencaminada por la de ostias que iba a llevarse como país (algunas sacudidas
por si misma). El existencialismo de los intelectuales, conscientes de que su
país estaba pasando por una Edad de Mierda, quedó plasmado en la Generación del
98 (con grandes nombres como Baroja, Azorín, Unamuno…) y la corriente
regeneracionista (con Joaquín Costa como gran maestro).
Cánovas tan profundamente dormido al leer uno de esos aburridos periódicos del siglo XIX que ni seis tiros de revólver al lado de la oreja le despiertan.
La
Primera Guerra Mundial fue un periodo pasajero pero bonito para un país neutral
como España, que vendía alimentos a las potencias que no podían producirlo por
estar en guerra. Lo que pasa es que finalizada la guerra ya nadie nos compraba
y los precios se habían inflado hasta límite prohibitivos. Y cuando la gente no
puede ni subsistir, estalla la revuelta.
Y la
revuelta, a finales de la Restauración se contestaba sacando al ejército a la
calle para que diera buenos palos a los manifestantes y alborotadores.
Especialmente cruentos fueron las represiones de los episodios de La Semana
Trágica (1909) y la espectacular huelga de 1917. La “revolución desde arriba”
que intentaba evitar una revolución a la rusa, desde abajo, no surgió efecto. Dicho
fracaso no encendió la mecha de una insurrección porque realmente no había
un proletariado unido, pero la respuesta
vino de la vertiente conservadora: una dictadura militar.
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